Carta – Función de una plaza
(La Tercera. 18/11/2009)
Señor director:
Mejorar la vida no depende tanto de mejorar la ciudad, como de mejorar el modo de vivir entre extraños. Por eso pienso que para proponerle al mundo un buen modo de vivir que se refleje en la ciudad, hay que llamar a verdaderos artistas y poetas. Y encargarles que, en medio de la confusión del desarrollo, nos recuerden que el origen de la belleza es hacer las cosas por el puro gusto de hacerlas. Por amor al arte, que nos amplía el mundo y nos relaciona con los demás sin necesidad de palabras.
El proyecto de una plaza y un monumento a Juan Pablo II en Bellavista ha despertado el interés por discutir públicamente las funciones de una plaza, que es el lugar donde debe aparecer el esplendor de la cultura de una sociedad. Tal vez por eso las mejores plazas son un suelo plano y seguro, vacío de cosas, y lleno de sugerencias. Un claro que se abre para ver la ciudad que los edificios no dejan ver y, más allá, el cielo, o lo que sea que contiene lo que no vemos ni podemos nombrar.
La arquitectura es capaz de llenar una plaza vacía de sugerencias, la que debe mostrar el fervor con que se celebran las costumbres y los ritos, y no cuidar sus puras formas, como ocurre con la plaza en cuestión. Para disfrutar una plaza no se necesitan sólo cosas prácticas, sino, y sobre todo, la belleza que da vida a los materiales y las cosas inertes. Porque todos buscamos trascender, aunque sea modestamente, la dura tarea de sobrevivir.
La belleza es una sintonía o complicidad que muestra el lado bueno de las personas y las cosas. La belleza de una plaza es tan o más necesaria para vivir que su aparente utilidad, porque refleja el esplendor del país cultural del que de una manera u otra todos somos parte.
Germán del Sol
Arquitecto
Premio Nacional 2006