Narcotráfico, ciudad e identidad

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  • Hace algunos días El Mercurio publicó un artículo Bound dvdrip sobre los 200 mil vecinos que viven en el país como rehenes del narcotráfico, incluidos mujeres, hombres y niños de ciudades tan diversas como La Serena, Puerto Montt, Antofagasta, Alto Hospicio, Copiapó o Santiago. Datos alarmantes con categóricas frases como Muchos menores son reclutados como “soldados” de los narcotraficantes y alertan de la presencia de extraños y de policías por celular, o Los narcotraficantes tienen amenazados a los pobladores, por lo que ahora nadie se atreve a denunciarlos. La complejidad y diversidad de fenómenos que están detrás de que esta realidad sea efectivamente como es, me parece, no es  simplificable a la falta de seguridad -reducida ésta a rejas y candados- que organizaciones como Paz Ciudadana y el mismo artículo mencionado, parecieran insinuar constantemente.

    Sin duda el origen de una estructura social como la recién mencionada, tiene su origen en fenómenos, realidades y tejidos sociales altamente complejos difícilmente abordable en unas pocas palabras, y difícilmente solucionables -por lo mismo- con unos cuantos policías de más y unos pocos faroles de mayor voltaje.

    Es difícil lograr imaginar el sin número de historias individuales y colectivas que dan forma a este tejido social. Las mismas poblaciones que construyeron su historia en base a una suma de relatos reivindicatorios en los sesenta, setenta y ochenta, para construir así un relato colectivo de resistencia, asumiendo un rol de oposición, son de las que hablamos ahora. Esas mismas historias que lograron crear un carácter identitario fuertemente arraigado en los pobladores, tomaron un curso que hoy día llevan el relato a frases como aquellas con que empieza este artículo.

    Hace algunos meses Gabriel Salazar, Premio Nacional de Historia, hacía un análisis sobre la Clase Media y la ciudad; el historiador hacía la siguiente reflexión:

    “Los gobiernos los últimos 10 años han aumentado 122% la inversión en policía y en seguridad ciudadana, pero la delincuencia ha aumentado exactamente en un 122% […] Y a medida que crecen están desarrollando identidad, llamémosla Chora, y hoy día ser choro es una identidad más atractiva en los sectores populares que ser un proletario; el proletario que trabaja desesperadamente y atraviesa todo Santiago viajando dos horas de ida, lo humillan, y más encima va a trabajar donde le pagan 150 con suerte; en este contexto ser choro es mejor que ser proletario, porque el choro trafica, acumula, como tiene plata se transforma en un mecenas de su población, es un hombre importante, tiene amigos, tiene séquito, tiene clientela, tiene redes.”

    Lo propuesto por Salazar sin duda que amplía el problema, no sólo desde una perspectiva histórica, sino que desde la complejidad de las relaciones al interior de una comunidad, de los roles que en ella se cumplen, entendiendo por comunidad tanto el barrio, la comuna, como la ciudad en su totalidad. En esa enorme comunidad que llamamos Santiago, por ejemplo, los roles extremos y separados por kilómetros posiblemente han sido clave en el desarrollo de estas identidades; hace algunos meses nos referíamos a esto en relación a los estigmas en el caso de Puente Alto , pero la lista de ejemplos podría ser extensa.

    Se me aparece de pronto la película Ciudad de Dios, y la importancia en ella no sólo de las redes y conflictos entre bandos enemigos y narcotráfico, sino la ciudad de Rio de Janeiro como telón de fondo fundamental para el desarrollo de la historia. El narcotráfico y sus consecuencias, la seguridad, sus procesos, no son una discusión aislable de una u otra variable. Esa es toda la reflexión; ojalá no se nos olvide al referirnos a ella.