Carta – Árbol urbano
(El Mercurio. 20/12/2009)
Señor Director:
En relación con el llamado déficit de áreas verdes per cápita que Santiago presenta, llama la atención que el problema quede centrado en los índices, es decir, la cantidad de m {+2} de áreas verdes y de árboles plantados o repartidos por la ciudad. Sin duda es importante; sin embargo, es notorio que, culturalmente, en nuestra sociedad no existe un reconocimiento al valor del árbol en su condición única, ni menos en cuanto a su aporte a la ciudad.
En Francia, en 1872, a iniciativa de la Sociedad de Amigos de los Árboles, se desarrolla el proyecto de elevar el árbol a la condición de monumento conmemorativo, otorgándole un reconocimiento o categoría de índole patrimonial. Esta acción precede a la incorporación, en 1899, de “sitios pintorescos”, que abrirá paso a una institucionalidad de protección al paisaje, espacio donde se incorpora, de manera temprana, la de Monumento Natural y posteriormente de Parques y Reservas. En Santiago, día a día, vemos frente a nuestros ojos cómo árboles añosos de gran frondosidad, con capacidad de cualificar y otorgar sombra, configurando atmósferas urbanas difíciles de lograr de manera inmediata, sino en el tiempo, son derribados para dar paso a estacionamientos y nuevos programas asociados. Es el caso de la plaza donde se localizó hasta hace poco la Municipalidad de Las Condes, en Apoquindo esquina El Regidor, una manzana donde existían, entre otras especies, ceibos magníficos con más de 50 años. A pasos de esta ex plaza, en la calle La Pastora, el panorama sigue siendo el mismo: se están eliminando, en este momento, los naranjos que por años alegraron esta pequeña calle. Esta especie, que parece de una envergadura menor, existe de manera prolífera en el casco antiguo de Sevilla, en España, y se transforma en un evento de la ciudad cuando florece y la inunda con su aroma por más de una semana y cuando se cosecha por sus ciudadanos.
Es posible que superemos el déficit de áreas verdes y árboles per cápita en unos años invirtiendo sumas importantes; sin embargo, es difícil que podamos progresar y respetar a la naturaleza urbana mientras sigamos actuando como especuladores urbanos, cortando nuestro patrimonio.
Marcelo Sarovic Urzúa
Arquitecto Profesor de Arquitectura PUC