La mirada de un extranjero arriba del Transantiago: “Reflexiones sobre la visita a Chile”
Este post fue escrito por el mexicano Roberto Remes, autor del blog urbano Megablógolis, en donde escribe todos los días propuestas para mejorar la Ciudad de México.
Una interesante mirada sobre Santiago en un recorrido por la ciudad, realizado arriba de nuestro Transantiago. Roberto Remes visitó Chile sólo un par de semanas después del terremoto, días en los que también visitó Valparaíso y Viña del Mar. En este post plasma su experiencia en nuestro país.
Durante los días previos he estado relatando, en desorden, algunas de las imágenes que me fue dejando Chile durante el viaje. Ahora, en el avión de regreso tengo una visión más completa de lo que me dejó la visita a este país.
Santiago es mucho muy superior a lo que había imaginado. La ciudad se muestra viva, desarrollada, bastante segura me dice mi percepción aunque alguien me llegó a advertir de lo opuesto, moderna, con una cultura urbana sólida y una economía pujante. Chile ha sido desde la época de Pinochet un laboratorio de las recomendaciones de organismos financieros internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, y todo lo que pueda ser privado por lo regular es privado, pero además todo lo que pueda tener políticas económicas específicas, las tiene, y es ese el caso del transporte donde las teorías de la Economía del Transporte fueron aplicadas de una manera simple: el transporte y las autopistas de cuota tienen un distinto precio según el congestionamiento.
Este tipo de “dogmas neoliberales” como a menudo han sido llamados, y que en realidad no son tales pues tienen más fundamento técnico que los dogmas estatistas, están dando resultados… pero quizá sólo en Santiago. No es sólo la emergencia derivada del terremoto y el subsecuente maremoto, con el que las ciudades del sur fueron severamente afectadas, sino que la visita a Valparaíso me mostró un triste contraste: una ciudad pobre, insegura, vieja pero con un gran potencial por ser un centro logístico para el resto del país.
Valparaíso es una ciudad muy especial, me agradó. Tiene unas joyas arquitectónicas que muestran que alguna vez tuvo un esplendor hoy rancio. El edificio del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, nombre coincidente con un organismo mexicano, me fascinó. Fue lo último que vi antes de correr a tomar el “metro”, que en realidad es una especie de tren suburbano con bajas frecuencias de paso, para luego caminar en una villa turística pero sin gracia, Viña del Mar.
En una semana debo haberme subido a unos 30 autobuses y a una igual cantidad de trenes de metro. Transantiago me dejó una positiva impresión, así como una serie de interrogantes. En uno de mis viajes por el sistema de autobuses de Santiago me senté, y mientras observaba la ciudad y el autobús miré hacia arriba: una lámpara bailaba sostenida solamente por 4 cables. Con imprudencia me quedé en mi lugar, en eso un señor que iba a bajar me advirtió que podría caer, le dije, Me parece que los cables la sostienen bien. Con una conducción de aceleración y freno bruscos, y de constantes cambios de carril, gran problema de Transantiago, la lámpara se desplomó a escasos centímetros de mí. Cuento esta anécdota por un detalle: Transantiago fue instrumentado hace tan solo tres años y sus autobuses articulados tienen esa edad. El deterioro de los mismos es notorios. Además, a pesar de lo mucho que viajé en el transporte, pocas veces me tocó sentado en el metro y pocas me tocó parado en un autobús. Es decir, a pesar de que los chilenos tienen una percepción opuesta a la mía según pude escuchar en una que otra plática con usuarios … hay más autobuses de los necesarios. Esto a su vez produce saturación de los corredores troncales donde en teoría el confinamiento del autobús tendría que permitir un funcionamiento ágil en las horas pico, pero sus carriles se saturan con tanto autobús y si bien en esos momentos tal vez vayan llenos, esta condición parece ser por tramos muy pequeños: las veces que un autobús me tocó lleno había que esperar unas cuantas paradas para que quedara vacío. Un sistema ambicioso que me parece que está muy bien planteado para una ciudad de unos 6 millones de habitantes tiene muchos defectos en la modelación de sus flujos. Al final de cuentas, sin embargo, son una serie de problemas específicos que Transantiago debería corregir en los próximos años, pues lo más difícil, lo más importante, ya lo hicieron y es, sin duda alguna, el mejor sistema de transporte urbano de América Latina.
Santiago tiene mucha vida, tiene integración urbana, aunque la ciudad es grande, a la vez tiene una alta densidad en la zona centro – oriente lo que no sólo acorta distancias relativas, sino que hace que muchos barrios sean muy fuertes y que muy noche siga teniendo actividad. Este sábado, a las 4 de la mañana, saliendo del hotel veía cientos de jóvenes por todos lados saliendo de festejos de viernes. El jueves, por ejemplo, caminé varios kilómetros por uno de los principales corredores de la ciudad, desde Las Condes hasta los límites entre la Providencia y el centro. Me fui deteniendo, en distintos momentos, en bares y restaurantes. Gran vida todo el tiempo, calles anchas, integración del espacio urbano. Un puente vehicular en Las Condes me impresionó y a la vez me fascinó en el nivel superior una avenida, en el nivel medio otra avenida y en el más bajo sí, los peatones, pero integrando jardines y un centro comercial a la estructura del paso a desnivel, sin que se sintiera invasión alguna de la mole de concreto, como en cualquier puente vehicular de la Ciudad de México.
Otra de las imágenes fuertes de este viaje fue descubrir cultivos de uva dentro de la ciudad. En mi último recorrido en autobús, luego de la comida, empecé a cabecear. El autobús era expreso, por lo que sólo hacía paradas en el centro de manera continua y luego tomaba una avenida tipo periférico, varios kilómetros por los carriles centrales, algunas salidas a la lateral para hacer parada, y volvía a los centrales. En algún momento desperté y vi los viñedos. Me bajé, tomé fotografías, crucé el boulevard y tomé el autobús de regreso en el que el paisaje de viñedos fue sustituido por el de miles de contenedores de todos colores. La preservación de esas tierras como viñedos seguirá siendo viable en la medida que las políticas incentiven la preservación de los usos rurales: que el impuesto predial sea elevado para los usos urbanos y nulo para los rurales. Supongo eso están haciendo, pues la presencia de un centro logístico como el descrito tan cerca de los viñedos me dice que esos terrenos deben enfrentar presiones para el cambio de uso.
Las experiencias internacionales son para tomarse en cuenta, no para aplicarse a pie juntillas, sin embargo creo que la Ciudad de México ha venido haciendo muy mal las cosas por décadas, en buena medida por la necesidad de que los ciclos sexenales contrastaran uno con otro sin lograr una política sostenida en el tiempo. En esa esquizofrenia urbana, la ciudad de México enfrentó la prohibición de nuevos asentamientos en el Distrito Federal, con Uruchurtu; la construcción del metro con Corona del Rosal; la construcción de grandes avenidas sin semáforos, con Alfonso Martínez Domínguez y Octavio Sentíes; y la destrucción de las avenidas con camellón para dar paso a los Ejes Viales. Se han seguido cometiendo grandes errores, pero en 20 años se cometieron suficientes para afectar el futuro de la ciudad. La política urbana en Santiago se mira mucho más congruente.
Qué tomar de Santiago, me parece que no es sólo de Santiago, es en general de las recomendaciones de los grandes urbanistas: hay que bajar a la gente de los coches y hacer que vivan su ciudad, y hay que integrar la ciudad en todas las dimensiones: la económica, la infraestructura con las personas, la social, la tecnológica, la gubernamental con las decisiones ciudadanas. Es otro modelo, sí, pero es otro modelo en el que si no estamos todos terminará siendo sustituido otra vez cada seis años, por ello debe ser parte de un gran acuerdo social en la capital mexicana.