Para corregir la última equivocación del centralismo
Por: Gonzalo Cáceres Quiero. Historiador y Planificador Urbano. Académico del Instituto de Estudios Urbanos y Territoriales, Pontificia Universidad Católica de Chile.
Como muchos ciudadanos de países unitarios saben, la sensibilidad centralista impresiona por su elasticidad. Siempre vertical, el gesto autoritario del centralismo se esparce por igual entre marxistas, liberales, republicanos, conservadores y neoliberales. Por lo tanto, y para el país que tenemos en mente, su acomodaticia elongación hacia la izquierda, el centro o la derecha vuelven tan ubicuo su programa como plural e itinerante su vocería.
La transversalidad política del centralismo ha vuelto su desempeño omnipotente. Tan omnipotente es que su reproducción no sufre aflicciones pese a las mudanzas que pueda sufrir la administración del Estado. Cambian los gobiernos, cambian las políticas, cambian los programas, cambian los funcionarios y hasta cambian las actuaciones, pero el proyecto centralista sigue tan lozano como siempre.
Sucinto y hasta económico, el programa centralista funciona como la capilaridad: atrae pero también repele. Sobre lo primero una exigencia forzosa: rubricar el contrato centralista exige honrar su artículo principal. ¿Cuál sería? La parte es el todo. Dicho en otros términos, la capital del país es el país. En segundo término y aunque la voz repele puede evocar cierta aspereza, el centralismo suele no recurrir a la agresión verbal o física. A diferencia de lo que ocurría en otras épocas, los centralistas han aprendido una lección básica: frente a demandas imprescriptibles presentarse algo receptivos funge de inteligente.
Pero el interés centralista, salvo que los acontecimientos también ocurran en zonas clave del país o de la capital, es congénitamente exiguo y muchas veces fatuo. La aparente preocupación se deshilacha en la corta duración, inclusive cuando los sucesos regionales y provinciales escupen esquirlas capaces de salpicar el espejo bruñido de las conmemoraciones.
En medio del vendaval celebratorio que inundará la capital de festividades, la localía de los ODESUR atrajo nuestra atención. A fines de Julio y con algo de dilación, una vocería estatal reconfirmó el “interés nacional” por alojar los juegos planificados para el 2014. Pero como no hay competencia deportiva sin lugar donde se verifique, la ratificación gubernamental incluía una noticia clave. A saber: los US$70.000.000 (circa) que será necesario invertir en infraestructura y equipamiento tendrán un domicilio prioritario: la capital.
Lo que sin duda es una excelente noticia para los deportistas criollos (más de 30 serían las disciplinas en competición) se relativiza cuando pensamos en el papel que las inversiones podrían desempeñar en otras aglomeraciones urbanas y ciudades singulares. ¿Acaso no es el mejor momento para pensar como sedes la azotada Talcahuano, la agobiada Constitución, la ruinosa Talca o la afectada Concepción? Prolongando una idea apalancada por Jaime Tohá, y que muchos urbanistas y planificadores urbanos promueven sin ambages, ¿no es de justicia seleccionar ciudades-sede donde, hoy por hoy, proyectar y construir es sedimentar esperanza? Al contrario de lo que el centralismo transversal cree, la discusión sigue abierta.
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