Ferias Libres: Espacios de abastecimiento e identidad
Pese al aumento explosivo de los supermercados en la última década, las ferias libres han permanecido como uno de los principales medios de abastecimiento de productos alimenticios que tiene la población urbana. La convivencia, cercanía y una relación de identidad con el barrio son algunos factores que explican la persistencia de estos espacios en distintos barrios de la capital. En la actualidad, en Santiago se estima que existen alrededor de 400 ferias libres distribuidas por diversas comunas de la ciudad, con mayor presencia en la zona poniente.
Las ferias cuentan con una larga tradición histórica dentro de la ciudad, sus orígenes se remontan a comienzos de la república, lo que ha permitido que en la actualidad estas sean reconocidas y legitimadas, tanto en la práctica como en los discursos, como parte integral de la configuración urbana. En este sentido, las ferias libres aparte de ser una alternativa de economía informal que provee estrategias de supervivencia, se han constituido en lugares de convivencia y de participación comunitaria en los cuales existe un fuerte sentido de pertenencia respecto al espacio urbano, dotándolo de nuevas acciones, imaginarios, significados y una serie de otros elementos.
La apropiación de espacios públicos resulta fundamental en este hecho al promover el flujo permanente de ciudadanos y el despliegue de relaciones libres y abiertas que constituyen a las ferias libres, en palabras de Gabriel Salazar, en espacios de soberanía popular que proporcionan identidades y gratificación social a quienes las utilizan.
De igual forma, la enorme capacidad de atracción de las ferias libres las convierte en un foco de centralidad transitoria de gran incidencia al interior de la comuna. Para Carmen Troncoso la condición de acercar un número creciente de funciones y servicios urbanos a los lugares de residencia demuestra en gran parte la resistencia y vitalidad que tienen estos lugares. Su condición periódica y flexible les permite localizarse más allá de la esfera de acción de las centralidades formalmente establecidas, convirtiéndola en un complemento aún más eficiente y cercano a muchos barrios de la ciudad.
Pese a ello, en algunos casos las ferias libres suscitan el rechazo de los vecinos y las autoridades municipales. Los ruidos molestos desde la madrugada, la obstaculización del tránsito, los malos olores, la basura y el caos visual inciden directamente para que en muchas partes las ferias libres sufran el efecto NINMBY (Not in my backyard).
Esta situación demuestra como en muchos casos los espacios utilizados no están diseñados ni son los adecuados para recibir las ferias. Considerando este escenario, se hace imprescindible que muchas de estas sean relocalizadas y estructuradas considerando tanto su impacto inmediato en el vecindario como los flujos a nivel barrial o comunal. Un punto importante en este entendido es considerar el uso que tendrá dicho espacio en los días en que la feria no opera. Sólo así, se lograría consolidar un real aporte para la comunidad dejando de lado estas externalidades negativas.
En definitiva, a pesar de que las ferias libres se configuran como espacios de sentido e identidad en un contexto de individualismo, consumismo y baja participación comunitaria, existen serios déficits en cuanto a su ubicación y los problemas que estás traen aparejados. De allí la importancia respecto a potenciar y consolidar los espacios de localización de éstas como lugares centrales de abastecimiento y sociabilidad. Las ferias libres deben ser reconocidas como elementos medulares del imaginario y patrimonio urbano, por tanto las autoridades deben asumir la responsabilidad de generar espacios funcionales y favorables que aumenten su competitividad.
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