Estudio de OMS revela que barrios y clases sociales influyen en esperanza de vida
El País/España
Un niño nacido en Calton, un suburbio de Glasgow (Escocia, Reino Unido), vivirá un promedio de 54 años. Otro niño que nazca a unos pocos kilómetros de distancia, en el barrio rico de Lenzie, vivirá 82. Son 28 años de diferencia que no se deben a factores genéticos, sino sociales. Es lo que viene a explicar, con gran profusión de datos, el primer estudio mundial publicado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), que afirma que “la gran mayoría de la población del planeta tiene peor salud de lo que permite la biología”.
Esta misma semana se celebra en Ginebra el XX Congreso Mundial del Cáncer, en el que expertos de todo el mundo analizan la importancia de las condiciones de vida de las personas para explicar el desarrollo de la enfermedad. El Presidente de Uruguay, el oncólogo Tabaré Vázquez, declaró el miércoles que “la situación socioeconómica de una persona es un factor clave ante la posibilidad de padecer cáncer”. Y lo acompañó de datos: el 50% de los casos de esta enfermedad en el mundo aparecen en países en vías de desarrollo. Un porcentaje que aumentará al 75% en 2020.
Los niños tienen expectativas de vida muy diferentes según su lugar de nacimiento. En Japón o Suecia pueden esperar vivir más de 80 años; en Brasil, 72; y en algunos países africanos, menos de 50. Pero las desigualdades en salud no se dan sólo entre países, sino también en el interior de los mismos. En todo el mundo, la salud y la enfermedad siguen un “gradiente social”: a medida que las personas descienden en la escala social, peor es su salud.
Si en EE.UU. los blancos y los afroamericanos tuvieran las mismas tasas de mortalidad, se podrían haber evitado más de 800 mil muertes entre 1991 y 2000. Durante el mismo período de tiempo, los avances médicos en ese país sólo han conseguido evitar 176.000 muertes. En los países ricos, una baja posición socioeconómica implica una educación de peor calidad, un mayor riesgo de desempleo o vivir en vecindarios más inseguros, con el consecuente impacto sobre la vida familiar. Esto hace que la salud de los desfavorecidos en los países ricos sea, en algunos casos, peor que la media de los países pobres o en vías de desarrollo.