Editorial – Una cita en Copenhague
(La Tercera. 07/12/2009)
El mundo enfrenta una disyuntiva inédita: seguir en la línea de un desarrollo económico basado en el consumo irrestricto o desde ya incorporar restricciones al uso de los cada vez más escasos recursos naturales del planeta. Esta es probablemente la premisa central de la cumbre de Copenhague, que comienza hoy en Dinamarca.
En la década de 1970, la primera crisis del petróleo hizo tambalear las economías mundiales. Por entonces, la discusión consistió en constatar que aquel era un recurso escaso, pero 20 años después la humanidad percibió que el uso del petróleo estaba cambiando los equilibrios climáticos del planeta.
Cada año la quema de combustibles fósiles emite unos 31.500 millones de toneladas de CO2, cantidad que la atmósfera no puede seguir absorbiendo sin que comience a cambiar su conducta. Ella se está calentando y tornando más tempestuosa, los desiertos han comenzado a expandirse, las regiones lluviosas han aumentado la frecuencia de inundaciones y las tormentas tropicales se han hecho más violentas y frecuentes. No se trata de una visión apocalíptica, como dicen algunos, sino realista, pues vivimos en un mundo con grandes conglomerados humanos en áreas vulnerables, con recursos hídricos que se agotan más rápido de lo pensado, y con unas energías renovables que tardan en convertirse en opciones económicamente viables.
Esto tal vez no amenaza la existencia del ser humano sobre el planeta, pero se ha convertido en una prueba a su inteligencia. Se espera que durante este siglo se acelere esta tendencia y que el planeta sea entre 3°C y 4°C más caliente que el siglo pasado. El peligro es que con unos dos grados más de lo actual (unos 16°), los sistemas climáticos mundiales podrían tornarse demasiado inestables, poniendo en peligro no sólo a ciertos asentamientos humanos, sino a un gran número de especies de plantas y animales. Ya es un hecho que los glaciares y otros cuerpos de hielo tenderán irremediablemente a desaparecer durante este siglo.
El desafío de Copenhague es que los gobiernos logren los consensos necesarios que orienten el desarrollo mundial durante la próxima década, para que no se transforme en una amenaza que pueda deteriorar el ambiente mundial. Si esto no se consigue, evidentemente serán los países menos desarrollados los que pagarán el mayor costo.
Existe un cierto grado de temor respecto de que frenar el cambio climático justifique exigencias al mercado internacional que se transformen en barreras paraarancelarias hacia los países de menor desarrollo. En nuestro caso, ello podría afectar particularmente a nuestros productos agrícolas, al elevar las exigencias en huella de carbono, proceso cuya reducción requiere de un lento proceso de adecuación de los sistemas productivos.
En Chile ya hemos comenzado a trabajar, especialmente con el sector exportador. Por otra parte, estamos ingresando a la Ocde, lo que implica cumplir con una serie de estándares ambientales, y eso pondrá a prueba nuestra capacidad de adaptación a un mundo global cambiante y crecientemente preocupado de que las cadenas productivas no dejen huellas ambientales cuyos efectos se hacen sentir en todo el orbe.
Sólo nos cabe esperar que en Copenhague se impongan las sinceras voluntades de llegar a acuerdos, donde los países desarrollados tienen que asumir un compromiso proporcional a la enorme contribución histórica que ellos tienen en la creación de este problema. De no ser así, la cita será recordada, al igual que muchas otras, como una linda foto de negociadores que pasaron 10 días en una hermosa ciudad.