Santa Lucía o el cerro del infortunio
(La Nación. 26/07/2009)
Por Mauricio Valenzuela
El escritor Miguel Serrano afirmaba que, entre la cumbre de este cerro y las escarpadas cimas del monte Kailas en la India, existía una conexión síquica por donde entraban los espíritus.
Visualizo la imagen pavorosa de los cañones en funcionamiento, montados desde la cúspide del Cerro Santa Lucía, bombardeando la ciudad sin clemencia.
Pero no. Por más que a algún niño le gustaría que estas viejas piezas de artillería revivieran, es imposible. Hace dos siglos que dejaron la labor de defensa.
Cuando mucho, seguimos escuchando el cañonazo de las 12. Su salva inútil, además de dar aviso del mediodía, es el recordatorio de que en el medio de nuestra ajetreada ciudad ha existido desde siempre esta mole negra llamada Santa Lucía o “Huelén”, palabra que en mapudungún significa dolor o tristeza.Y es a este “cerro del infortunio” donde llegaron los españoles en 1541 a iniciar nuestra historia.
Ya en la época de la Colonia, sus mesetas eran el último descanso para los suicidas y ateos, o también conocidos en ese entonces como “los desheredados de la Tierra”.
Como no existía un cementerio laico y no se les permitía que fueran enterrados en las iglesias, como a los católicos, se les sepultaba aquí.
A lo largo de los años este rincón ha cambiado su aspecto, abriéndose entre hermosos caminillos y construcciones deslumbrantes. Mucho de esto se le debe a don Benjamín Vicuña Mackenna, quien tiene su estatua a los pies del cerro.
Y no es el único. Pedro de Valdivia también tiene un monumento, al igual que el cacique Caupolicán, cuya escultura es en verdad la de un indio norteamericano.
Pasear por aquí es entrar de lleno a una parte de la historia. Sus laberintos arbolados y húmedos son el escondite perfecto para un encuentro amoroso, de esos que comúnmente se ven tras los matorrales o en algún rinconcito.
Para el santiaguino, el cerro es un obligado paseo familiar alejado de la típica Fantasilandia o del encierro de un cine. Para los provincianos, un recorrido sagrado. Aquí se viene a soñar gratis y a buscar maravillas.
Desgraciadamente, muchos de los tesoros ornamentales del lugar hoy no pueden ser vistos por la multitud, ya que fueron saqueados en pasadas remodelaciones municipales.
Ya en 1874, Vicuña Mackenna inventariaba 31 esculturas y 416 jarrones de los que hoy no hay ni la sombra.
El investigador histórico Criss Salazar, quien se ha dedicado a indagar el paradero de estas piezas robadas, nos ofrece en su página web urbatorium.blogspot.com, dramáticas noticias del paradero de algunas de ellas.
Es recomendable pasear por aquí, echar a volar la imaginación y encontrarse con los fantasmas de una ciudad desaparecida.
El escritor Miguel Serrano afirmaba que, entre la cumbre de este cerro y las escarpadas cimas del monte Kailas en la India, existía una conexión síquica por donde entraban los espíritus de los brahmanes de una misteriosa orden esotérica. Verdad o mentira, vale la pena querer averiguar cosas como éstas.