El túnel que acercó la playa a Santiago
Por M. Gabriela Correa, Centro de Documentación, El Mercurio. (26/01/14)
Al inaugurarse Lo Prado, era el conducto vial subterráneo más largo de Chile. Acortó tanto el viaje de los capitalinos a Valparaíso que ya en su primera semana de funcionamiento vivió tacos.
Viña del Mar, Reñaca y Concón son algunos de los destinos favoritos de los capitalinos en verano. No tan solo por la belleza de sus playas, sino también por la cercanía. Viajando en automóvil, por la Ruta 68, en menos de dos horas es posible llegar al ansiado lugar de veraneo.
Sin embargo, hace 50 años, el trayecto no era igual de simple y muchos preferían ir en tren. El panorama cambió en 1970, con la apertura del túnel Lo Prado. Gracias a esta obra, los conductores podrían ahorrarse la tediosa subida de la cuesta Barriga y la duración del viaje entre Santiago y Valparaíso se acortó en más de 40 minutos.
La obra, catalogada en aquella época como “una de las más importantes realizaciones de la ingeniería chilena”, fue un anhelo de varios mandatarios. En 1945, el Presidente Juan Antonio Ríos dio su aprobación al proyecto “estrella” del entonces ministro de Obras Públicas, Eduardo Frei Montalva. No obstante, diversas crisis económicas y trabas técnicas hicieron que esta alternativa de unión entre la capital y el puerto se dilatara por varios años. Así, no sería hasta 1966, y coincidiendo con que Frei Montalva llevaba dos años como Jefe de Estado, cuando se llevarían a cabo las primeras excavaciones. Estas, no obstante, debieron suspenderse temporalmente para iniciar nuevos estudios debido a la mala calidad de las rocas. Las labores se retomaron a fines de 1967, adquiriendo un ritmo intenso, y culminaron en febrero de 1970, con la última tronadura que unió los frentes oriente y poniente.
Así, el 17 de septiembre de 1970 el Presidente Eduardo Frei cortaba la cinta tricolor que inauguraba oficialmente el tránsito por el túnel Lo Prado, ubicado a menos de 20 kilómetros al oeste de Pudahuel. “De 2.744 metros de longitud, enclavado en la cordillera central, en uno de sus más agrestes parajes, quedó abierto al público. (…) Es impresionante atravesarlo en pocos minutos y aparecer más allá del cerro San Francisco, junto a Curacaví, y a un paso de Casablanca y Valparaíso”, relataba “El Mercurio”. Se añadía que como el uso del túnel significaría una gran economía de transporte, en unos dos años de funcionamiento, se devolvería al país la inversión de US$ 23 millones.
Para realizar la obra se excavaron 225 mil metros cúbicos de rocas, se emplearon 52 mil metros cúbicos de revestimiento de hormigón y casi cinco mil toneladas de acero en soportes. Además, el proyecto incluyó moderna tecnología para la época, como un sistema de iluminación “inteligente”, circuitos cerrados de televisión y control de tráfico mediante células fotoeléctricas.
Con todo, el fin de semana siguiente a la apertura hubo problemas y el túnel debió cerrarse. Pero no por ninguna falla técnica ni accidente, sino por la sobrecarga de tránsito. Tras la inauguración, muchos porteños y santiaguinos ansiosos “inventaron” paseos para conocer la nueva obra, con lo que la congestión escapó a cualquier control. Todos querían pasar a través del que, en esos tiempos, era el túnel más largo de Chile.