El viejo barrio latino
(La Nación. 23/08/2009)
Por Mauricio Valenzuela
Barreto fue una víctima de la airada violencia callejera de la década del 30, cuando Arturo Alessandri era Presidente de Chile y la derecha gobernaba con mano de hierro.
¿Quién fue Héctor Barreto? A no ser por algunos viejos militantes socialistas que aún se emocionan al oír su nombre, en las nuevas bases la ignorancia es total.
Héctor Barreto fue una víctima de la airada violencia callejera de la década del 30, cuando Arturo Alessandri era Presidente de Chile y la derecha gobernaba con mano de hierro.
Bullía la naciente clase media y había una Milicia Republicana, un movimiento nazi y los socialistas marchaban con “Don Marma”. Calle Serrano y sus inmediaciones era mucho más brava que hoy. Con matones y cafetines de mala muerte, se le conocía como “el barrio latino de Santiago”.
Estaba cerca el Teatro Esmeralda, donde Pepe Aguirre cantaba su famoso tango “Reminiscencias” y Jorge Lillo, Pedro Sienna y Rafael Frontaura estrenaban sus pintorescas obras.
Estaba la filorica Luz y Sombra de Ricardo Huerta, el Folis Bergére, el bar Miss Universo y el famoso café Volga, donde se reunía Barreto con sus amigos.
Este poeta de 19 años era un bohemio indomable. Fanático de la antigua Grecia, Gardel y las novelas de Panait Istrati, era el mejor cuentista entre sus pares: Santiago del Campo, Anuar Atías, Fernando Marcos, Miguel Serrano y Julio Molina.
Lo admiraban como a un líder capaz de conducirlos por la noche, porque decían que “en torno a él se tejía el oro de la leyenda”.
Aunque en el grupo sólo se hablaba de literatura, se sorprendieron cuando un día Barreto les comunicó su decisión de hacerse socialista aduciendo que su razón era que le apenaba ver a niños descalzos bajo la lluvia. En esos días, el joven autor escribió la famosa frase: “el color de la sangre no se olvida”.
Esta sentencia fue premonitoria. Una noche -justamente la madrugada del domingo 23 de agosto de 1936- fue asesinado. A la salida del café lo desafió a pelear un grupo de nazis a los que humilló con su ingenio.
Cayó justo en la esquina de Serrano con Matta. Su funeral fue una de las grandes manifestaciones políticas de la época. Hoy, al pasar por aquí, si se conoce la historia y se enfoca la imaginación, puede sentirse otro Santiago. Uno con cielos más limpios y conventillos misteriosos, de imprentas iluminadas y brillantes rieles de tranvía.