Columna – La ciudad y sus cerros
(La Tercera. 15/11/2009)
Por Pablo Allard
Los recientes asaltos a excursionistas en el cerro Manquehue de Santiago, los deslizamientos camino a Farellones y la precaria inserción de barrios y autopistas en nuestros cordones montañosos, con muros de contención y canalización de quebradas, ponen de relevancia nuestra incapacidad de reconocer que somos un país de montaña y debemos aprender a vivirla.
El problema no se resuelve dotando de más carabineros o vigilancia a nuestros cerros, sino más bien abriendo nuestros cerros como verdaderos parques urbanos, con senderos seguros, educativos, activos, cuidados por guardaparques y los propios visitantes. Ese era el sueño de los municipios agrupados en la iniciativa “Protege” y también el espíritu detrás del proyecto “Sendero de Chile”, que avanza lentamente, mendigando recursos y pidiendo permiso a los propietarios para conectar el pie de monte cordillerano como un gran paseo.
Pese a que prácticamente todas las ciudades chilenas cuentan con una privilegiada geografía, ubicadas a los pies de mesetas o cordilleras, o con hermosos cerros-isla, parece que el cuidado y celo por el espacio público y las áreas verdes de nuestras ciudades quedara sólo remitido a la plaza o “el plano” de la ciudad.
Una de las pocas excepciones era el cerro San Cristóbal de Santiago, que con mucho esfuerzo ofrecía una oportunidad de acceso a un Parque Metropolitano con buenas instalaciones y actividades. A ello se sumaban nuevos proyectos, como el Jardín Botánico Chagual, que ofrecerá la experiencia de conocer y reconocer la biodiversidad de la flora chilena, o el notable proyecto del Parque de los Niños, iniciativa que la Presidenta Bachelet guarda celosamente como su legado para el Bicentenario. Estas proyecciones nos llenan de esperanza, pero para variar, el financiamiento escasea y los proyectos se postergan.
Como los árboles no pueden ir a paro o solicitar reajustes a su deuda histórica, los promotores de estos proyectos terminan en su desesperación por buscar fuentes de financiamiento que acusan la precariedad de la situación. El peor ejemplo de ello es lo que ocurrió hace un par de semanas en terrenos fiscales de la ladera sur del San Cristóbal, cuando de la nada aparecieron dos malditos carteles publicitarios que desataron la ira de los vecinos. Lo más dramático es que semanas después, a modo de “errata”, se adjuntó a los carteles una nota aludiendo a que dicha publicidad ayudaba a financiar el Jardín Botánico Chagual y diversos proyectos de forestación.
Realmente vergonzoso, y si seguimos así, no vayamos a terminar como el viejo refrán que “los cuidados del sacristán terminaron por matar al cura.” A propósito de curas, un lugar magnífico y más idóneo para instalar el monumental memorial al Papa Juan Pablo II podría ser el cerro Blanco, en Recoleta, o el Camino Juan Pablo II, en Colina. Recursos y ganas hay, sólo debemos conducirlos de manera adecuada.
Es hora de tomarse en serio el financiamiento público de parques y áreas verdes urbanas, y podemos partir por nuestros cerros urbanos. Imaginen lo que sería contar con parques metropolitanos consolidados, seguros y accesibles en el San Cristóbal, Cerros de Renca, cerros de Chena y el cerro La Ballena, de Puente Alto. Hablamos de cuatro parques para todas las comunas de Santiago. Este no debiera ser un proyecto Bicentenario, sino una política de Estado, somos un país privilegiado en su geografía y paisaje, y debemos reconocerla y hacerla propia, antes que terminemos llenándola de carteles, muros de contención, alambres de púas o Fuerzas Especiales de Carabineros.