¿Bicicletas sólo en ciudades planas?
Por Santiago Mejia Dugand, candidato a Ph.D. de la Universidad de Linköping, Suecia. Su investigación está enfocada en el rol que la tecnología juega en la solución de los problemas ambientales que enfrentan las ciudades, y en las condiciones que facilitan o dificultan su adopción e implementación. Miembro del Equipo de La Ciudad Verde.
Eso es lo que muchos quieren pensar. ¿Excusas? ¿Falta de creatividad? Tal vez una combinación de ambas.
Los medios de transporte no-motorizado son un componente importante de las estrategias de movilidad en la ciudad moderna, con un gran potencial de impactar la calidad de vida de sus habitantes y de beneficiar directamente (ejercicio físico) e indirectamente (disminución de contaminantes) su salud. Esto sin mencionar la oportunidad de disminuir un poco el acelerado ritmo de vida urbano, de tener tiempo para apreciar la ciudad y todo lo interesante que tiene para ofrecerles a sus habitantes.
Desafortunadamente parece más fácil encontrar desventajas y barreras para su implementación, y la topografía es comúnmente una de ellas (aunque en Lisboa parecen pensar diferente). Dejando a un lado el tema de seguridad, es fácil entender por qué las empinadas lomas en nuestras ciudades desalientan a tantos potenciales ciclistas urbanos: bajarlas puede ser fácil en la mañana cuando la gente se siente activa y llena de energía, energía que no hay que usar y puede guardarse para la jornada laboral. Pero… ¡subir! Subir es un problema, especialmente al final de una pesada jornada laboral.
Países como Colombia han sido la cuna de algunos de los mejores ciclistas de montaña del mundo (los “escarabajos”), pero el ciudadano promedio no necesariamente busca reconocimiento en este campo. ¿Estamos entonces condenados por la naturaleza topográfica de nuestras ciudades? ¿Son las bicicletas una solución factible sólo para quienes viven en ciudades planas (que por cierto son pocas en Los Andes), o en la parte baja de los valles? ¿Qué se puede entonces esperar de ciudades como Medellín, en donde un porcentaje considerable de la población vive en las laderas? Pero lo que vemos como barreras, puede convertirse en ayudas. Sólo basta ser un poco más creativos y lo que es tal vez aún más importante: utilizar los recursos que tenemos (en muchos casos gratuitos, por cierto). Más adelante retomaremos este tema.
Por ahora, pensemos en soluciones que parecen ser más obvias, como por ejemplo los sistemas mecánicos de ayuda a los ciclistas. Y estos ya están inventados. La ciudad noruega de Trondheim implementó en 1993 un sistema de ayuda mecánica a ciclistas que sigue funcionando hoy en día. Es técnicamente sencillo, fácil de usar y poco intrusivo del espacio público, es decir, tiene poco impacto sobre el espacio público y el de los demás medios de transporte, sean motorizados o no:
Es claro que un sistema mecánico como este está conectado a otros componentes de la ciudad, empezando por la cultura, el respeto a los ciclistas, los espacios destinados a ellos, los límites de velocidad de los automóviles, etc. Pero, ¿existe algún sistema nuevo para una ciudad que no necesite analizarse desde esta perspectiva? Todo esto se está ya trabajando a través de campañas e iniciativas ciudadanas. Pero la implementación del sistema no se discute, porque sólo se ven las barreras que la impiden.
¿Hay más soluciones a este problema? Seguro que las hay. Una opción es empezar a analizar cómo la “barrera” topográfica puede explotarse y convertirse en una solución y en una ventaja para nuestras ciudades tan empinadas. ¿Lo mejor? “Gratis”.
Gunter Pauli, un reconocido empresario belga, comentó alguna vez que la gravedad era la fuente energética menos explotada de todas. Es claro que las centrales hidroeléctricas hacen uso de ella, pero ya conocemos los costos económicos que traen consigo, sin mencionar los ambientales y sociales. No es necesario acudir a mega-soluciones para aprovechar una fuerza de la que no podemos huir por más que queramos. Para ponerlo en contexto, sugiero esta “ecuación”, que muchos asociarán con sus clases de física en el colegio:
Montañas = Altura = Energía potencial
Ahora al punto: ¿Por qué no ver las lomas de nuestras ciudades como minas energéticas? ¿Será tan difícil idear maneras de cargar nuestras bicicletas cuando bajemos a nuestro trabajo y utilizar la energía acumulada cuando subamos de regreso a casa? En otros contextos, ya existen aplicaciones que usan la gravedad de una manera muy eficiente y económica: GravityLight. En este caso, es claro que un LED necesita poca energía, pero el punto aquí es comprender la utilidad de usar la gravedad como fuente energética. Además de bicicletas plug-in, existen otras opciones que no requieren fuentes externas, y ¿por qué no cargar las baterías y al mismo tiempo atacar el sedentarismo en la oficina?. Los frenos son otra fuente de carga que puede explotarse, como lo hacen carros y autobuses eléctricos. Etcétera, etcétera. ¡Tremendos retos para innovadores y universidades locales!
La sugerencia no es que los ciudadanos se vuelvan profesionales de los deportes extremos. Pero aquí hay un ejemplo del potencial de las ciudades latinoamericanas en cuanto a este tipo de energía: tres minutos bajando a gran velocidad en Valparaíso. A velocidades más “normales”, ¿no tendremos suficiente tiempo para generar una carga que pueda llevarnos más tarde de regreso a casa, montaña arriba?
Es necesario dejar de ver a las ciudades como parásitos que sólo consumen y acumulan lo que otros producen. Si se consideran las constantes e impredecibles crisis energéticas (vía precios), la dependencia de gobiernos inestables (dueños de las grandes reservas energéticas) y el agotamiento de las fuentes fósiles de energía, el aprovechamiento de todos los recursos urbanos es indispensable para lograr la seguridad energética. Ya muchas ciudades usan sus desechos para generar energía en forma de electricidad o de líquidos y gases combustibles. ¿Existe ciudades que utilicen sus montañas? Probablemente no. ¿Qué montaña hay que mover para que lo hagan?
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