Columna Pablo Allard- El Mes del Barrio y la erradicación del crimen organizado
(La Tercera, 17/05/2009)
Entre el 18 de abril y el 10 de mayo se celebró por primera vez en Chile el Mes del Barrio, iniciativa que busca visibilizar la importancia que tienen éstos en la construcción de ciudades más integradas, armónicas y vitales. Esta iniciativa representa claramente la impronta urbana de la administración Bachelet, que desde un comienzo se focalizó, no en grandes proyectos como lo hizo Lagos, sino más bien en la recuperación de barrios y fortalecimiento de las capacidades de organización de los vecinos.
De esta visión surgió hace dos años el programa “Quiero mi Barrio”, fijándose la ambiciosa meta de intervenir más de 200 barrios vulnerables en todo el país, recuperando la ciudad “desde adentro” y junto a la comunidad. Claramente una aproximación compleja, de largo plazo, que tuvo un comienzo difícil y fuertemente predeterminada por obras y proyectos ya encaminados, pocos recursos y décadas de olvido respecto de los barrios. El programa venía a complementar el cambio de giro que tuvo en 2006 la nueva política habitacional, que había focalizado los recursos en las familias de menos ingresos permitiéndoles acceder a mejores localizaciones, viviendas más grandes y un mejor entorno urbano. Sin embargo, estas iniciativas se toparon con problemas que superaban con creces los alcances urbanos, particularmente en barrios donde el crimen organizado y el narcotráfico se han enquistado, sometiendo a comunidades enteras a vivir aterradas o estigmatizadas.
Días atrás fui invitado por ProUrbana a un encuentro con el alcalde de San Joaquín, Sergio Echeverría, quien planteaba con un realismo lapidario las dificultades para erradicar el tráfico en La Legua Emergencia. Por un lado, hablamos de un tejido urbano de pasajes ciegos y sitios estrechos que favorece la acción de los carteles, y por otro, una comunidad que poco a poco ha sido capturada por el crimen como única actividad económica permitida para salir de la pobreza, y vaya que funciona.
En esos casos, el alcalde hacía notar la urgencia de coordinar y alinear el trabajo con otras iniciativas, como el plan de prevención que lleva adelante el Ministerio del Interior, de manera de complementar el trabajo con la fuerza que ello requiera. El alcalde planteaba que el desafío estaba en unir aspectos de Integración Social (focalizado en el desarrollo centros comunitarios, clubes deportivos, centros juveniles), incrementar la seguridad (con planes de autocontrol, policía municipal, trabajar coordinados con Carabineros y el Ministerio del Interior) y diseño urbano (propiciando espacios públicos multiuso y participativos, diseño antivandálico y presupuesto especial para mantención).
La droga y el crimen organizado siguen criterios de localización similares al retail, tomando posiciones estratégicas en la ciudad. Siguiendo esta lógica, una vía radical pero efectiva para combatirlo será la de sacar los bulldozers y competir por el espacio urbano, con un agresivo programa de erradicación selectiva y reemplazo de actividades allí donde se sepa que operan los carteles.
La experiencia indica que esta estrategia ha dado frutos en la radicación de campamentos, obligando a los narcos a emigrar, pero no se ha probado en la ciudad consolidada. Para darle sostenibilidad a esto, es clave la reconversión económica de las comunidades, recuperando a los jóvenes y las familias con programas de capacitación y emprendimiento desde sus propias organizaciones.
Por último, y lo más importante, es reconocer identidades y erradicar estigmas, de manera que fortalezcamos los múltiples valores que existen en estas comunidades y destronemos al miedo.
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