Un Orgullo Para Chile

(La Tercera. 28/06/2009)

Pablo Allard

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El lunes, en plena Plaza de Armas de Santiago, cerca de tres mil voluntarios, profesionales, dirigentes y pobladores, se unieron a autoridades de gobierno y empresarios para lanzar una campaña sin precedentes: comprometerse a que al 18 de septiembre del 2010 (esto es en 447 días más) no existan más campamentos en Chile. La meta es ambiciosa, pero absolutamente posible, ya que si bien está claro que no estarán listos ni entregados todos los barrios y viviendas, las soluciones definitivas ya podrían estar en curso y los proyectos avanzados. Siempre quedarán pendientes algunos microcampamentos de naturaleza espontánea, difíciles de catastrar y que responden a dinámicas distintas a los campamentos tradicionales, pero el problema estructural del acceso a la vivienda para los más pobres podría estar resuelto, con el consecuente cambio del paisaje urbano y social de nuestro país. Es importante sumarse a la celebración de los 12 años de Un Techo para Chile, e independiente de la opinión o diferencias que podamos tener con algunas de sus estrategias, vale la pena reflexionar respecto de los alcances y efectos que ha tenido en Chile y el continente.
Digamos las cosas como son: Chile es hoy el único país en vías de desarrollo que se ha propuesto eliminar los campamentos informales en el corto plazo. Si revisamos el panorama urbano de Latinoamérica, veremos que aquellos países que están tratando de resolver el problema del acceso a la vivienda propia se han contentado con regularizar y formalizar aquella ciudad “informal” que por medio siglo creció en las periferias de las grandes urbes, encarnadas en “barrios”, “favelas”, “ranchos”, “campamentos” o “villas miseria” (denominación que varía según su origen). A estas alturas son pocos los países latinos que cuentan con políticas de acceso a la propiedad de vivienda capaces de revertir décadas de urbanización informal o ilegal y, probablemente, sólo Chile pretende y aspira a llegar a “déficit cero” de vivienda. Esta reflexión se hace más relevante si consideramos que este esfuerzo se ha realizado dentro de un contexto de escasez y austeridad fiscal que ha requerido innovación, capacidad técnica y voluntad.

En este proceso son muchas las instituciones, personas, empresas y autoridades que han participado, y si bien muchas veces el “Techo” se lleva gran parte de los créditos, este logro es mérito del círculo virtuoso que se estableció entre todos los involucrados. Esto no habría sido posible sin una política habitacional como la que hemos desarrollado, sin la experiencia pionera de programas como Chile Barrio, el compromiso de empresas constructoras, organizadoras de demanda y municipios, el afán de innovación de grupos como Elemental y, por sobre todo, la fuerza de los mismos pobladores y sus dirigentes. Lo que distingue al “Techo” en este grupo es su origen, naturaleza y evolución. Lo que partió como un movimiento limitado a construir 2.000 mediaguas para el Bicentenario, terminó evolucionando en un semillero de líderes y capacidades a todo nivel, que no sólo ha permitido abrir el compromiso con la pobreza a jóvenes universitarios, sino, además, ha derivado en toda una nueva generación de profesionales y pobladores involucrados en las políticas públicas más allá del tema mismo de la vivienda, color político o credo.

Ahora que Un Techo para Chile ha dejado atrás las mediaguas y el voluntariado y se consolida como una plataforma profesional, una vez cumplida la meta de erradicar los campamentos sus ambiciones y energías tendrán que apuntar al verdadero desafío que se nos viene como país: el drama de “los CON casa”. Esté término, acuñado por el arquitecto Alfredo Rodríguez, apunta a la vulnerabilidad y precarias condiciones de habitabilidad de miles de viviendas sociales construidas durante las últimas décadas. El grado de complejidad y dificultad de este desafío es mayor que el de terminar con los campamentos, pero debiera ser nuestra próxima meta como país.

Foto de Juan Farías.