En revista Qué Pasa: ¿Necesita Santiago un solo alcalde?
Desde hace bastante tiempo ha aparecido entre nosotros la discusión acerca de la posibilidad de implementar un alcalde mayor para la ciudad de Santiago. Hoy día mismo, un artículo al respecto ha sido publicado en Plataforma Urbana. Al parecer, en medio del debate eleccionario, y de la sobreexposición de alcaldes y candidatos, esta discusión ha tomado fuerza en distintas esferas; la semana pasada se publicó en Revista Qué Pasa, un artículo titulado «¿Necesita Santiago un solo alcalde?» en que 7 arquitectos, urbanistas y sociólogos se refieren a este tema. Para complementar lo presentado en los post anteriores sobre este tema, exponemos ahora lo presentado en dicho artículo de Qué Pasa, con las visiones de Alejandro Aravena, Cristián de Groote, Marcial Echenique, Francisco Sabatini, Iván Poduje, Pablo Allard y Germán del Sol. ¿Cuál es la tuya?
Por Alejandro Aravena. Arquitecto de Elemental, proyecto que recibió el León de Plata en la Bienal de Arquitectura de Venecia.
Esto que suena bastante obvio, no es lo que votaremos los chilenos este domingo. Elegiremos alcaldes para comunas, no para ciudades. Mientras la localidad es pequeña, da más o menos lo mismo, pero para ciudades con varios municipios y para zonas metropolitanas, donde el recurso más escaso es la coordinación, elegir alcaldes comunales es una oportunidad perdida. El desfase entre la realidad unitaria e indivisible de la ciudad y su compartimentación administrativa en alcaldías comunales explica, en parte importante, el desfase entre el nivel de desarrollo del país y el mediocre estándar urbano de nuestras ciudades.
No es casual que más del 70% elegirá alcalde privilegiando su honestidad. Esto es sintomático de un cargo del que se espera, a lo más, una buena administración. Una comuna es razonable que sea bien administrada, pero una ciudad debe ser proyectada: por una parte, debe anticipar, planear y diseñar su desarrollo, su espacio, sus lugares y, por otra parte, debe ser catapultada hacia un estado mejor, lanzada hacia su potencial.
Si la ciudad fuera un cuerpo, el trabajo de alcalde comunal se circunscribiría a alimentarse, a lavarse los dientes para evitar las caries, a vestirse para no enfermar. Pero de eso no se trata la vida. Es condición necesaria pero no suficiente.
Algunos ejemplos:
El más conocido es la transformación urbana de Bogotá por medio de la inversión en espacio público y la implementación de Transmilenio -la versión exitosa del Transantiago, que no tuvimos la humildad de saber copiar- fueron proyectos (obras) de escala municipal: el alcalde Peñalosa, León de Oro en la anterior versión de la Bienal de Venecia.
Menos citado, pero bastante más impresionante como logro y ejemplar como operación urbana, es el caso del alcalde Sergio Fajardo en Medellín, que inició, uno por uno, la transformación de los barrios más duros de la ciudad por medio de un plan de transporte audaz (teleféricos), la dotación de infraestructura de primer nivel (colectores de agua lluvia, alcantarillados e iluminación pública) y la construcción de parques bibliotecas de arquitectura sin complejos.
En Chile, una operación así habría requerido varios ministerios, varios municipios, muchísimas reuniones: no se habría hecho nunca.
Alguien va a decir que no viene al caso siquiera compararnos con Colombia. Al contrario, la actitud que debería movernos es que si una idea ambiciosa, sin perder complejidad, fue llevada adelante en ese país con todas las dificultades del caso, entonces también nosotros debiéramos poder hacerla.
Nada de este nivel se ve en los programas de nuestros próximos alcaldes. Nadie proyecta nada; hacen tareas. A veces es por incapacidad de llegar a esa derivada, otras veces porque simplemente no es el ámbito de la competencia comunal.
¿Se necesita un alcalde mayor para ciudades que tienen muchos municipios o zonas metropolitanas? No, nos sobran alcaldes menores.
Por Cristián de Groote, Arquitecto. Premio Nacional de Arquitectura 1993.
No cabe duda alguna de que una ciudad de la envergadura de Santiago requiere de una autoridad centralizada, llámese alcalde mayor, gobernador, o lo que sea, que tenga una visión clara de qué ciudad es la que queremos y necesitamos, y que coordine todos los recursos y esfuerzos que a ella se destinan.
No estaríamos descubriendo la pólvora sino aplicando un mínimo de cordura y de experiencia ajena a una situación que desde principios del siglo XX hace crisis por todos lados. No es por otra razón que nos encontramos con túneles que no se pueden usar porque no se han hecho los enlaces, un “Portal Bicentenario” del cual ya nadie se acuerda -ni siquiera su promotor-, pero que ha dejado a Santiago sin aeropuerto alternativo, un “Sanhattan” al que no se sabe si va a ser posible llegar o salir, o un sistema de transporte que no funciona porque, por un lado, se usan a sabiendas premisas falsas y, por otro, no se ejecutan las obras de infraestructura necesarias para su puesta en marcha. Suma y sigue.
Mientras tanto, las presiones espurias por ampliar el radio urbano, por aumentar los índices de constructibilidad, por emparedar los cerros con edificios se hacen sentir y gana el que tiene mejores compadres.
Ahora, la otra cara de la medalla. Si bien no hay duda de que nuestra ciudad requiere de una cabeza para conducir sus destinos, para que ella sea realmente eficaz debe estar investida de autoridad, y en un país tan politizado como el nuestro, con la concentración de población y riqueza que tiene la capital, este cargo sería para los partidos políticos el botín más preciado después de la Presidencia.
Por Marcial Echenique, Arquitecto. Decano de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Cambridge.
Es fundamental para Santiago, y las ciudades de cierta envergadura, contar con una planificación integrada de las distintas intervenciones sectoriales (Minvu, MOP, Transportes, municipalidades, etc.) para evitar los problemas, como el futuro colapso de “Sanhattan” o los túneles del San Cristóbal. Creo que hay un consenso sobre esta necesidad, dada la acogida de los ministros y profesionales, pero no estoy convencido de crear una nueva institucionalidad como la de un alcalde mayor. Ya existe la figura del intendente y del CORE. Lo que hay que hacer es darle las herramientas necesarias (pasándole todos los equipos técnicos de los distintos Seremis a la Intendencia) y los poderes ejecutivos para planificar, implementar y fiscalizar el desarrollo urbano. El plan desarrollado debería ser aprobado por el CORE, que idealmente debería estar constituido por todos los alcaldes de la Región Metropolitana. Los proyectos de cierto tamaño deberían también someterse a la aprobación de la Intendencia.
El problema de tener un alcalde para todo Santiago es que se generará un conflicto con el presidente, ya que el peso específico de esta ciudad es demasiado grande. Creo que es más probable de implementar rápidamente un intendente no político, más bien tecnocrático -para no generar conflictos ideológicos en el caso de pertenecer a distintos partidos-, y de la confianza del presidente. La región debe tener un presupuesto equivalente al que hoy tienen los distintos ministerios en lo que corresponde a Santiago en términos de personal administrativo y técnico, consultoría, inversión y mantención.
Al gobierno de Chile le están costando muy caros las políticas y proyectos que actualmente se han implementado en forma descoordinada. Va a costar más aún, en términos de pérdida de recursos (tiempo y dinero), a los ciudadanos que usan la ciudad, además de la pérdida de valor de las inversiones (desvalorización de los inmuebles). Hay que tener una visión estratégica, de largo plazo, consensuada, bien estudiada para que Santiago se transforme en una ciudad moderna, eficiente, equitativa y de calidad ambiental.
“MÁS QUE LA SUMA DE LAS PARTES”
Por Francisco Sabatini, Sociólogo UC y PhD. en Planificación Urbana de la Universidad de California.
Hace 20 años no era tan clara la conveniencia de tener alcaldes mayores a cargo de las grandes ciudades. Hoy resulta urgente crear esa figura, especialmente en el Gran Santiago, donde la gestión urbana de “trozos urbanos” o municipios, hecha en gran medida a puertas cerradas, no está a la altura de los desafíos y problemas que enfrentan estas urbes.
La congestión, la contaminación, la “guetización” de los barrios populares y los problemas de seguridad, y los conflictos por la localización de rellenos sanitarios, cárceles y otros proyectos NIMBYs (“no en mi patio trasero”, en inglés) rebasan con mucho a los municipios. Y la forma cómo estamos enfrentando este problema de gestión no es mucho mejor: la intervención del gobierno nacional. Problemas como el suscitado por el Transantiago debieran ser solucionados por esta nueva autoridad, tal como ocurre en Colombia. Allí, el plan de transporte, el célebre Transmilenio, así como el nuevo proyecto de Metro, están en manos de la Alcaldía Mayor de Bogotá, que coordina a 20 localidades (municipios) con razonable éxito.
Más allá de ese ejemplo concreto, existen tres razones de por qué Santiago debiera tener una Alcaldía Mayor.
En primer lugar, las ciudades grandes son cada vez más complejas y sus problemas no pueden solucionarse por partes. Mejores condiciones de movilidad y accesibilidad, mayor integración social residencial para evitar los guetos, menos contaminación del aire y conflictos por NIMBYs sólo pueden conseguirse en Santiago actuando a escala regional.
Segundo, la gran ciudad latinoamericana está sobrellevando una profunda transformación. La segregación tradicional, en que cada municipio tenía una connotación social definida, tiende a una mayor fragmentación. Carreteras y megaproyectos residenciales, de oficinas y malls se dispersan por la metrópolis. Se reducen las distancias entre diferentes estratos sociales y usos del suelo, y más fronteras físicas entre grupos sociales y entre actividades que se molestan entre sí, nos enfrentan a ciudades dinámicas y difíciles de gestionar.
En tercer lugar se encuentra el tema medioambiental: la contaminación dejó de ser una cuestión de basuras a cargo de cada municipio. Proliferan hoy NIMBYs como autopistas, cementerios o aeropuertos locales. Son parte inevitable del desarrollo urbano actual, pero como son rechazados localmente, requieren de una autoridad mayor que planifique -en forma justa en lo social y eficiente en lo técnico y económico-dónde instalarlos.
Por Iván Poduje, Urbanista. académico UC y socio de Atisba.
El caso de “Sanhattan” ha vuelto a demostrar que en Chile nadie tiene atribuciones para coordinar la acción de ministerios y municipios a nivel de ciudades. Esta carencia ya produjo problemas serios en Transantiago y se teme que ocurra lo mismo en el Plan Valparaíso, donde existen indefiniciones y atrasos preocupantes.
A mi juicio, existen tres formas de resolver este problema y que, por su complejidad, debieran abordarse por etapas. La primera es reducir el número de organismos públicos que intervienen en la ciudad desde el gobierno central. Lo ideal es volver al diseño institucional de 1964, donde Obras Públicas, Vivienda y Transportes estaban en un solo ministerio que fue capaz de materializar iniciativas notables como el PRIS de Santiago o el Plan Serena. Por otro lado, debe restringirse la participación de organismos que carecen de competencias técnicas en materia urbana, como el Ministerio de Agricultura o la Subdere.
Lo segundo es traspasar poder y recursos a los gobiernos regionales. El rol de alcalde mayor debe ser asumido por un intendente con liderazgo y atribuciones reales para planificar y ejecutar lo previsto. No es conveniente ni necesario crear una nueva autoridad metropolitana, ya que probablemente duplicará funciones de las secretarías regionales ministeriales. En tercer lugar debe revisarse la política de crear nuevas comunas en áreas metropolitanas o capitales regionales, ya que complica en demasía la planificación integral de la ciudad, al requerir del acuerdo de muchos alcaldes.
Los cambios propuestos no son simples. La experiencia indica que, sin recursos y competencias técnicas, la descentralización no funciona y puede agravar el problema, como se ha visto con el traspaso de la salud y la educación a los municipios. Es de esperar que en la próxima elección presidencial el tema del gobierno de la ciudad sea prioritario y que los programas de los candidatos tengan propuestas concretas que les permitan iniciar las reformas apenas lleguen a La Moneda.
Por Pablo Allard, Arquitecto, doctor, máster en Diseño Urbano.
Hace un tiempo se escuchan con fuerza clamores por contar con un alcalde mayor que resuelva la falta de integración, coordinación y planificación de las áreas metropolitanas. Si bien dicho rol lo debieran ejercer los alcaldes, esto ya es complejo en zonas como el Gran Valparaíso, donde su área urbana considera municipios muy diversos. Lo mismo pasa con Concepción.
Si en esas ciudades ya es compleja la administración del territorio, lo es aún más en el Gran Santiago y su treintena de comunas urbanas con diversas realidades geográficas, sociales, económicas y políticas. Lo más lógico es que la figura del intendente jugara el rol de gran aglutinador, pero su jurisdicción es a nivel regional y no sólo sus áreas urbanas. Además sus atribuciones, en particular en la Región Metropolitana, son limitadas: no cuenta con la capacidad de planificar, diseñar e implementar planes que son feudos de los ministerios sectoriales o se fragmentan en miles de proyectitos municipales. Por último, es un cargo de confianza del presidente y responde a un Consejo Regional determinado también en forma discrecional y por equilibrios políticos.
Para salvar la falta de coordinación, el gobierno cuenta con el Comité Interministerial de Ciudad y Territorio, al cual concurren Vivienda y Urbanismo, Obras Públicas y Transportes, entre otros. Pero los ministerios están acostumbrados a trabajar por su cuenta, como se puede ver en casos como el Transantiago. Por ello, se ha propuesto la figura de una autoridad metropolitana de Transportes, que desde la perspectiva del transporte urbano pueda coordinar las instancias y actores involucrados. Esta iniciativa me parece plausible, pero surge la duda de qué pasará si surgen en forma independiente otras autoridades metropolitanas de aguas, energía, medio ambiente o desarrollo urbano. Esto, al igual que la creación de un alcalde mayor -sobre los municipios urbanos y bajo el intendente-, sólo generaría más burocracia.
Es mejor reperfilar al intendente como una autoridad metropolitana cuando sea el caso, que sea un cargo técnico, elegido por concurso y no designado, para que no se convierta en un “petit president” que haga sombra a quien esté en La Moneda. Que cuente con un Consejo Regional electo democráticamente o constituido por los alcaldes comunales. Que rinda cuenta anual de su gestión y se evalúe su continuidad cada cierto tiempo, cuente con recursos y la capacidad de gestión y ejecución de proyectos, así como la facultad de visar o vetar cualquier proyecto sectorial que afecte el “Plan Estratégico de Desarrollo Metropolitano Integral”, primer producto de su gestión.
Por Germán del Sol, Arquitecto. Premio Nacional de Arquitectura 2006.
Creo, como la mayoría de los arquitectos, que para hacer de Santiago una ciudad sustentable, las acciones públicas y privadas en el territorio deben ser coordinadas y fiscalizadas. Para evitar, por ejemplo, la congestión que producirán los rascacielos en “Sanhattan” o el túnel del cerro en Pedro de Valdivia Norte.
Algunos piensan que hay que centralizar las decisiones en un alcalde mayor. Yo no soy de esa idea. Ya hemos visto el fracaso de la planificación centralizada en el Transantiago y en Ferrocarriles.
Las predicciones necesarias para planificar fallan. Tal vez, porque la diversidad que da vida a la ciudad actual es fruto de espacios comunes, barrios y vecindarios que no se pueden planificar centralmente, sino que resultan de la iniciativa de millones de personas actuando más o menos libremente a la vez. Superando cualquier predicción.
La ciudad ha sido siempre una amplia promesa de libertad. Incluso del barrio, del pueblo chico, de los vecinos y de los familiares que a veces añoramos. En la ciudad conviven personas con distintos modos de vida, culturas y concepciones del mundo. Esa rica diversidad es la riqueza que la gente busca en la ciudad. La ciudad no es su forma, sino el modo de vida de su gente. Los valores de la cultura urbana de Londres, Viena, París o Barcelona pueden cultivarse ahora fuera de la ciudad, en ese paisaje rico de conexiones humanas que se extiende sin una forma clara por el territorio, y cuyo centro está en todas partes.
La responsabilidad del urbanismo es comprender el nuevo espacio público que se abre más allá del antiguo paradigma arquitectónico superado por los hechos. Y pensar la ciudad de una manera que sea más favorable para la vida, que para la especulación intelectual y comercial.
Creo que las direcciones de Obras de las municipalidades metropolitanas, articuladas por un Intendente con más atributos, pueden hacerlo.
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