A fortalecer las Ferias Libres: ¿un primer paso?
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La semana pasada se publicó la noticia de que “un total de 6.727 feriantes, pertenecientes a 41 de las 123 ferias de Arica a Aysén que participaron en el Programa de Modernización de Ferias Libres implementado por el Seervicio de Cooperación Técnica (Sercotec)” se vieron beneficiados con una inversión estatal total de 850 millones de pesos.
Es de las pocas veces que puede apreciarse una política pública real de apoyo al desarrollo económico local que las Ferias Libres representan. En el mencionado programa “los objetivos de las postulaciones abordaron aspectos como la disminución de brechas para aumentar la competitividad en los mercados locales; obtener una mejor organización gremial y desarrollar programas de asistencia técnica, como gestión empresarial, modelo de negocios, comercialización e impacto ambiental, entre otros”.
El presidente de la Asociación chilena de Organizaciones de Ferias Libres (Asof) dijo: “esto es importante para nosotros porque estamos cambiando la imagen de 41 ferias del país, lo cual le da un gran impulso a nuestra organización, pues buscamos un nuevo modelo de feria. Queremos crear una cultura del emprendimiento real y capturar nuevos mercados. Con esto queremos que aumente el número de ferias en el país (son alrededor de 400), aprovechando que es primera vez que el Estado participa en una iniciativa así”. Estos dichos se complementan con los del Ministro de Economía, quien señaló que “las ferias libres, al ser cercanas a la comunidad y proveer productos de suma importancia en el consumo diario de los chilenos, deben contar con el apoyo del Gobierno cuando deciden progresar”.
Si bien 41 ferias representan una proporción muy menor respecto al total que hay en chile, por lo cual no es posible hablar de una prioridad real de este tipo de actividad, es interesante ver que el tema aparezca. Abordar el desafío de las Ferias Libres es tremendamente interesante para el futuro de las ciudades chilenas.
Respecto a entenderlas como “inversiones urbanas”, se trata de infraestructuras mucho más “soft”, versus lo “hard-heavy-metal” que puede ser una autopista o, en menor medida, un corredor de Transantiago. Sin embargo pareciese que la serie de nuevas señales que nos hablan de preocuparnos de la democratización de la calidad de vida urbana, de la recuperación de barrios vulnerables, tiene que ver con esta nueva “suavidad”. Podríamos vincularlo directamente con iniciativas como el Programa Quiero Mi Barrio que ha intentado en estos dos últimos años realizar una mirada como esa. Nos encontramos, sin embargo, con la evidencia empírica de que no estamos acostumbrados a trabajar a esa escala y con ese nivel de fineza. Se reflejaba a nivel del diseño de las políticas, al nivel de la forma de reaccionar de los municipios, y a nivel de las capacidades instaladas en las comunidades en relación a nuestro “modelo teórico” de la participación – que resulta ser muy abstracto y poco realista.
El tema de las ferias es una tremenda oportunidad, en este sentido, de abarcar esa nueva fineza que requiere un desarrollo urbano orientado a la democratización de la calidad de vida. Más allá del espacio “colectivo” que el ejemplo del PQMB intentaba abordar, se trata ahora de espacios que mezclan lo público con el desarrollo productivo. Son verdaderas fuentes de redistribución del desarrollo, en el sentido de que la actividad económica involucra una red anclada en la realidad local, y maravillosamente en muchos de nuestros sectores más vulnerables.
El fruto de esto no apunta a postales como Sanhattan – que vendría siendo la foto perfecta del producto cúlmine del paradigma de desarrollo de ciudad centrado en la construcción como respuesta al aumento del valor de la propiedad de la tierra –, sino a otra imagen en la que los protagonistas son una multitud de personas que son quienes se roban el primer plano.
Las ferias libres como proyecto urbano quiebran varios paradigmas:
Conforman una estructura comercial y productiva cuyas bases se anclan en espacios muy locales, muchas veces menores a una comuna; los “emprendedores” son vecinos, por lo que los prestadores de servicios están a una altura similar en la escala social e incluso dentro del espacio en el que se vive. Algo tan abstracto como el “desarrollo económico” es visible e incluso apropiable. Esto es todo lo contrario a un supermercado de una empresa de retail, donde quienes son “dueños” jamás formarán parte de la misma experiencia de sus clientes, articulándose como instituciones sin rostro, incluso probablemente empresas transnacionales.
Además refuerzan la validación del comercio informal, un gran patrimonio cultural y productivo que a los chilenos nos cuesta entender, y rompen con la visión imperante de la zonificación y la especialización de usos, mezclando infraestructura vial (calles) con una plaza, un mercado, una plataforma de servicios.
Se trata de un campo poco estudiado y en el que no se invierte mucho. Esperamos que esta sea una señal de cambio en ese sentido; sería bueno que empezáramos a tener más en consideración a las Ferias Libres.
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