Las bodas doradas de la San Gregorio
(La Nación. 13/09/2009)
Por Carolina Rojas N.
Corina Canelo tiene 69 años y llegó a la San Gregorio a los 19 desde un comité vecinal de Santa Rosa. Fue en la misma población donde hoy vive que conoció a su marido y nacieron sus dos hijos y tres nietos. Con las manos en los bolsillos de su delantal, mira orgullosa las remodelaciones de su calle, la Coronel, con los nuevos pastelones, las banquetas y la feria libre que se instala todos los jueves.
Ella fue una de las fundadoras de la San Gregorio. Recuerda que en ese tiempo, 1959, su barrio era conocido como la chacra de San Gregorio. Había barro, yuyos y un puñado de sueños por construir. El gobierno de Jorge Alessandri quería enfrentar el problema de la casa propia y, para evitar nuevas tomas, la Corporación de la Vivienda (Corvi) apresuró el plan de erradicación de las poblaciones callampas distribuidas por el zanjón del río Mapocho. A un primer grupo se le trasladó al fundo de Lo Valledor y al segundo a esta población.
Todo comenzó con dos galpones y algunas carpas para alojar a entre 50 y 80 familias. Pero en seis meses ya eran 757. Hoy, en la población conviven siete mil hogares.
Corina cuenta orgullosa cómo su barrio ha crecido. “Tenemos siete canchas, cuatro con pasto sintético. Los niños ya no están encerrados en sus casas, ni parados en las esquinas, sino que haciendo deporte”, dice. Pero no todo ha sido fácil. El año pasado, la Fiscalía Sur de Santiago desactivó allí 98 puntos de tráfico y microtráfico y, habitualmente, los pobladores siguen en vivo y en directo los allanamientos, enfrentamientos y redadas que muestran las noticias en la tele.
En los años 70, la historia era distinta. La resistencia a la dictadura de Pinochet se hacía notar. Parte importante de la historia de la población fue el fallecido Juan Meyer, el sacerdote nombrado párroco de la San Gregorio en 1965. En ese tiempo, había una capilla muy sencilla donde se celebraban todos los matrimonios, bautizos y comuniones de la población. Las vecinas lo recuerdan montado en su jeep, que ocupaba de ambulancia para llevar al hospital a las parturientas. Gracias a él se levantó El Colegio San Gregorio, los comedores abiertos y las capillas Millalemu, Villa Serrano y Los Misioneros.
Fue en esos años que varios vecinos fueron detenidos y nunca más volvieron a sus casas. “El padre Juan nos protegía. Aún recuerdo cuando desaparecieron tres amigos míos que no participaban en política. Se los llevaron sólo porque eran homosexuales”, dice Corina al lamentar la muerte del sacerdote, en 1985.
Tras su partida, quedaron reemplazándolo dos monjas españolas de la orden de Las Ursulinas. “La madre Consuelo y la madre Pilar nos organizaban para hacer los cacerolazos. Eran muy buenas personas con nosotros”, recuerda Corina.
Hoy, lo que le pena a la San Gregorio es la estigmatización que sufren los vecinos. Especialmente los jóvenes. Las pobladoras de la calle Coronel confiesan que les duele ser vinculados a un sector donde prolifera el narcotráfico. Pero, para Ana Marileo y Jeannette Rodríguez, dos dirigentas sociales, su población es y seguirá siendo su “San Goyo querida”, como dice el himno de la población.
Rosa Matus, presidenta del Centro de Madres Flor Naciente, comenta que uno de los grandes desafíos es que las vecinas de la población vuelvan a sentirse valoradas e integradas. Comentan que hay muchas mujeres dentro de la San Gregorio que necesitan salir del encierro de sus casas. “Queremos que sean monitoras, que hagan talleres manuales, que se sientan apreciadas y útiles”, comenta.
Pero por ahora, hay otras historias que hacen más famosa a la San Gregorio. Como la protagonizada por Juan Luis Mujica, delincuente que manchó el nombre de la población con su trágica carrera delictual. Para las pobladoras, él es el culpable de la estigmatización. “El Indio Juan”, como le llamaban, tenía 16 años cuando la policía lo tomó preso por primera vez, mientras vagaba por las calles de la población. Fue considerado uno de los delincuentes más peligrosos del país y encontró su final fatal el 2006. Murió desangrado tras ser herido por un largo estoque hechizo en una emboscada en la cárcel de San Miguel. Pero para las vecinas, ésos son recuerdos que quieren enterrar.
Tampoco quieren hablar del día en que la población se sobresaltó con la bullada muerte de René Morales Morales, el lanza internacional conocido como “El Lauchón” o “El Señor de la San Gregorio” quien pertenecía al grupo de los más acérrimos rivales del “El Indio Juan” y que, según el mito urbano, fue quien lo reemplazó tras su muerte.
El diácono Carlos Godoy comenta que la celebración de los 50 años de la población, la semana pasada, no fue sólo un rito, sino un compromiso con los pobladores para recomenzar nuevas tareas. El trabajo se traducirá en visitas a los hogares de los pobladores. “Queremos llevar el evangelio puerta a puerta para descubrir la realidad de la población”, comenta.
Es una misión que pretende borrar el estigma de la delincuencia y rescatar a los jóvenes del alcoholismo y la droga. Pero que también busca terminar con la indiferencia de unos y de otros.
-¿Cuáles son los flagelos que hoy golpean a la población?
-Hay muchas cosas buenas, pero lo malo es la cesantía, la drogadicción, el alcoholismo, los hogares mal constituidos y la delincuencia… ésas son cosas que devienen del individualismo, cuando no se toma en serio el dolor del otro.
Pero la gran preocupación de la parroquia son los niños, a quienes tratan, en lo posible, de evitar que se contaminen con el ambiente.
Godoy señala que la población, en un gran porcentaje, está compuesta por gente sacrificada, orgullosa de la San Gregorio. “Hay gente que siente mucha identidad con su población, jóvenes profesionales, niños que salieron del Colegio La Salle y que hoy, ya adultos, hacen clases en la misma escuela”, comenta.
Gregoria Leiva, otra vecina, dice que quiere cumplir más sueños. Para ella, las celebraciones entre comparsas y música de Los Charros de Lumaco que tuvieron en estos 50 años gatillaron en ella un compromiso que quiere cumplir: seguir organizándose para darle más oportunidades a los jóvenes de la población. “A veces, nos dejan como si fuéramos lo último de lo marginal, como que si fuéramos todos narcotraficantes… pero no, no todos somos “El Indio Juan”. La mayoría de los vecinos tenemos nuestro corazón puesto acá, somos unidos y queremos seguir soñando”, dice Corina. //LND