Festival Burning Man: La ciudad intermitente
Por Juliana Carvalho. Analista de Relaciones Internacionales por la Pontificia Universidad Católica de Minas Gerais, Brasil, y Magíster en Asentamientos Humanos y Medio Ambiente por la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Hay muchas formas de definir conceptualmente que es una ciudad. Si bien el foco de estas definiciones no siempre es el mismo, ciertas características suelen ser recurrentes en la mayoría de ellas, como la concentración de población en un espacio extensa e intensamente intervenido, a diferencia de las áreas rurales, y la predominancia de actividades industriales, comerciales o de servicios, en oposición a actividades de producción agropecuaria y/o de exploración de recursos naturales. Pero una característica que parece no tener protagonismo en la mayoría de las definiciones más recurrentes, quizás por su aparente obviedad, es el carácter perene de las ciudades. Y aparte de esta característica, el festival Burning Man cumple, a cada año por un par de días, con varios de los criterios requeridos para ser clasificado como ciudad.
No es poco común que festivales que duran por días, usualmente asociados a eventos musicales, particularmente aquellos de música electrónica, generen asentamientos temporarios de un gran número de personas. Como ejemplos podemos citar el Boom Festival (Portugal), el Tomorrowland (Bélgica) y el Universo Paralello (Brasil). Pero se estima que este festival en particular, solamente en el último año, conglomero aproximadamente 70.000 personas en el medio del desierto en Nevada, Estados Unidos. ¡70.000 personas! En un lugar que no cuenta con ninguna infraestructura permanente. Sin alcantarillado. Sin áreas verdes. Sin edificios. Sin comercio. En efecto, uno de los 10 principios, que se aplican virtualmente como mandamientos religiosos para los burners (así se autoproclaman los asistentes habituales y recurrentes) es el gifting o el acto de regalar. Solo se pueden vender café y hielo en el festival. Todo lo demás debe ser regalado. De acuerdo a la página de la organización del evento “Ser un ‘burner’ es más que solo ir a un evento. Es una forma de ser en el mundo”.
Los otros principios de este festival de contracultura son: la inclusión radical, “descommodificación”, autosuficiencia, auto-expresión radical, esfuerzo comunitario, responsabilidad cívica, participación, inmediatez y leaving no trace (no dejar vestigios). Como se puede notar, en su conjunto, estos principios ponen en evidencia los ideales anti-capitalistas y pro sustentabilidad que pautan la realización del evento. Actualmente, existe una organización por detrás del festival, pero de acuerdo a la línea de tiempo oficial del mismo, el primer evento que dio origen a lo que hoy es un festival de proporciones impresionantes contó con apenas 35 personas, que se juntaron para ver una escultura de hombre siendo quemada en una playa de San Francisco en 1986. Desde este ritual inicial, siempre se prende fuego a una escultura de un hombre en el festival. Y si bien el tamaño de la escultura ha crecido – de aproximadamente 2,5 para 32 metros – también se ha multiplicado el número de esculturas y estructuras armadas en madera y quemadas en el último día del festival.
Uno de los aspectos más interesantes de esta ciudad intermitente es su planificación. Como a cada año ella es construida y desconstruida, están dadas las condiciones para reestructurar la forma “urbana”. Desde 1991, año en que es festival se trasladó de la playa hacia el desierto, el asentamiento casi siempre se ha organizado de forma más circular que ortogonal. En esta primera experiencia en el desierto no hubo ningún tipo de planificación para la ocupación del espacio. Sin embargo, muchas personas que fueron al evento tuvieron dificultades de encontrar la localización de Burning Man y además, ya estando en el camping, tuvieran dificultades de orientarse dentro del proprio asentamiento. Para el año siguiente, se implementaron, como respuesta a esta experiencia, cuatro avenidas conformadas como una cruz y alineadas con los puntos cardinales, y una especie de plaza central. La estructura del hombre a ser quemado se encontraba en la punta este. Este fue el inicio de la tradición de la planificación consciente de la Black Rock City, que tiene el mismo nombre del desierto en donde se realiza el evento a cada año, con excepción de 1997, cuando el festival se realizó en otro lugar. En 1998, cuando el evento retornó al desierto, la ubicación de la principal instalación del festival pasó a ser el centro de la conformación de esta ciudad. Todo lo demás se ubica en el entorno de esta pieza central, de forma radial, formando una especie de arco (Garret, 2010).
Además de los aspectos de planificación espacial, también hay una serie de reglas de conducta asociadas al usufructo de los espacios públicos de la ciudad, que son derivadas tanto de los 10 principios orientadores del festival como también de las leyes del estado de Nevada. Si bien el evento es una especie de “zona temporalmente autónoma” (en referencia al trabajo de Hakim Bey), esto no significa que en él las personas no tienen que cumplir con las normas del estado de Nevada. Dada su historia y creciente población, es imposible que el evento pase desapercibido, lo que significa que en la ciudad también están presentes representantes del poder público. De todos modos, a juzgar por las inúmerables fotos y diversos videos y relatos del evento existentes actualmente en la Internet, una de las principales características comportamentales del evento es la valoración de variadas formas de expresión artística y un espirito de convivencia y respeto por la diversidad. Sin duda hay una serie de discusiones y reflexiones que pueden ser inspiradas por esta especie de experimento social de contracultura que es el Burning Man Festival, pero quizás el más destacable – y posiblemente más urgente para nuestro futuro urbano – sea justamente esta arte del convivio harmónico con los demás y con el entorno.
Columna originalmente publicada en Revista Planeo