Carta – Los árboles se mueren
(El Mercurio. 19/12/2009)
Señor Director:
Asistimos en Santiago a la lenta agonía de miles y miles de árboles que, sin que nadie se dé cuenta ni le importe en lo más mínimo, van despojándose de su follaje, su vitalidad y su sombra debido a la falta absoluta de riego, en un clima desértico y caluroso, con una humedad relativa del aire que no pasa del 25%, todo esto acentuado por el reverbero del pavimento y las baldosas de las veredas. Como los chilenos no observan nada de lo que ocurre en su entorno, no ven cómo las tazas de los nobles árboles se resecan día a día, inclusive si hay una manguera cerca o un cubo de agua a la mano. Basta recorrer la Alameda, Providencia, Santa Isabel, Vicuña Mackenna y cientos de otras importantes avenidas para comprobar el estado de estrés hídrico en que se encuentra nuestra flora urbana. A nadie le importa nada. Las empresas contratadas por las municipalidades para el cuidado de “áreas verdes” sólo dan órdenes a sus empleados -ignorantes absolutos del requerimiento hídrico de un árbol- de desperdiciar miles de litros de agua en inundar el pasto a las horas de más calor. Pero puede haber un frondoso plátano a 10 metros muriéndose por falta de agua, pero no se riega porque “a mí no me toca regarlo” (sic).
De ahí que la campaña para tener cientos de miles de nuevos árboles en las ciudades suene absurda y totalmente ilusoria, y podría ahorrarse en su totalidad si se estableciera un sistema de riego con sentido común y racionalidad, y con personas con un mínimo de instrucción.
Miguel Letelier Valdés