La ideología de la reconstrucción

Foto bojo licencia CC vía www.flickr.com/liturra

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La semana pasada discutimos acerca de los alcances y desafíos que presenta la construcción de viviendas de emergencia luego del terremoto, a propósito de la visión de Miguel Lawner respecto a las mediaguas, y con los ojos puestos en la habitual permanencia que adquieren soluciones supuestamente temporales; habiendo pasado más de 3 semanas desde el 27 de febrero, y con el nuevo gobierno un poco más instalado en sus funciones, hemos podido vislumbrar de a poco cómo se viene la mano de la reconstrucción definitiva, ya no esa que pretende superar la emergencia, sino la que le dará forma al país en los próximos años.

Sumado al anuncio de las escuelas modulares que se están construyendo ya en el valle central, esta semana se anunció de manera oficial las soluciones con que se enfrentarán las viviendas sociales con daños estructurales, así como las viviendas de adobe afectadas de manera severa; para las primeras, viviendas prefabricadas, para las segundas un bono de autoconstrucción. En palabras de El Mercurio:

“(el MINVU) recurrirá a casas y departamentos prefabricados para levantar de forma definitiva las viviendas sociales que resultaron con daños estructurales -según el primer catastro del Minvu se estimaban 23 mil afectadas-; y otorgará un bono de autorreconstrucción a las familias propietarias de las aproximadamente 100 mil casas de adobe destruidas por la catástrofe”

Se espera tener el catastro definitivo para hacer el llamado a licitación de las viviendas, y entre los países que podrían proveer la tecnología cuenta Estados Unidos, Canadá, Nueva Zelanda y China (ya en semanas anteriores oímos hablar en la prensa de las “casas canadienses” que vendrían a reconstruir el país). ¿A qué se está apelando con esta decisión? Sin duda a la política de la eficiencia que tanto llenó la boca de nuestro presidente mientras fue candidato. Ahora bien, ¿qué implicancias tiene una decisión como esta en el desarrollo del país?

En un país como Chile donde la historia es marcada claramente por los terremotos, tenemos bastante donde mirar; fue luego del terremoto 1939, que devastó la zona de Chillán, que el entonces presidente radical Pedro Aguirre Cerda, creó la CORFO (Corporación de Fomento Productivo), como un instrumento para incentivar el desarrollo económico y productivo del país luego de la catástrofe, entendiendo que lo que se había derrumbado no eran sólo edificios, sino estructuras laborales, económicas y de producción que había que levantar; hasta el día de hoy la CORFO juega un rol importante en el desarrollo del país, especialmente en el ámbito de innovación y de desarrollo de las PYMES.  En el otro extremo ideológico, el terremoto de 1985 fue el motor de partida de la política de desarrollo inmobiliario de Büchi, que creara entre otras herramientas, la eximición tributaria por parte de la construcción, vigente hasta hoy día salvo en los tramos más altos.

La política con que se encara una reconstrucción post terremoto, al menos en Chile, es absolutamente determinante del país que se construirá. Los hechos lo han demostrado así, y no hay ninguna razón para pensar que ahora será distinto. La idea de reconstruir 23.000 viviendas con sistemas prefabricados extranjeras, no es obvia, y sus implicancias tampoco.

En primer lugar habría que insistir que, al contrario de lo que se planteó por el Frente Popular el año 39, es una política que des-industrializa, donde no se da espacio para la creación de valor, de diseño, de tecnología, de innovación, de industria dentro del país, siendo que el momento parecer ser el clave si se estuviese buscando un proceso de esta naturaleza; no es de extrañarse, pues sin duda este gobierno poco quiere parecerse al de Pedro Aguirre Cerda, y mucho más tiene que ver con lo que se hizo entre los 70 y 80 con los Chicago Boys a la cabeza. Según Gabriel Salazar “en Chile carecemos,  no hemos tenido, ni tenemos Clases Medias productivas” y esta situación se agudizó más aún a partir de 1973, donde “lo que hizo fue achicar la clase obrera, porque des-industrializó; la clase obrera llegó a tener cerca del 25% de la población activa, y con Pinochet llegó a un 8 o 9%” (1).

Entendiendo que no se está buscando un proceso de esa naturaleza, y que al parecer este terremoto no será el impulso para convertir nuestro empresariado de actores especuladores a actores productivos, ni dará espacio para el diseño de las ciudades, aparecen otras inquietudes respecto a los planteamientos urbanos que esta reconstrucción conllevará. Debo reconocer que es bastante aliviante leer, al menos en el discurso, la declaración de la ministra Matte asegurando que las nuevas constricciones se ubicarán en los mismos lugares donde estaban situadas (El Mercurio, 18 de marzo de 2010).

Esta afirmación despejaría las innumerables dudas respecto al poder especulador que podría aparecer en torno a viviendas bien ubicadas en las ciudades, y cuyos residentes se enfrentan hoy día a la posibilidad de ser desplazados a terrenos más baratos, dejando espacio libre para la especulación inmobiliaria; sin ánimo de ser alarmista, estos supuestos provienen de varios hechos particulares que dan cuenta de movimientos en este sentido, como son las ofertas de compra a propietarios en situaciones extremas (según relatan vecinos, en Villa Olímpica al día siguiente del terremoto se ofrecían 15 millones por departamento), así como la apurada acción de algunas autoridades por demoler viviendas centrales, antes incluso de tener un veredicto técnico acerca de su estado estructural, sumado a los evidentes interesas de la Cámara Chilena de la Construcción, y a su relación con varias autoridades del actual gobierno. Ahora, el hecho de no mover a los residentes de su suelo, no significa que no se pueda pensar en acciones conjuntas de redensidicación y redistribución, y con ello nuevamente activar un proceso de autodeterminación en que la comunidad es parte de una reconstrucción que podría abrir la puerta de una ciudad mejor.

La ideología de la reconstrucción no es inocente, nunca lo ha sido, y esta no es la excepción. Lo decíamos en un principio, será sin duda el slogan de la eficiencia el que servirá de justificación para todas las decisiones que aquí se tomen. Una eficiencia que ha servido de escudo en la designación del ingenieril gabinete y autoridades en general; una eficiencia con calendario y calculadora en mano; calendario y calculadora que nos llevan a casas prefabricadas y que poco se preguntan por el país de 3, 5 o 50 años más. Una eficiencia que parece en realidad el discurso mejor aprendido de la que el propio Lavín llamó la revolución silenciosa de los ochenta, aquella revolución cultural en la que nuestro presidente participó y que, como algunos dicen, nos convirtió más en una economía que en una sociedad.

(1) SALAZAR, Gabriel. “La visión de la historia” en COCIÑA, C., QUINTANA, F.J., VALENZUELA, N. (ed), Agenda Pública. Arquitectura > Ciudad > Desarrollo, Santiago 2009, pp. 166-173. www.cientodiez.cl