¡América Latina necesita infraestructura!
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En Chile, y especialmente en Santiago, hemos experimentado la necesidad de infraestructura que posibilite el crecimiento. Entre todas ellas, la infraestructura vial adquirió una notoriedad y un atractivo político especial durante el período del ex presidente Ricardo Lagos en el Ministerio de Obras públicas y luego en la oficina principal de La Moneda. El énfasis puesto en este ítem en la pasada década ha posicionado a Chile como líder en el ámbito de la competitividad de infraestructura en América Latina, pero la inminente crisis energética y especialmente el fracaso de Transantiago han sido tomados como ejemplos de las dificultades que se vienen no solo para el país, sino para todo el resto del continente.
En su edición de Diciembre del 2007, la revista America Economía publicó una nueva edición de su ranking de infraestructura para América Latina. Los ejes principales del estudio elaborado por CG/LA son energía eléctrica, transporte y logística, gestión del agua (potable y servida) y conectividad digital (telecomunicaciones y TI), cada una analizada a través de 40 variables que se agrupan en dos dimensiones: variables de infraestructura (datos cuantitativos) y variables de economía/política que describen la capacidad de un país para llevar adelante proyectos (disponibilidad de recursos técnicos, acceso a financiamiento, calidad de la implementación de los proyectos). El listado, al igual que en el año anterior, fue liderado por Chile y mantiene a Haití en el último lugar. Chile obtiene el primer puesto en las subcategorías de transporte y gestión de recursos hídricos, mientras que Mexico y Colombia despuntan áreas como la generación y distribución eléctrica, Uruguay y Argentina en la infraestructura digital y penetración de teléfonos móviles y Brasil en los servicios de comunicaciones y TI.
Los resultados se presentan el un artículo titulado “En la Vía Lenta”, tratando de indicar una problemática ilustrada de esta manera: “un reciente estudio de Booz Allen Hamillton señaló que la región requerirá inversiones por US$ 7,45 billones (millones de billones) en su infraestructura urbana en los próximos 25 años para renovar sus sistemas obsoletos y satisfacer la creciente demanda de servicios básicos a sus habitantes. El monto es equivalente al 18,2% de las inversiones que requiere todo el mundo, demasiado para una región que apenas representa el 6% del PIB global y el 12% de la población del planeta.”
Latinoamérica tiene un desafío que puede ser guiado por referentes de gestión como el Ministerio de Obras Públicas en Chile y la Comisión Federal de Electricidad en México, instituciones de amplio reconocimiento por sus logros en materia de infraestructura. Un especial interés despierta el caso de Brasil, donde se avecinan los proyectos asociados al Mundial de Futbol para el 2014 (tal como hoy presentan oportunidades en Sudáfrica, y ya se han completado numerosas obras para Beijing 2008). A todo el continente le restan desafíos en 8 ejes que han sido definidos como los necesarios para posibilitar el desarrollo de infraestructura: visión de la autoridad, capacidad técnica y del sector público, capacidad estratégica del sector público, disposición a crear grandes proyectos, liderazgo, rentabilidad en el largo plazo, fuerte industria local y disponibilidad de inversión local.
Según los análisis de los resultados arrojados, América Economía resalta que, “no obstante, el estar tan atrasados puede ser una ventaja. A medida que la globalización avanza, la región tiene una oportunidad única de repensar su infraestructura básica, repensar la manera como se vincula productivamente con el mundo y rediseñar una infra básica para la competitividad de largo plazo”.
Esto cobra especial valor cuando vemos los resultados cualitativos de la presencia de esta infraestructura, especialmente de la de transporte. Además del desastre del nuevo plan de transporte público en Santiago, la implementación de las autopistas urbanas bajo el lema “movilidad es riqueza” ideado por Marcial Echenique y ejecutado mediante el sistema de concesiones de Lagos, nos deja un sabor agridulce. Si la presencia de las autopistas es necesaria, también es cierto que su implantación ah causado daños en el tejido urbano, especialmente de la periferia pobre de Santiago. El mal sistema de transporte público agudiza las diferencias entre la inversión orientada al crecimiento económico y asociada al uso de automóvil, respecto a la mayoría de chilenos que habitan en la periferia difícil creada por el modelo en extensión que las autopistas proponen; sin un transporte público eficiente, no hay acceso a esa “movilidad que es riqueza”.
Si Chile aparece liderando los datos cuantitativos y asociados a la competividad económica en Latinoamérica, es urgente dar un salto cualitativo en los efectos de esta infraestructura urbana en la ciudad. Por ejemplo, lamentablemente, a pesar de que pueda ser celebrable el nuevo trazado subterráneo del tramo restante de Vespucio Oriente, es triste darse cuenta de que un tratado adecuado de la infraestructura como proyecto urbano solo ocurre en los sectores acomodados, donde se concentra el poder, y en el resto hay un extraño sabor y obre todo un fuerte olor a asfalto, caucho e inequidad, lejos de los números felices y los rankings top.