Columna – Vecinos tras las rejas
(La Tercera. 18/10/2009)
Por Pablo Allard
Diversas reacciones ha causado la aprobación en la Cámara de Diputados del proyecto de Ley que permite a grupos de vecinos cerrar calles o pasajes. Las autorizaciones serían dadas por los municipios y se renovarían cada dos años.
Muchos celebran esto como la posibilidad de incrementar las medidas de seguridad de sus hogares, ya que se limita en forma dramática la libre circulación por la calle o pasaje, ejerciendo un control mayor de quienes entran o salen de la comunidad. Por otro lado, la medida atentaría contra el derecho a libre circulación de los ciudadanos, y desde el punto de vista urbano, incluso se puede considerar contraproducente.
En este punto es interesante revisar que la tendencia urbana, desde la teoría del “Nuevo Urbanismo”, hasta estudios recientes como el Informe de las Naciones Unidas sobre las Ciudades, tienden a criticar los efectos urbanos de las llamadas “Gated Communities” o comunidades enrejadas. Si bien en general se entiende a estas como aquellos barrios o desarrollos autosegregados tipo condominio, con puntos de acceso altamente vigilados como los que han surgido en el sector oriente de la Capital. El cierre de pasajes y calles preexistentes también derivaría en efectos no deseables como la segregación, reducción de la conectividad de la trama urbana, disminución de la visibilidad de algunos espacios y dificultades para la provisión de servicios públicos, en algunos casos incluso se podría perder la posibilidad de acceder a barrios o edificios patrimoniales. Algunos incluso apuntan a que restringiendo el acceso, se reduce el número de “ojos en la calle” facilitando la posibilidad de cometer algún delito sin ser descubierto. Pues bien, una cosa es lo que los “especialistas” podamos decir, y otra es lo que la realidad, la práctica y la legítima necesidad de los vecinos requiera.
Si bien comulgo con parte importante de las críticas planteadas, mi experiencia personal indica que también pueden surgir ciertos aspectos positivos de cerrar calles y pasajes. Tiempo atrás tuve la oportunidad de vivir en un pasaje cerrado que contemplaba cerca de 10 casas. El sólo hecho de administrar el portón exigía ciertas reglas de convivencia y organización que me hizo conocer a todos los vecinos del pasaje y juntarnos regularmente a discutir temas comunes. Por otro lado, el hecho de limitar la accesibilidad de vehículos permitía que los niños salieran a “jugar a la calle” sin temor a que los atropellaran, y recuerdo que por lo general la puerta de mi casa permanecía abierta todo el día, y la pandilla de niños corría de una casa a la otra mientras los juguetes y bicicletas quedaban tirados en la acera por días. Todas estas situaciones llevaron a una convivencia muy particular, donde se generaba un fuerte sentido de comunidad, con asados y cumpleaños de por medio. En cuanto a la seguridad, si bien no se robaron ni una bicicleta ni radio de auto, poco o nada sirvió el portón cuando un grupo de delincuentes que robaba un edificio vecino al pasaje huyó por el techo de mi casa y terminó enfrentándose a carabineros en mi jardín.
Hoy vivo en una calle abierta, y pese a que es una calle estrecha, mis hijos no pueden salir en bicicleta ni menos jugar una pichanga sin temor a que los arrase un 4×4. Conozco a algunos vecinos pero jamás hemos organizado una comida o reunión para hablar de cómo queremos que sea nuestra calle, y me encantaría que pudiésemos establecer ciertas “reglas de convivencia” respecto a cosas tan triviales como el ruido, los estacionamientos, o la mantención de los antejardines.
Cerrar calles y pasajes no es la panacea contra el crimen, y existen técnicas de diseño urbano que permiten reducir la criminalidad en lo que se llama “diseño de prevención situacional” que pueden ser muy efectivas sin tener que encerrarnos tras las rejas. Claramente estamos ante una situación de sensación de inseguridad que escapa a la capacidad de urbanistas y agentes municipales y que corresponde a otras medidas de políticas públicas, pero más allá del crimen, situaciones como ésta nos indican que la verdadera seguridad no está en poner un portón, sino en buscar formas de recuperar la calle para los niños, abrir espacios de vida en comunidad y sobretodo, instancias para compartir derechos y deberes con nuestros vecinos.