Una bienal desarraigada
Por Daniela Silva AstorgaUn piso sin obras encendió la 28.a Bienal de Sao Paulo. Tal como se pensó, golpeó al público y giró en torno a su propia historia y espacio. Una jugada inimitable que llega a Chile sin el contexto ni las ideas que le dieron sentido.
Algunos no digirieron la propuesta curatorial de Ivo Mesquita. Su receta se alejó del concepto “feria de arte” y dejó una Bienal de Sao Paulo austera y críptica. Cuando, en noviembre, se abrió el pabellón de Niemeyer, ardió el debate. De los tres pisos, el segundo no tenía obras. Ese fue el primer golpe; el segundo, el montaje minimalista: ninguna de las 42 obras impactaba. Fue una bienal hecha absolutamente para cuestionar el concepto bienal y en función del edificio del parque Ibirapuera. Instancia que se verá, un poco mutilada, en el Museo de Arte Contemporáneo de Quinta Normal, desde este jueves.
Aquí no se va a testimoniar la experiencia 2008. El recinto sin obras y los muebles se quedan en Brasil, junto al espíritu que los motivó y les dio sentido. Al MAC aterriza una pequeña selección curada por Francisco Brugnoli. Misión compleja al evaluar todo lo que puede perder una bienal desarraigada. “Asumimos ese peligro, porque la línea emblemática del museo se llama ‘zona de riesgo’. Justamente, lo más interesante es el deber ponerse en una especie de borderline”, dice Brugnoli. Aunque él mismo le preguntó a Mesquita cómo imitar el segundo piso. Él respondió claramente: “La Bienal de Sao Paulo no se puede trasladar”. Y como museo asumieron traerla desnaturalizada y, quizás, forzada. Así explica el crítico Justo Pastor Mellado que Mesquita se haya marginado de esta muestra en Chile.
Raya para la suma: de 42 artistas, viajan cinco y un curador. Será una muestra con tres partes: obras internacionales (y la chilena de Carlos Navarrete), un “Video lounge” a cargo del brasileño Wagner Morales, y una sección de graffiti nacional. En términos pop, lo más notable es el debut en Chile de la francesa Sophie Calle. Aunque destacarla a Mellado le parezca “provinciano”. Entre los internacionales, también estará João Modé, que viajó para crear una obra in situ. Un paisaje de pequeña escala, como visto desde un avión: “Uso piedras chilenas para armar en el suelo puentes y montañas”, adelanta el autor. Los objetos tienen como representante a Javier Peñafiel, que desde Barcelona reeditó “La agenda de caducidad de los tiempos drásticos”, que tiene reflexiones suyas y una división curiosa de los días (que el público puede completar).
Aquí no se podrá saciar el apetito por el trabajo de Dora Longo, Marina Abramovic o Allan McCollum, platos fuertes de la propuesta de Mesquita. Brugnoli dice que por pocos recursos tuvo que olvidar artistas. ¿Lamentable? Para Mellado, da lo mismo lo que venga: “Si no se reproducen las condiciones de la bienal, no hay lógica que sustente”. Guillermo Machuca, teórico de la U. Chile, lo justifica: “Se han montado tres selecciones de la bienal en años anteriores, ¿por qué la cuarta no debiera ser valiosa? Esta versión 2008 es más difícil por su conceptualidad, pero eso la hace más interesante”.
Machuca considera que la clave es “recontextualizar las obras” para Chile. Si Carlos Navarrete tendrá libertad para redisponer su obra, y Modé -más los graffiteros- creará aquí mismo, esta exposición podría ser una bienal más chilena que brasileña.