Editorial – Parque O'Higgins-Cousiño
(El Mercurio, 21/12/2008)
El proyecto que lleva adelante la Municipalidad de Santiago para remozar el Parque O’Higgins, anunciado en 2006, ha ido más lento que lo esperado, pero, de avanzar en su concreción durante el próximo año, puede convertirse en la obra urbana más relevante para la nueva gestión edilicia y en un buen gesto urbano con miras a la celebración del Bicentenario.
Dicha área sirve de pulmón y recreación a un creciente número de habitantes del sector sur de la ciudad, a pesar de su progresiva degradación en las últimas décadas. Desde su diseño original -se inauguró en 1873-, la pérdida de espacios verdes equivale a alrededor de un tercio de su superficie. En otros países, los parques de esta naturaleza han sido objeto de renovada preocupación por la autoridad, tras años de descuido y desconfianza por los espacios abiertos.
Las distintas edificaciones que se le han adosado a dicho parque desdibujaron su función original, convergiendo allí actividades tan heterogéneas como una universidad, un estadio techado y un centro de juegos mecánicos. Los trabajos que ahora se realizan reducirán las dimensiones excesivas de la explanada donde se llevan a cabo las revistas militares. Con todo, se hace difícil la integración armónica de estas funciones como lo plantea el proyecto, sumadas al centro gastronómico “El Pueblito”, cuya permanencia en ese lugar está en litigio con la municipalidad. Otro factor que debilita su uso es la mala calidad y escasez de los accesos. El enrejado instalado en los años 70 no se justifica, pues, como lo muestra la experiencia internacional, el mejoramiento de la iluminación y la ampliación de los accesos hacen que el aumento de público derivado de esas medidas se convierta en el mejor medio para garantizar la seguridad.
Diversas administraciones han ido admitiendo la instalación de servicios en el interior del parque, como una forma de atraer recursos para su cuidado y mantenimiento. Sería deseable que, paulatinamente, el Parque O’Higgins se acercara al modelo anglosajón, en el que las extensiones de prados y conjuntos arbóreos se conservan libres de una invasión de edificaciones extrañas. Esto supondría incorporar un modelo de gestión acorde con el interés común, que libere a los parques públicos del imperativo de generar ingresos.
La recuperación de este parque sería ocasión de hacer justicia a la memoria de su creador, Luis Cousiño Squella (1835-1873), quien dedicó ingentes recursos y esfuerzos para hacer este obsequio a la capital. De allí que mereciera llevar su nombre, hasta que en 1972 las odiosidades políticas de esa época llevaron a cambiarlo por el de O’Higgins -sin vinculación alguna con esta área.