Editorial – Chile a la vanguardia de la economía verde
(El Mercurio. 15/08/2009)
Eduardo Frei
Los tiempos en que aún era plausible tildar el cambio climático de hipótesis han llegado a su fin. La opción por la indiferencia ya no existe. Hoy la humanidad se enfrenta al desafío de detener un fenómeno que tendrá graves consecuencias sobre la vida del planeta, y adaptarse a sus consecuencias.
Los gobiernos de los países industrializados, y también algunos emergentes como China, han incorporado el cambio climático como uno de sus ejes estratégicos principales. El ejemplo más significativo, dado el lamentable registro de su antecesor, es el Presidente Barack Obama, que ha convocado a su país a emprender el camino hacia una “Economía Verde”.
Esa “economía verde” representa, en los hechos, una nueva revolución industrial, que modificará radicalmente, sobre la base del conocimiento y la innovación, la forma en que producimos, consumimos, nos movilizamos o habitamos nuestras ciudades.
No es ninguna exageración afirmar que Chile se encuentra frente a una encrucijada histórica: quedarnos debajo, una vez más, de otra revolución, o salir a capturar la oportunidad.
En verdad, no tenemos otra alternativa más que la segunda.
Incrustados en la globalización como casi ninguna otra economía del orbe, las políticas que adopte el mundo frente al cambio climático inevitablemente nos afectarán. Cualquier día de estos nuestras exportaciones pueden verse afectadas por penalizaciones impuestas por los países desarrollados por la emisión de gases invernadero. Con el enorme esfuerzo logístico que debemos hacer para colocar nuestros productos en los principales mercados de destino, cargamos con una onerosa carga sobre nuestra huella de carbono, la que puede afectar gravemente nuestras exportaciones y, con ellas, nuestras expectativas de crecimiento y de creación de empleos.
Debemos evitar que los países desarrollados descarguen sobre nosotros y otras economías emergentes los costos de la reducción de emisiones en las que incurrieron para alcanzar su prosperidad, y exigir que se valore la contribución que Chile hace al control de emisiones a través de sus plantaciones forestales y su matriz energética de bajo impacto, sostenida principalmente en la hidroelectricidad.
Pero no podemos actuar sólo defensivamente. Tenemos que pasar al ataque. Esto implica, en vez de regatear nuevos márgenes para contaminar, plantearnos exigentes metas de reducción de emisiones que alineen nuestra economía, pero también nuestro prestigio global, con este nuevo paradigma. Desde el punto de vista de la “imagen-país”, no hay inversión más rentable que ésta.
También debemos focalizar estratégicamente nuestro esfuerzo de innovación en el desarrollo de conocimientos y tecnologías “verdes” que se integren en nuestro sistema productivo, pero que a la vez tengan escala global. Un caso concreto es la industria del cobre: debemos colocarnos a la cabeza mundial en materia de “minería verde”. Algo estamos haciendo en el área de los biocombustibles de segunda generación. También en energía renovable no convencional. Y por esto que he planteado desarrollar nuestro potencial hidroeléctrico y proseguir con los estudios que ha encargado la Presidenta Bachelet para evaluar la opción de la energía nuclear, las que son neutrales desde el punto de vista del cambio climático.
Pero debemos ser mucho más agresivos. Por eso, en los primeros 100 días de mi gobierno conformaré, tal como lo hizo la Presidenta Bachelet con la reforma previsional, una Comisión Presidencial para el Cambio Climático que integrarán científicos, empresarios, ONGs, líderes de la sociedad civil y dirigentes de trabajadores. Este equipo del más alto nivel tendrá en sus manos la responsabilidad de presentarle al país una estrategia para apropiarnos de esta oportunidad.
Propongo una meta, que oriente todos los esfuerzos, tanto públicos como privados: lograr que Chile sea una de las 10 economías emergentes a la vanguardia de la nueva “economía verde”. Estoy seguro de que podemos lograrlo.