Abertura espacial en el par vial Viana/Álvares en Viña del Mar: ¿Progreso o Mutación?
por José Pedro Vicente
Obstrucción visual, contaminación, entorpecimiento vial, son algunas descripciones que al parecer desaparecieron con la eliminación del gran muro que nos acompañaba desde el año 1850 en Viña del Mar y por el cual circulaban los Automotores Eléctricos Suburbanos, considerando como barrera urbana las siete cuadras que suman el tramo que va desde la Plaza de Viña hasta Agua Santa por donde solía ir la vía férrea, reemplazada por el ferrocarril subterráneo el 2005.
La IV etapa es un proyecto que no solo presenta “el mejoramiento integral y modernización del servicio de transporte de pasajeros entre Limache y el Puerto de Valparaíso” como señalan los archivos de Merval, sino también da origen al ensanchamiento de Viana y Álvares, donde anteriormente avanzábamos en micro a la misma velocidad del peatón tolerando hasta tres luces rojas por semáforo para que el chofer de esta consiguiera una mayor cantidad de pasajeros. Hoy resulta un efectivo y eficiente desenlace vial, lo cual trae por consecuencia una serie de beneficios que van desde una disminución en la pérdida de tiempo en transporte, hasta una plusvalía en las distintas propiedades, generando así un incentivo y reactivación de la vivienda en dicho sector. Consecuencia de esto surgen nuevos equipamientos de servicios entregando como resultado un nuevo ritmo y funcionamiento local.
Esta transformación producto de la fusión de este par de vías al sacar la línea de tren, da origen a la arteria urbana denominada Par Vial Viana / Álvares, cuyo primer impacto fue el contraste entre lo que era y en lo que se convirtió, en términos de abertura espacial. Dicha condición origina nuevas relaciones visuales, entregando así una capacidad de observación sobre los atractivos valores patrimoniales presentes en la ciudad -o por lo menos los que van quedando- presentándolos a modo de esculturas urbanas y huellas de tipologías de antaño. Por nombrar algunos de los que se presentan en este recorrido están La Casa Italia, La Iglesia Anglicana San Pedro, la casona ocupada por un Instituto de Arte Culinario, la Parroquia y el Club de Viña. Esta posibilidad de mirar la ciudad a partir del nuevo espacio, entrega también una concepción de la ciudad antes no observada, reconociendo, o bien redescubriendo, cualidades del lugar que siempre nos han acompañado.
Imágen de Nelson Escobar
Dicha condición de renovación urbana de pronto olvida el nombre de Ciudad Jardín, la cual ha tenido que ir aceptando ciertas mutaciones, ya que más que progreso, es un acomodo a la necesidad del momento, donde hemos sido testigos y afectados por los cambios que inevitablemente han priorizado sobre una arborización verde; una “verde – amarilla y roja sincronizada”, y donde vemos como resultado una suerte de maquillaje, una especie de decorativismo que intenta cambiar el rostro de esta avenida, o bien rellenar con algunas flores los retazos que dejaron la pavimentación y losas para el eficiente funcionamiento del automóvil y transporte en general, lo cual no solo transforma este paseo en un molesto acelerar de motores y cargantes bocinas, sino también el uso de este bandejón central, requiere atravesar seis calles, sumando la entrada y salida, ya que el paseo no nos lleva a alguna parte mas que el distanciamiento entre estaciones, añorando algún árbol que nos cobije de la polución.
Si bien la “remodelación” entrega un aporte como cambio y un avance en la calidad del espacio urbano trayendo consigo además un desencadenamiento de variados beneficios, apunta a una solución en función del automóvil, fluidez, traslado, rapidez etc., es decir, la ciudad en muchos casos, y está bien que así sea, evoluciona en base a las necesidades que la apremian, pero lamentablemente queda en un segundo plano la habitabilidad urbana, entendiendo a esta como la aparición del peatón en la ciudad y el contacto entre ellos, el uso del espacio público a modo de esparcimiento y recreación , condición urbana cada vez mas necesitada y paradójicamente menos valorada.
Texto y fotografías intervenidas: José Pedro Vicente, Arquitecto UVM. Magíster en Arquitectura Pontificia UC. Santiago.