Bicentenarios invisibles con proyectos invisibles para ciudades invisibles.
Por Roberto Moris *
El 31 de diciembre de 2009 estaremos celebrando un año nuevo muy particular. Daremos la bienvenida al año del Bicentenario de la República. Fiesta ampliamente anunciada durante esta década con una serie de obras que pocos reconocen y que suponemos de gran significación. Inmersos en un mundo que Beatriz Sarlo ha denominado como “hipersemiótico en la medida en que hay más signos de cosas, más signos de signos”, esta oportunidad no nos puede pasar desapercibida.Sin embargo, nos encontramos frente a un proceso que a pesar de su extensiva difusión se encuentra inmerso en una aparente falta de información de la población e incluso de los especialistas. Esta desinformación o miopía me ha recordado el memorable escrito de Italo Calvino “Las Ciudades Invisibles”, el cual presenta una serie de relatos de viaje que Marco Polo hace a Kublai Jan, emperador de los tártaros. El viajero imaginario le habla de ciudades imposibles. Sin embargo, el texto se reconoce como una reflexión para ciudades posibles.En esta línea, creo que nos encontramos frente a una oportunidad que de pronto se siente que ya hemos perdido. Como parte de la celebración me he permitido hacer una reconstrucción personal del recorrido de preparación del Bicentenario en su vertiente urbana. En virtud del tiempo, me saltaré la presentación del contexto en que se encontraba la institucionalidad de los proyectos urbanos en Chile al momento de iniciarse el camino al Bicentenario. Por ahora, sólo diré que veníamos cargando una experiencia focalizada en la solución de déficit habitacionales y urbanos; una conciencia de la necesidad de nuevos mecanismos de gestión y financiamiento; y una presión por capitalizar las oportunidades que presentaban ciertos activos públicos localizados estratégicamente.Comenzaré con lo que considero una paradoja de gran atractivo. La fragilidad que presentan los proyectos urbanos ante su consideración en el discurso público a pesar de tratarse de construcciones de gran escala e impacto. Aquí se da cuenta de la necesaria y perversa relación entre el relato y el proyecto. Lo intangible poniendo en disyuntiva lo tangible.En el tercer gobierno de la Concertación se fortaleció el relato de construcción de una visión del bicentenario y su vínculo inequívoco con las obras. Llegando a la insaciable repetición del concepto, del nombre, del sello. Podríamos decir que la infatigable reasignación del nombre de bicentenario a toda acción pública se ha dado en el marco del encuentro de las siguientes fuerzas: a) La necesidad de trascender más allá de sus limitaciones temporales en una eventual transformación en país desarrollado; b) La oportunidad para la sociedad chilena de contar con una celebración transversal que no se sustenta en sus divisiones internas, entendida como olimpiadas alcanzables; c) La oportunidad de recursos extraordinarios y de trascendencia para la autoridades locales.
Otro ejemplo de la marcada relación entre el discurso y lo real fue la mentada Reforma Urbana. Promesa de modernización que tenía como cercano referente el proceso que estructuró la política urbana de Tony Blair y su tercera vía a fines de los años noventa. El 21 de mayo de 2000 en su discurso en el Congreso, el presidente Ricardo Lagos nos invitaba “a que hagamos un tremendo esfuerzo. Para llegar al Bicentenario con ciudades más bellas, menos contaminadas, más expeditas, dignas, amables y cultas”. Esta invitación tomó cuerpo en las obras del bicentenario y en una serie de modernizaciones enmarcadas en la Reforma Urbana.
Esta reforma que servía para “enmarcar” cualquier acción pública urbana, estaba en todas partes. Cual espíritu santo, incluso motivó una bienal de arquitectura con el lema hagámosla realidad, las ciudades que nos merecemos. No creo estar equivocado al pensar que la mayoría de los arquitectos difícilmente podrían explicar cuáles fueron los proyectos clave de la reforma.
Si bien la comunidad especializada miró con sospecha los últimos años del desarrollista gobierno de Lagos, el gobierno de continuidad concertacionista, lo miró con aún mayor sospecha. A pesar de que la orientación de ciudadana podría haber capitalizado rápidamente el proceso de 6 años de marcha, recién el año 2008 se pudieron ver decididas acciones por darle un espacio al Bicentenario en la agenda de gobierno.
El Ministerio de Vivienda y Urbanismo por su parte ya había dado cuenta de su capacidad de reinvención y reciclaje, transformando el paragua de la reforma urbana en una Agenda Urbana. Más concreta y visible. Acción que al mismo tiempo, bajaba la presión de tener que ejecutar una reforma. Sin accountability, ni la revolución pingüina, ni el desastre de Transantiago, han hecho recordar la necesidad de una reforma.
Intentando encontrar lineamientos coherentes derivo en la capacidad que ha tenido el concepto de Bicentenario de llevarnos más allá de nuestras limitaciones inmediatas. En la misma orientación que este desafío implica una oportunidad para visualizar el tipo de ciudad del futuro y cuáles serán las bases que debemos construir hoy. Asimismo, la referencia del impacto del Centenario del Santiago de hoy es innegable.
Inauguración del Bellas Artes, con motivo del Centenario en Santiago. www.memoriachilena.cl
En Calama el año 2001 se inauguró el Primer Encuentro Internacional de Gestión Estratégica del Desarrollo Urbano, Preparándonos para el Bicentenario. En aquella oportunidad se presentaron las iniciativas bicentenario que tomarían cuerpo esencialmente en las ciudades de Antofagasta, Valparaíso, Concepción y Santiago. Esto generó un alto nivel de expectativas, todas las ciudades quería tener una obra bicentenario. Pocos meses después, ya se anunciaba que todas las ciudades con más de 75.000 serían bicentenario. Este fue el inicio de bicentenarización de toda obra relevante en el país. Tanto por su importancia y simbolismo como por su complejidad y necesidad de apoyos para su realización.
Los siguientes años tuvieron encuentros Preparándonos… en las ciudades de Valparaíso, Valdivia, Santiago, Concepción, La Serena y Antofagasta. La marca Bicentenario, también reconocida como Sello Bicentenario, fue asignada a diversos tipos de obras públicas de infraestructura y equipamiento que en algunos casos eran obras programadas, en otros casos soñadas y otros consensuadas. En este proceso se pudo vislumbrar el nivel de desarrollo del país, antes acostumbrado a reaccionar al déficit. Nos estábamos preparando para proyectarnos más allá de lo mínimamente necesario. Según el sentido de oportunidad las obras han entrado y salido del listado bicentenario.
El actual gobierno por su parte, después de 8 años “preparándonos”, más de 250 obras urbanas ejecutadas o en ejecución, editó pasado el libro “Chile sueña el Bicentenario 2008”. Siguiendo la línea de las sucesivas invitaciones a pensar el país que queremos. Este último año, estamos revisitando la etapa del sueño.
En el entendido que este tipo de emprendimientos exige una visión colectiva que un gobierno debe estar dispuesto a perfilar, la construcción de las ciudades del futuro debería encontrar su fortaleza en bases locales, en los propios ciudadanos. Son innumerables las oportunidades en que se ha cuestionado la labor de los gobiernos en la gestión del proceso, pero parece ser que tenemos internalizada la creencia de papá Estado debe prepararnos la fiesta. Esto de papá Estado le venía muy bien a Ricardo Lagos, pero no podemos seguir esperando que alguien organice lo que deberíamos considerar como propio. No debe ser un evento, sino un proceso.
Esto no es nada nuevo, en uno de estos encuentros hace algunos años, Miguel Laborde invitaba a “seducir y encantar con historias de barrios y a dejar de quejarse”. Uno de los slogans del bicentenario preguntaba el 2005, “Y tú qué le vas a regalar a Chile para el Bicentenario”.
Es ahí donde considero que el método concertacionista de escribir y borrar con el codo, que ha tenido a las obras bicentenario como algo poco visualizado o invisible se transforma paradójicamente en su propia fortaleza. Si Kublai Jan permite que la imaginación de Marco Polo reconstruya las características de sus ciudades y por ende de su imperio. Nosotros tenemos la oportunidad de llegar al Bicentenario de la República convencidos en los ideales que deben tomar cuerpo en las propias ciudades que somos capaces de imaginar, a través de los propios proyectos que debemos ser capaces de generar.
Si bien estamos con la cuenta regresiva para el 2010 y el sentimiento de haber perdido el tiempo nos puede embargar, concentrémonos en los procesos que podemos ser capaces de liderar. Regiones, municipios, colegios, universidades y todo tipo de comunidades, no deben dejar pasar esta oportunidad nacional. A pesar de todas la obras que nos dejó el Centenario, la fiesta en definitiva, se trató de una celebración de unos pocos que quisieron dar una imagen de un país que soñaban y no del país que ocultaban.
*Roberto Moris es Master en Diseño de Ciudades y Ciencias Sociales, London School of Economics, 2004. En el período 2002-2003 fue asesor del MINVU. Entre los años 2005 y 2007 fue jefe del Departamento de Proyectos Urbanos del MINVU. Actualmente, es profesor de Arquitectura de la Universidad Católica de Chile y la Diego Portales. Además es Subdirector del Instituto de Estudios Urbanos y Territoriales.
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