Ley de Antenas: ¿Co-localizar o no co-localizar?
¿Co-localizar o no co-localizar? Imágenes vía: 1, 2, 3
El debate sobre la nueva ley de antenas aún está vigente. Ya anuncíabamos hace algunos días las ventajas que implicaría la co-localización de varios operadores en una misma estructura para minimizar la cantidad necesaria de éstas para otorgar una similar cobertura.
Sin embargo, nuestra condición de país sísmico agrega un factor nuevo a esta discusión y es que el proyecto de ley que incentiva la co-localización ignora algunos efectos que tendría esta medida sobre todo en lugares densamente poblados, principalmente en lo que se refiere a la envergadura de las estructuras necesarias para la co-localización.
El tema que se instaura ahora es: ¿Queremos menos torres o torres menos invasivas?
En sectores rurales o bien con poca población, la co-localización aparece como una buena alternativa para reducir la redundancia de estructuras en un mismo terreno. Estructuras que por su condición de mucho terreno que abarcar y reducidos clientes que debe satisfacer, son por lo general estructuras más bien altas, bien localizadas y que operan más bien en la lógica de una antena emisora de señal de TV: una o dos antenas para dar cobertura a un gran territorio.
En lugares más densamente poblados, y por ende, con un número mayor de clientes a atender la cosa cambia.
Ya no es factible instalar una sóla antena que satisfaga la necesidad de un gran número de clientes, sino que éstas se deben distribuir eficientemente en el territorio con el fin de otorgar una mejor cobertura en base a una distribución de las frecuencias y con el fin de que no se pierda la señal -ni la llamada- al moverse dentro del área de cobertura.
Del mismo modo, los obstáculos propios de una urbe densamente poblada (principalmente edificios, otras ondas electromagnéticas y alta movilidad de los usuarios dentro de ella) hacen que se exija un número mayor de torres para lograr satisfacer la demanda, exigendo a su vez redundancia para garantizar un nivel adecuado de confiabilidad.
Por último, la disponibilidad de nuevos servicios móviles, tales como internet, mensajería multimedia, videollamadas, aGPS, etc; exigen que la capacidad instalada de antenas se vea sobreexigida y sea necesaria una cantidad de antenas cada vez mayor, con el fin de satisfacer el creciente tráfico de datos que circula por estas redes.
En base a esta lógica, es mucho mejor técnicamente hablando, más torres pequeñas de menor potencia que menos torres más grandes y de mayor potencia.
El impacto urbano de estas estructuras no deja de ser un tema, dado que la controversia por los efectos nocivos de las ondas electromagnéticas emanadas de estas estructuras aún no está zanjada, siendo hoy por hoy el tema de que ciudad queremos lo que nos convoca en este artículo.
Nuestras ciudades hoy están plagadas de antenas celulares. Muchas de ellas imperceptibles, algunas camufladas y otras que sin pudor alguno se alzan cual torre de telecomunicaciones sobre nuestras cabezas haciendo alarde de su reticulada estructura.
El impacto visual de estas estructuras es innegable, pero también lo son la maraña de cables que saltan de poste a poste y que otoño a otoño obligan a que muchos árboles sean mutilados con el fin de preservar la seguridad del cableado aéreo.
La “Poda Municipal” – Imagen vía Flickr por Jorgelo Pez
Las antenas celulares son necesarias para mantener un servicio que tiene la más alta penetración a nivel nacional (prácticamente cada chileno tiene un celular) y mal que mal debemos como sociedad hacernos cargo de dónde y como queremos que se instalen.
La discusión está abierta y es tiempo que decidamos sobre que ciudad queremos.