Titanium: las historias tras los 35 meses de construcción del edificio más alto de Chile
(La Tercera. 20/12/2009)
Fueron US$ 170 millones en hormigón, fierro, vidrios y trabajo los que dieron forma al edificio más alto de Chile, un rascacielos de oficinas de 56 niveles hasta el helipuerto, terminados en tiempos de crisis y que a partir del 1 de enero comenzarán a recibir a los futuros inquilinos. Pero basta recorrer unos pisos para darse cuenta de que al interior de la torre Titanium La Portada se presentan los rasgos folclóricos de toda construcción.
Por ejemplo, los trabajadores les ponen nombre a los días. Este viernes estaban reunidos en una sala sin ventanas y donde llegaron con cascos el arquitecto y empresario inmobiliario Abraham Senerman junto a varios profesionales de su equipo. A esa jornada semanal los trabajadores la llaman “los viernes con el dueño”.
El jueves es “el día de la carne”, donde todos los problemas son puestos en la “parrilla”. “Se recogen todos los problemas que sucedieron por plata, técnicas, arquitectura, diseño, etc.”, dice el gerente general de la constructora Senarco, Víctor García. Ahí, con Santiago a sus pies, García cuenta las historias desconocidas de la edificación del rascacielos de 192 metros, siete subterráneos y 72 mil m2 de oficinas.
Aguas revoltosas
Los ingenieros del proyecto sabían que encontrarían agua al excavar junto al río Mapocho, pero nunca esperaron en esas cantidades. García dice que ya había intervenido en las aguas del río cuando construyó Valle Nevado, a fines de los 80, y que tenía claro que se encontraría con el “Mapocho subterráneo”.
Al iniciar la excavación en 2006, estimaron habría un máximo de 10 litros por segundo y compraron bombas de agua para ese flujo. Sin embargo, recuerda, “cuando íbamos en los nueve metros aparecieron los primeros vestigios de agua y nos empezamos a inundar”.
Entonces reemplazaron las bombas por otras con mayor capacidad (20 litros por segundo), pero nuevamente fueron superados por las napas percoladas del río, ya que llegaron a brotar 30 litros por segundo.
“¡Era insólito!”, exclama. La solución de ingeniería fue construir muros de 28 metros para que el agua buscara otros cursos y dos pozos (con capacidad de 12 litros por segundo), conectados a tubos que luego devuelven el agua al “río invisible”.
En ese entonces ocurrió, también, una desconocida historia de tensión con los sindicatos. Tenían cerca de 400 trabajadores, los que luego superaron los 1.000 empleados.
Los obreros comenzaron a demandar bonos por producción, pero García asegura que entonces no podían evaluar con facilidad los avances, ya que el proyecto sufría ajustes. “No hubo forma, hasta que logramos estabilizar el edificio en el piso siete y tomar un compromiso de bono de producción”, afirma.
Inicios y tormentas
“Originalmente al proyecto lo llamábamos twist, porque era un remolino, un huracán. Poco a poco el proyecto fue siendo depurado y terminó siendo dos velas reflejadas”, recuerda García sobre el diseño arquitectónico original.
Entonces las dimensiones también eran otras. En vez de los 56 niveles que tiene actualmente “era un proyecto de unos 40 pisos, 42 ó 46”. Y los subterráneos no llegaban a siete.
Otra historia es la de la tormenta del verano pasado. El viernes 13 de febrero transcurría como un día más, cuando las impresoras de los detectores de tormentas comenzaron a mostrar una actividad inusual. “Pensábamos que los equipos estaban enfermos. Y era que estaban registrando eventos de verdad. Sólo lo pudimos entender cuando subimos a la terraza tres días después y nos encontramos con los pararrayos chamuscados”, dice el gerente general.
Explica que en la zona cayeron esos días cerca de 90 rayos, pero que ellos ya habían tomado precauciones.
Debido a que los vientos y la forma de ala de la construcción facilitan la generación de electricidad estática, protegieron los muros y ventanas. “Nadie habría pensado ponerle malla de tierra a las ventanas de una casa. Nosotros sí lo hicimos y creo que fue un éxito entender que el edificio no tiene estática por el muro”, afirma.
Tres problemas de altura
El piso 39 de Titanium es el escenario de tres situaciones desconocidas. La primera, muy doméstica: como no es práctico que los “maestros” que laboran a esa altura almuercen o vayan al baño al primer piso, se diseñaron anexos con estos servicios en los pisos 22 y 40. “Eran todos parecidos”, dice el trabajador Hernán Castro, por lo que afirma que ninguno perdía dependiendo del piso.
Luis Peña está a cargo de tareas eléctricas y cuenta que desde esa altura comenzaron a tener problemas de comunicación radial. Como no era práctico estar bajando pisos para dar instrucciones a los obreros y encargados de las grúas, instalaron pantallas repetidoras para tener más cobertura.
El tercer problema fue la vibración. El gerente general recuerda que el viento generaba movimientos a gran altura, lo que les impedía utilizar “los típicos elementos de topografía”.
Frente a esto, cuenta, optaron por una solución criolla que, afirma, “descubrimos que en el mundo también se hace así (…) Un alambre con un peso en la punta de abajo para poder equilibrar y sacar dimensión”.