El cambio climático provoca el aumento de peligrosas grietas en los hielos antárticos
(El Mercurio. 02/10/2009)
ROLANDO MARTÍNEZ
El cambio climático, que en el continente antártico se manifiesta en el alza de la temperatura ambiente, ha contribuido a incrementar las fracturas en el hielo, con profundidades que fácilmente pueden superar los 200 metros. Son trampas mortales, pero también fuente de información.
Especialmente, el contorno costero del continente blanco, en donde el hielo está más expuesto a la fragmentación, porque las masas heladas son menos espesas. Si a ello sumamos que en los últimos 50 años en la península antártica aumentó la temperatura en 2,5 grados, el aumento de las grietas ya comienza a ser una preocupación extrema para los investigadores.
Expertos recomiendan a turistas y científicos que recorren estas zonas conocer muy bien los lugares por los cuales se desplazan y adoptar medidas de seguridad, como encordarse entre una persona y otra, a una distancia de 15 a 20 metros entre sí, caminar con esquís para distribuir de mejor forma el peso al pisar y sondear el terreno en caso de dudas con un bastón de aluminio.
Alerta máxima
Desde los primeros exploradores, como Adrien de Gerlache, en 1898, hasta el presente, los que se internan por las planicies de la Antártica deben enfrentarse con el permanente “fantasma” de la grieta.
“Aparecen de repente. Muchas veces no son evidentes”, advierte el glaciólogo e integrante de la sección Cambio Climático del Instituto Antártico Chileno e investigador asociado del Centro de Estudios del Cuaternario, doctor Ricardo Jaña.
También explica que es más probable encontrar grietas en zonas específicas. “Si hay un glaciar que fluye y cambia de dirección por la topografía es probable que éstas se encuentren en la parte externa de la curva. La grieta es la discontinuidad, porque se rompe el comportamiento plástico del hielo”, explica Jaña.
Pero estas fracturas de hielo encierran para los investigadores información que puede aportarles datos del subsuelo y la dinámica que ha experimentado el glaciar desde su gestación.
Para Alejo Contreras, explorador y guía turístico antártico por casi 30 años, no existe glaciar sin grietas y sus profundidades a veces se acentúan, porque coinciden con fondos del suelo que ya tienen alteraciones.
A los turistas que llegan a isla Rey Jorge no los lleva a zona de glaciares y los circuitos se orientan a colonias de pingüinos. Cuando le ha correspondido guiar grupos hacia el monte Vinson, el más alto de la Antártica, con casi 5 mil metros, los que van deben tener conocimientos de andinismo e ir encordados entre sí. “El guía siempre se ubica al medio o atrás, pero no delante. Al caer a una grieta hay que confiar en el guía o la persona que instruirá para salir, porque la persona que queda colgando puede entrar en pánico”, recalca.
En la base O’Higgins, su dotación está consciente de los peligros que encierran las grietas y su comandante, Oscar Stückrath, explica que una de las zonas peligrosas es el glaciar Mackenna, que tiene 10 kilómetros de largo por siete de ancho. Se caracteriza porque sus hielos eternos en la plataforma de la litósfera se desplazan mecánicamente por un sistema de empuje de desnivel.
“Así cierran una grieta y abren otra, ya sea más arriba o más debajo de la que había. Por esta razón cada año aparecen o desaparecen desde un punto marcado en GPS”, dice.
Equipos detectores
Desde hace dos años en la zona cercana a la base O’Higgins, investigadores de la Universidad de Magallanes (Umag) y del Centro de Estudios del Cuaternario, con apoyo del Departamento Antártico del Ejército, trabajan en la prueba de equipos de radar que permitirán definir en el mediano plazo un mapa que identifique zonas de grietas.
Carlos Cárdenas, ingeniero civil y doctor en sistemas de radar, investigador asociado del Centro de Estudios del Cuaternario y de la Umag, explica que se trabaja en determinar la capacidad de los sistemas de Radio Eco Sondaje (RES) en la detección de grietas.
“Estudiamos los patrones que identifican una grieta para cada uno de los sistemas. Los estudios realizados desde diciembre de 2006 están enfocados a determinar esa capacidad de detección”, dice Carlos Cárdenas.
Las pruebas las han realizado en el denominado domo Infantería, cercano a la base O’Higgins, donde han visto que el tipo de hielo existente es del tipo temperado, es decir con una temperatura interna sobre los 0 grados, por lo tanto necesitan usar sistemas que trabajen en un rango de frecuencias bajas para obtener resultados. Hasta ahora sólo han visto grietas, pero aún trabajan en obtener sus características.