Editorial – Sombrío panorama del Transantiago
(El Mercurio, 17/11/2008)
Los intentos de mejorar el Transantiago no han variado la percepción de sus usuarios. Éstos, según una encuesta reciente, estiman que incluso los buses piratas ofrecen un mejor servicio que el sistema de transporte público oficial.
El ministro ha intentado cambiar los contratos, crear nuevos recorridos, castigar a los operadores por faltar a las frecuencias y la regularidad contratadas, e incluso ha llegado a cancelar concesiones, sin que el público perciba un mejoramiento. Los buses han aumentado, pero su regularidad es aún deficiente. Asimismo, el software de gestión de flota, necesario para proveer un servicio regular, tardará años en implementarse: sólo en diciembre se dará inicio a la licitación del contrato.
Hay una deficiencia estructural: el sistema está basado en transbordos, y éstos son la parte más desagradable del servicio, pues los tiempos de espera tienen una percepción de costo mucho mayor, y las esperas son irregulares. Los usuarios quizás perdonarían estas fallas si el servicio de troncales representara una mejora sustancial en la calidad, pero ellos no son más rápidos ni más cómodos que los alimentadores, salvo en las vías exclusivas. El transbordo al Metro es diferente, pues no hay incertidumbre sobre su servicio, y su velocidad es mayor que la de los alimentadores. Esto explica por qué los buses troncales van a menudo semivacíos, mientras el Metro funciona cerca de su capacidad. La solución requiere años y recursos, ya sea para extender las vías exclusivas (modelo del Transmilenio, en Bogotá) o las redes del Metro.
Entretanto, el ministro debe lidiar con un diseño deficiente y mal implementado, cuya calidad parece haber tocado su techo. Los recientes recortes de pagos a los operadores por problemas de regularidad de las frecuencias -sólo se cumplía el 84 por ciento de las prometidas en las horas de la mañana, de 6:30 a 8:30- han sido denunciados por los operadores como “garrote”, pero han tenido un efecto disciplinador.
Una solución intermedia es la de crear recorridos de larga distancia, similares a los de los buses amarillos, que no corresponden al diseño fundamental del Transantiago. Algunos de ellos pueden no ser rentables para los operadores, por lo que piden compensaciones, aumentando aún más los costos, que superan ya los 700 millones de dólares.
El mercado, respondiendo a las deficiencias del sistema, ha creado los buses pirata, que mejoran el servicio, pero a un costo mayor y sin ninguna clase de planificación ni seguros. Esto, que reproduce lo ocurrido en otros países, no es una solución ideal, pero ha sido tolerado porque alivia los problemas del transporte público. Paradójicamente, el reemplazo del sistema semiplanificado de buses amarillos por el planificado Transantiago ha dado origen a un sistema de transporte sin reglas.