Columna – Estatua de Juan Pablo II: Poca Prolijidad
(La Tercera. 27/09/2009)
El nivel de virulencia causado por la desafortunada iniciativa de erigir una estatua monumental a Juan Pablo II en la plaza Gómez Rojas, de Bellavista, es lamentable. La discusión se ha desviado erróneamente hacia los méritos, devoción o legitimidad de su figura, cuando el real problema es la mala inserción urbana de la obra.
Lo que evidencia la estatua es la poca prolijidad que tenemos para realizar esculturas y memoriales públicos. De partida, se dice que esta sería la primera escultura en homenaje a Juan Pablo II en Santiago. Pero, si no me equivoco, con motivo de su visita en los 80 se erigieron una serie de mamarrachos conmemorativos, que todavía ensucian nuestro entorno urbano. Uno de ellos, que por suerte es lo suficientemente abstracto como para pasar inadvertido y hacernos creer que son ventilaciones de la autopista, es una serie de pilares cilíndricos con los colores vaticanos, en el parque de la ribera sur del Mapocho, a la altura de Manuel Montt con Andrés Bello. Vean la cruz que se erigió al poniente de la Rotonda Pérez Zújovic: una estructura reticular metálica y chata, que no tiene nada que envidiar a las antenas de celulares y pantallas de TV gigante que la acompañan. Les apuesto que muchos ni sabían que era una cruz en homenaje a la visita del Papa.
Ojalá este problema quedara sólo remitido a los memoriales al Papa, pero qué haremos con el pobre Arturo Prat que instalaron frente a la Municipalidad de Vitacura: una escultura extremadamente figurativa, que se empequeñece ante la monolítica masividad del centro cívico, posada sobre un basamento que más parece tabla de surf, tan precaria que el estuco acusa los parches. Pareciera que el mal gusto se extiende como una plaga. En la misma Recoleta, a pasos de donde estaría el Papa, entre carteles publicitarios de mujeres convertidas en sushi, entradas y salidas de autopista y cables de telecomunicaciones, se instaló la escultura de un conocido pintor que representa una pila de libros gigantes oxidados, que lo único que hace es contribuir al desorden y fealdad de la comuna, que se esfuerza por “ponerse bella”.
Más triste es la situación del memorial a las mujeres víctimas de la represión en dictadura, una sobria pieza de cristal, cuya abstracción silenciosa conmueve y que, vergonzosamente, está abandonada en un espacio residual, sucio e inaccesible en la Plaza Los Héroes de la Alameda. Con ejemplos así, ¿valdrá la pena seguir insistiendo e invirtiendo en arte público? Personalmente creo que sí, siempre y cuando estos proyectos se sometan a concurso o, al menos, al escrutinio público y consulta de vecinos. No se trata de entorpecer su gestión, sino de velar por su debida integración con la ciudad y sus barrios.
Un ejemplo de cómo hacer las cosas bien es el memorial a Jaime Guzmán en Vitacura con Andrés Bello. Otro espacio residual de la ciudad, esta vez intervenido a partir de un concurso público, que derivó en una escultura y un proyecto de arquitectura que no sólo se integra en forma soberbia, sino, además, cuida una escala y austeridad formal. Pese a las diferencias que genera la figura del senador, la calidad de la intervención es tal que no recuerdo mayor polémica por su inserción urbana.
Dejemos a la figura del Papa de lado y esperemos que sus generosos gestores encuentren un mejor destino para ella. Lo que debemos rescatar de esta polémica es que el tema del arte urbano o cívico ya no es indiferente a la ciudadanía y que, antes de seguir levantando monumentos como callampas, tenemos que ordenar su entorno, validar su pertinencia con la comunidad e integrarlos mejor a su entorno. Recién ahí estaremos honrando a las personas y eventos que queremos resaltar.