Treinta días en el cielo
Por Sebastián Sottorff, El Mercurio.
Un mes abierto acaba de cumplir el Sky Costanera, el espacio urbano más alto de Latinoamérica. Con una vista única, en cuatro semanas se ha transformado en una atracción para chilenos y extranjeros. Y los guías que allí trabajan ya advierten las primeras tendencias de los visitantes.
“Están a punto de respirar el aire más puro de Santiago”.Con esa premisa, una de las anfitrionas del Sky Costanera recibe a los visitantes que una mañana de septiembre deciden encerrarse en un ascensor para ver Santiago a 300 metros de altura.
Pasan 53 segundos al interior de la amplia caja metálica y mientras la mujer entrega detalles acerca de las condiciones climáticas y de visibilidad, una familia de bolivianos de paso por la capital sonríe porque la presión tapa sus oídos. No deben ser de La Paz. Uno de los chicos, en silla de ruedas, emite un simpático alarido. Y todos ríen.
Junto a ellos una chilena embarazada de cinco meses siente un pequeño cosquilleo en el vientre. Se lo dice con cierta aprensión a la anfitriona, quien le responde que la ascensión no tendrá efecto alguno en su futura hija.
-¿Cómo supiste que era niña?
-Una tincada, nada más.
El ascensor se abre y, tras unos gigantescos muros vidriados, la ciudad se despliega en 360 grados con su selva de autos, cemento, árboles y fierros.
Los visitantes bajan del ascensor y magnetizados por la vista se pegan a los vidrios para mirar desde arriba la ciudad. Ha pasado un mes desde que este mirador abriera sus puertas y transformara la cumbre de la Gran Torre Santiago en el mirador más alto de toda Latinoamérica.
Un niño con la frente apretada contra el vidrio grita entusiasta a su progenitor, quien no le suelta la mano.
-¡Mira, papá, desde acá se ve la casa!
Afuera se aprecian todos los “Santiagos” existentes. La ciudad sofisticada y moderna, llena de edificios de cristal que pueblan “Sanhattan”, Isidora Goyenechea, Apoquindo y El Golf. El verdor de los parques del sector oriente. La corriente incesante del Mapocho y algunos malls . Hitos urbanos como la Torre Entel, la amplitud casi ignorada del Parque Metropolitano y, muy a lo lejos, el Cementerio General.
Vistos desde arriba, los capitalinos se transforman en hormigas y los visores instalados entregan una vista inquietantemente detallada de calles, ventanas y rincones. A través de esos lentes, se vislumbran sin problemas los autos, las personas que transitan por Providencia y la intimidad de los edificios aledaños.
Y ahí, a más de 300 metros de altura, se puede ver a los oficinistas tipear en sus computadores sin parar, a un par de hombres tomando café en un balcón y a una anciana paseando a su perro: un cocker spaniel color miel.
-Ideal pa’ los voyeristas
Un hombre le comenta a su pareja cuando suelta el visor.Ambos ríen y un adolescente que pasa por ahí, estimulado por el comentario, se aferra al aparato y comienza a recorrer visualmente la ciudad.
También desde acá se ve el otro lado de la capital. El de las casas humildes y de techo plano que predominan detrás del cerro San Cristóbal. El caos del centro y sus sempiternos tacos. Y los improvisados refugios que algunos indigentes tienen en el río. “El Chile real”, acota un visitante, mientras una multitud de brasileños aprietan los obturadores de sus cámaras por doquier.
Anfitrionas en las nubes
Según la nacionalidad del visitante, la atracción principal de este panorama suele ser distinta. Los oriundos de Brasil quedan perplejos por la cordillera y los diminutos centros de esquí que se pueden apreciar cuando el día está limpio y despejado.
Los europeos suelen admirar el centro y se quedan mudos analizando las intrincadas calles de Bellavista y el Parque Forestal.
“Los asiáticos lo miran prácticamente todo”, explica una de las anfitrionas -como se llaman los guías del lugar-, quien en estos 30 días conoce ya de sobra la reacción de los visitantes según sea su origen.
En días con neblina, sobresaliendo sobre el manto gris que lo cubre todo, simplemente no se ve nada para abajo. Es como un paseo por las nubes.
Aunque la joven reconoce que los brasileños se llevan una parte importante del total de visitas, los chilenos siguen siendo los más numerosos. Parejas, familias completas y muchas personas de regiones llegan hasta acá para mirar, fotografiar y desafiar el vértigo.
Otro anfitrión cuenta que los brasileños suelen llegar ataviados con bolsas de compras. Muchas. “Parecen equecos”, dice una en alusión al emblemático personaje andino que representa la abundancia. Aquí arriba aún no hay una tienda de souvenirs para adquirir recuerdos. “También son los más preguntones”, agrega otra, antes de describirle a una familia de chilenos algunos hitos urbanos de la ciudad.
“El Estadio Nacional es el estadio más importante del país y se inauguró en 1938”, explica, hasta que un visitante la interrumpe. “Yo entiendo que es de 1962”, afirma desafiante. La guía responde que ese año solo se disputó el campeonato mundial.
Acto seguido repite la información en portugués. Después explica:
-Tenemos que manejar información básica sobre la ciudad y pese a que no hay tours guiados, de repente armamos grupos y recorremos el mirador completo.
Quienes trabajan en esta nueva atracción de la ciudad, una que se perfila para transformarse en una clásica postal urbana, afirman que, lejos, la mejor hora para subir los 63 pisos y contemplar la capital es el atardecer.
Es en pleno ocaso cuando decenas de parejas miran el horizonte abrazadas, tomando las habituales selfies e inmortalizando con sus celulares la ciudad. No pasará mucho tiempo para que a más de alguien le parezca que, con la ciudad a sus pies, es el lugar perfecto para pedir matrimonio.
Si este hubiera sido otro espacio de Santiago, de seguro las parejas inmortalizarían su cariño rayando sus nombres en el centro de un corazón. Pero, en este aséptico y empinado lugar, las cámaras y los guardias de seguridad se encargarían de impedirlo.