Carta – El Metro: comodidad perdida
(El Mercurio. 11/12/2009)
Antes del Transantiago, la calidad del Metro de Santiago era excelente, por lo que el 80 por ciento de sus usuarios lo calificaba con nota entre 6 y 7. Esto cambió con el Transantiago, que significó un gran aumento en la demanda por el servicio, provocando aglomeraciones y congestión, por lo que la percepción de la calidad del servicio cayó drásticamente. Ulteriores progresos en el transporte público de superficie y mejoras operativas en el Metro han permitido que su calidad se haya recuperado parcialmente, pero, según su gerente comercial, jamás alcanzará los estándares previos al Transantiago.
Ante la loable franqueza de esta admisión, cabe preguntarse si el cambio valió la pena. Sus defensores afirman que, antes, los usuarios del transporte público de menores ingresos usaban poco el Metro: debían pagar por las transferencias entre éste y buses, por lo que preferían realizar largos trayectos en una sola línea de bus (lo que explica la gran cantidad de recorridos que existían antes del Transantiago). El Metro -sostienen- estaba subutilizado y era requerido preferentemente por usuarios de altos ingresos, que se beneficiaban de su buen servicio, subsidiado por el Estado mediante inversiones en el mismo. Con esta óptica, la nueva situación del Metro es una clara mejora, pues el cambio es redistributivo y porque, al llevar más pasajeros, aumenta la rentabilidad social de lo invertido en él.
La rentabilidad social de un proyecto de inversión pública como el Metro aumenta con el incremento en su uso, pero el análisis debe ser más fino. La rentabilidad social del sistema puede haber crecido, pero, supuestamente, los proyectos de líneas del Metro ya habían pasado por una evaluación social, por lo que al menos satisfacían criterios mínimos de rentabilidad exigibles a toda la inversión pública. De no ser así, el proceso de evaluación social debe revisarse, para impedir que tales proyectos se lleven a cabo. Además, al empeorar la calidad del Metro, muchos usuarios de ingresos medianos y altos utilizan ahora el transporte particular. Este resultado es perverso, por el aumento en la congestión vehicular y porque se reduce el apoyo de estos grupos sociales -de gran influencia en las políticas públicas- al transporte público.
Dado que a medida que el país se desarrolla cada vez más chilenos tienen la posibilidad de acceder al transporte privado, es necesario mejorar la calidad del transporte público, para evitar un traslado de medios que exacerbe la congestión. Por eso, no sería aceptable resignarse a la actual congestión del Metro, debida exclusivamente al Transantiago. Muchos de los problemas se deben a congestión en la Línea 1, por lo que un nuevo proyecto de línea, paralela a este recorrido, podría reducir su carga y así mejorar la percepción del servicio, sin comprometer la rentabilidad social del Metro.