La sostenibilidad empieza por casa
(La Tercera. 14/06/09)
Pablo Allard
Escribo tras participar en una misión a Escandinavia donde, gracias al patrocinio de la embajada sueca y Corfo, una veintena de arquitectos, ingenieros, consultores, constructores y desarrolladores inmobiliarios tuvimos la suerte de visitar y compartir experiencias en el diseño, desarrollo y gestión de ciudades sustentables.
Pese a diferencias climáticas, económicas y culturales, la misión permitió conocer de primera fuente los avances y medidas que los suecos están aplicando al desarrollo sostenible, desde el punto de vista de su infraestructura, diseño urbano, gestión municipal y, tan importante como los anteriores, educación cívica. Hoy Suecia es reconocido como uno de los líderes en desarrollo sostenible, y lo ha asumido oficialmente en su política de desarrollo desde el 2008, bajo el programa SymbioCity.
Este concepto se basa en la idea de que se genera mayor eficiencia de todos los recursos cuando se visibilizan y articulan los vínculos y sinergias entre los sistemas de la ciudad. Energía, manejo de residuos, suministro de agua y tratamiento, congestión y transporte, paisajismo y arquitectura sostenible son integrados a las distintas funciones urbanas (vivienda, industria, servicios, cultura y recreacionales), que por lo general se planifican y operan por separado, a distintas escalas institucionales, y que finalmente llevan a la suboptimización.
SymbioCity revisa estas funciones, y las articula a una escala de barrio que permite, por ejemplo, que los buses del transporte público se muevan con biogás de la planta de tratamiento de aguas, que un alto porcentaje de la electricidad sea de origen eólico o geotérmico, y que el saldo de energía, la calefacción y el agua caliente se generen en plantas incineradoras de basura, que contaminan menos que las de carbón o diésel y eliminan la necesidad de vertederos.
Gran parte de estos servicios se distribuyen en redes distritales y son operados o administrados vía concesiones por los propios municipios. Esta optimización ha permitido en barrios modelo como “Hammarby”, en Estocolmo, o “BO01”, en la bahía occidental de Malmô, reducir el consumo energético en 40%, aumentar el uso de transporte público o no motorizado a un 79% de los viajes y bajar el consumo de agua potable de 200 litros per cápita al día a sólo 100.
Detrás de SymbioCity no hay una moda o buenas intenciones para salvar al planeta, sino una visión pragmática de los costos del ciclo de vida de las inversiones urbanas. Si bien la inversión inicial es un 5% mayor que en una ciudad convencional, los beneficios a largo plazo y su rentabilidad justifican el esfuerzo y la inversión pública: los costos de mantención tienden a ser menores, los usos de suelo son más eficientes, los valores de las propiedades suben, los indicadores de calidad de vida mejoran y bajan las emisiones de dióxido de carbono.
Durante toda la misión, los participantes tratábamos de traducir y llevar estos conceptos a la realidad chilena. Los inmobiliarios contaban con frustración cómo los consumidores castigaban las casas donde había mejoras como paneles solares para calentar agua o vidrios dobles, porque son un poco más caras. Los constructores se quejaban de la falta de productos certificados para mejorar la eficiencia de sus edificios, y los arquitectos lamentaban la falta de capacitación y certificación de nuestros profesionales en la materia.
Así y todo, estamos mucho más cerca de Suecia de lo que creemos, y probablemente en los próximos 20 años veremos cambios similares en Chile. Hace 20 años, tener un celular era un lujo, su costo era altísimo y el país tenía una red análoga deficitaria que costaría años y muchos millones desarrollar, hasta que llegaron tecnologías más baratas y hoy tenemos más celulares que habitantes.
Aunque no tengamos los recursos ni la tecnología de los suecos, tenemos que empezar a trabajar desde hoy preparando nuestras ciudades, instituciones y edificios para que, en forma eficiente, vayan integrando estos conceptos en la medida en que las tecnologías se viabilicen. Esto cambiará los paradigmas de cómo hacemos nuestras ciudades, pero vale la pena.
Ahora que el invierno y los altos costos de la energía está más presentes en la ciudadanía, es el momento para perseverar en una campaña educacional que integre los esfuerzos de eficiencia energética e hídrica de los ministerios de Energía y Obras Públicas. Ya empezamos por cambiar las ampolletas, y sería bueno seguir con los aireadores de duchas y grifos, para luego seguir con aislación y otros.
Lo más difícil para los suecos fueron los cambios de hábitos. Y dado que nos vamos a demorar un poco, es mejor que empecemos ahora, para que cuando tengamos los recursos y capacidad podamos aplicar este cambio en forma armónica y coherente.