Hacia una nueva segregación urbana, social y política
En los últimos días ha causado nuevamente revuelo una columna de Felipe Berríos. Esta vez lleva por título “la Cota”, y critica la burbuja en la que viven muchos jóvenes “cota mil”. Ha causado especial incomodidad la forma en que el Sacerdote Jesuita asocia las condicionantes del entorno de estos jóvenes a una “falta de libertad”, que terminará por determinar sus posturas políticas y la forma en que influirán en el futuro de Chile. Ante esta crítica que, como acostumbra Berríos y los jesuitas en general, se centra en la elite, me parece pertinente abordar otros “condicionamientos” que se están dando en Santiago. Así como el entorno que describe Berríos limita las posibilidades de la élite que tanto le interesa, en estos momentos se puede comprobar empíricamente cómo en el “enorme resto” de la ciudad – en las otras cotas – hay determinismos tal vez mucho peores, especialmente porque están marginando a muchos futuros ciudadanos de un proceso de desarrollo que asume nuevas características.
Sociedad Civil: una nueva manera de participar del proceso de desarrollo
Normalmente se habla de “participación”. La palabra por si sola queda por estos días algo carente de sentido. La participación es hoy un lugar común: por ella se puede entender muchas cosas, por lo que es utilizada como un concepto comodín en muchos discursos, especialmente políticos. Hoy es posible ver como distintos fenómenos están generando nuevas exigencias y posibilidades a la ciudadanía; en ese contexto, es posible ocupar la palabra participación orientada a formar parte, individual y colectivamente, del proceso de desarrollo. Utilizando las palabras de Norbert Lechner, nos referimos a la “apropiación ciudadana de los cambios en marcha”.
En este sentido, hoy se configura una realidad inédita. En la medida que las elites políticas chilenas han decidido que el modelo político-económico se mantenga anclado al paradigma neoliberal, y, en paralelo – y producto de lo anterior –, la sociedad Chilena es empujada irrestrictamente a participar de la globalización, el problema político de esa “apropiación ciudadana” se aproxima a nuevos caminos. Hasta hace poco tiempo, el entendimiento de una situación “democrática” residía en el espacio del Estado-nación. Hoy ese espacio pierde Poder, por lo que la política de representantes como expresión democrática pierde a su vez sentido. Las restricciones del binominal aceleran ese proceso.
Actualmente las agendas de los partidos políticos no son vistas como algo que importe demasiado en la determinación colectiva del destino de cada chileno. Más bien, la política de representantes se ve como algo que se maneja con una agenda propia. Esto ha hecho que aparezcan fenómenos como el de Marco Enríquez-Ominami, quien no obtiene su popularidad de un apoyo partidario, sino que de la sumatoria de grupos específicos. Cada uno de esos grupos tiene una agenda propia, y percibe su candidatura como una posibilidad de avanzar en sus propias motivaciones. Lo que ocurre con MEO comienza a parecerse a Evo Morales en Bolivia, quien accedió a la presidencia apoyado por grupos de presión que escapan a la lógica partidista. El apoyo del movimiento autonomista SurDA a MEO tiene que ver con esa tendencia.
Se confirma la proliferación de estos distintos grupos autónomos, que están efectivamente buscando espacios de poder. Fenómenos similares ocurren en distintas partes del mundo. En la terminología utilizada por Antonio Negri y Michael Hardt, se trataría de una nueva forma de resistencia común, desde los espacios locales, frente a poderes globales que finalmente son los mismos en todos lados, y que exceden las capacidades democráticas del Estado-nación. Estos grupos ocupan el lugar de la antigua Sociedad Civil. Se trata de un sector que quedó ausente del desarrollo político-económico chileno desde que grupos de ciudadanos organizados colaboraran, en conjunto con los partidos políticos, en el derrocamiento democrático de Pinochet. Una vez concluido este objetivo, muchas organizaciones se diluyeron.
Existe hoy la alternativa de una Sociedad Civil distinta. Así como en otros momentos el llamado “mundo social” se ha conformado como un actor relevante que se retroalimenta con los partidos políticos – el ejemplo previo al plebiscito se ve precedido por la intensa actividad de organizaciones intermedias entre los 40s y principios de los 70s – hoy se abre un nuevo espacio para la Sociedad Civil. Actualmente sólo se presenta la alternativa de participar individualmente frente a las dos grandes formas de interacción ciudadana: el Estado y el Mercado. La SC es una tercera alternativa que se retroalimenta con ambos: agendas de defensa de los derechos del consumidor, o formas de incidir en las agendas políticas que van desde el Movimiento Pingüino hasta Educación 2020, pasando por los sindicatos hasta llegar a ONGs como Un Techo para Chile.
Sociedad Civil en la agenda urbana: la nueva forma de segregación
El caso de los “movimientos ciudadanos” es especialmente ilustrativo. En Santiago, y en algunas otras ciudades de regiones, han aparecido agrupaciones en respuesta a conflictos urbanos. Median entre agendas de defensa de consumidores y de presión a autoridades locales; apuntan sus dardos tanto al aparato público como al Mercado. Tal vez el mejor ejemplo es Ciudad Viva, surgida a fines de los 90s como coordinadora contra el proyecto Constanera Norte entre juntas de vecinos de Recoleta, Santiago y Providencia. Luego de su éxito al cambiar el proyecto de la autopista, pasaron a colaborar con distintos actores para complementar su oposición a proyectos desfavorables con la promoción de iniciativas de desarrollo para Bellavista. El caso del paseo Pío Nono y el proyecto Patio Bellavista debieran ser considerados como un referente.
El caso de los movimientos ciudadanos confirma la pertinencia de las organizaciones intermedias como forma de perseguir la democracia en la nueva conformación política-económica chilena y globalizada. Sin embargo, también entrañan una paradoja. Ésta se aprecia muy claramente al relacionar la segregación socio-espacial en Santiago, el acceso a oportunidades como la educación de calidad, y los lugares de surgimiento de estos movimientos.
Mapa de conflictos urbanos de SUR
La posibilidad de organizarse para participar efectivamente – como lo hacen estos grupos – del Poder, depende de factores bastante específicos. El primer paso es el capital cultural: la educación. Sin embargo, también está el capital social instalado: partir de cero o contar con “puentes” con otros actores es muy distinto. Algo similar ocurre con el capital humano: la capacidad técnica presente, por ejemplo, en el caso de Ciudad Viva, donde arquitectos, ingenieros y otros profesionales pudieron aportar en soluciones o recursos específicos a los procesos. Al igual que el capital económico, estas otras formas de capital cultural, social y humano están altamente segregadas en Santiago, y en la sociedad chilena en general. Por lo tanto, las posibilidades de participar a través de la Sociedad Civil representan hoy una nueva forma de inequidad.
Calidad de colegios en Santiago
Ante una nueva forma de injusticia… ¿una nueva utopía?
Recién ahora podemos volver a los dichos de Berríos. El caso de Un Techo para Chile presenta especial interés producto de que – en gran medida como obra de Berríos – se ha configurado una nueva teología política post-transición en Chile. Me refiero a “teología” producto de que han sabido unir una eficiente producción de Sentido, cimentada en la fe católica y la culpa ignaciana, que mueve a algunos chilenos tanto en forma personal, como colectiva, generando inclusive culturas organizacionales e instituciones que cristalizan una voluntad de acción en torno a una especie de “proyecto”, por muy básico que sea.
Es justamente a construir sentido político a lo que nos llamó Norbert Lechner cuando hablaba de la “apropiación ciudadana de los cambios en marcha”. Se trata de un discurso político que debe vincular la situación personal con lo colectivo, lo nacional y lo planetario en un sentido democrático, es decir, afirmando que el destino se puede decidir colectivamente. No se debe asociar este “discurso político” a un “discurso de partido político”, o de “campaña. No. Es justamente casi-teológico en el sentido de que afirma vocaciones y sentidos de vida.
Este discurso requiere de la utopía que hoy no existe. La estructura que describíamos como retroalimentación entre Sociedad Civil y Poder Político en el siglo pasado se hilaba en torno a una utopía. Las utopías socialistas, y la tercera vía democratacristiana, ambas como caminos hacia la Revolución – fuera “con sabor a empanada y vino tinto” o “en Libertad” – consiguieron efectivamente producir enormes cambios en Chile. Eran articuladores de sentido, como meta-relatos que ordenaban desde el comportamiento individual, hasta la organización social, las disputas político-electorales, las políticas públicas y la lectura de los destinos de la sociedad Chilena. Construían mayorías. Luego, la situación de absoluta precariedad puso un ideal que hoy es mínimo como la utopía pragmática que persiguió el NO: simplemente la democracia, acabar con la Dictadura Militar.
Hoy se requieren nuevos proyectos y nuevas mayorías. Y la utopía no ha desaparecido. El mejor ejemplo es el del paradigma de la sustentabilidad. Además, los años 90s nos llenaron de utopías personales y limitadas, como “llevar una vida sin colesterol”. Fuera de exageraciones, se trata de ideales que efectivamente mueven a las personas a adoptar comportamientos en la vida diaria, en los comportamientos de consumo, e incluso en sus preferencias políticas.
La pregunta es cuál es esa utopía. Por lo pronto, la desigualdad aumentará. El paradigma autónomo que finalmente instala en los ciudadanos la responsabilidad de organizarse en torno a objetivos específicos, requiere de un nuevo discurso entre la misma ciudadanía. Eso es alentador y estimulante. Sin embargo, las condicionantes que limitan esta nueva forma de libertad son mucho más dramáticas que la que afectan a “la Cota”. La vía para solucionar la brecha en Educación, por ejemplo, no se logra entre vecinos. Se logran desde la acción del Estado, con recursos, regulación y políticas públicas.
Ahí parece que estamos jodidos, porque la responsabilidad sí caerá en quienes elijamos en diciembre. Mala cosa.
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