Metropolítica: Contingencias y posibilidades para una nueva política urbana
Cifras mediante, contra los embates de la naturaleza y otras catástrofes que resultan de la falta de planificación, nuestro país sigue avanzando con señales más y menos evidentes hacia el ansiado desarrollo: el ingreso a la OCDE, los indicadores de crecimiento y consumo, la inmigración desde países del vecindario, el creciente poder adquisitivo de los estratos medios de la población y la reciente atención mundial por los procedimientos de rescate exitoso, son evidencias que harían factible enorgullecernos de una realización colectiva en avance. Pese a que la última Bienal de Arquitectura decidió centrarse en la reconstrucción y abordó tangencialmente los temas urbanos, es en este contexto y sin perjuicio de las tareas pendientes que invocan hacia una mejorada calidad de vida, donde nos centraremos en una discusión desde nuestra especialidad: la transformación de Chile desde el caso de sus ciudades, como requerimiento permanente y resultado de este crecimiento socio-económico.
El habitual pero renovable debate de proposiciones del cómo transformar nuestro entorno construido y natural, permite establecer en su ajuste constante una nueva materia de discusión, afincado en la dualidad de decidir organizadamente las dimensiones de espacio y tiempo de nuestro entorno. Polis, la palabra que define a la ciudad-estado griega, funda en su origen los términos que hoy nos convocan: la política cómo el arte de gobernar; y la polis como la ciudad que habitamos. Cabe agregar también la variación del inglés, difusa en el castellano, que diferencia la política pública (policy) de la política partidista (politics) tema reciente y atinado observado por Mario Waissbluth.
Así es como desde experiencias recientes, mas y menos traumáticas podemos planteamos refundar una discusión propositiva sobre los mecanismos que operan en y para la ciudad, en favor de una comprensión multidisciplinar, con un enfoque de reconocimiento contextual de múltiples escalas, que hemos resuelto nombrar “Metropolítica”: una intención hacia la comprensión de los tiempos y medidas de la ciudad, para un adecuado gobierno de ella por y para los ciudadanos.
Ahora que el Bicentenario comienza a ser historia pasada, tal como las partículas decantan en el agua, una serie de indefiniciones históricas van llenando nuestra agenda noticiosa para girar en torno a lo inconcluso, en una posición menos confrontacional y más proactiva que nos adentra sobre la solución de los temas pendientes: la inequidad socio-económica reflejada en la calidad del trabajo y en la segregación urbana, el trato e integración de los pueblos originarios, el resguardo del medio ambiente ante el progreso y nuestra siempre cuestionable manera de no anticipar la catástrofe periódica. Todas tareas en que la autoridad representativa, en reconocimiento de las diversas visiones, debe actuar decididamente, pretendiendo amplitud y máxima eficiencia social posible.
En definitiva- y como destruir un castillo de naipes es más fácil que levantarlo- nos adentramos decididamente en la pertinencia de dejar los facilísimos y plantear algunos de los puntos críticos detrás de las posibles causas de desacierto, estableciendo un debate que desde el cuestionamiento se torna propositivo, aunque los mecanismos para su efectiva materialización signifiquen plazos medianos o largos. Como hemos dicho antes, solo el cambio de lo que mal acostumbramos hacer puede llevarnos a algo distinto que el desarrollo estancado en ansias, que aunque a veces olvidemos, es nuestro deseo colectivo de alcanzar.
Los cuatro tópicos con que inauguramos Metropolítica enmarcan propuestas que entrelazan los conceptos de Gobierno y Ciudad, en una coreografía que suponemos perfectible, no sólo por otras experiencias o bien intencionadas suposiciones, sino pues resultan de fallos repetidos de nuestra historia urbana reciente, y pueden ser inicialmente los siguientes:
1. Duración del período de Gobierno:
Los tiempos y medidas de la ciudad superan los períodos gubernamentales. Los cuatro años para un Presidente no calzan con la evolución que transforma la idea en proyecto y el proyecto en obra terminada. Modificar la duración del período presidencial o alcaldicio, como también las opciones de decidir sobre la reelección sin los prejuicios partidistas del momento, surge como la opción de comprender el proceso de la ciudad y las iniciativas que deben establecerse, incluso de hacerlas continuar sin cuestionamientos más allá de un cambio de mando. Colaboraría en este mismo sentido además, que las elecciones de autoridades locales /regionales estén acompañadas de un plan de proyectos, programas y obras, específicas para el período y propuestas por el candidato, que acompañen el período, determinen estrategias de desarrollo y posibiliten la fiscalización -el accontability- por parte de los electores.
2. Representatividad y autonomía territorial:
Paradoja o no, la autonomía presupuestaria de las regiones sigue siendo la principal causa-efecto del centralismo. La estructura gubernamental replicada en cada región y comuna, cruza atribuciones y superpone decisiones que en la práctica no logran desvincularse de la decisión del nivel central. Salvo algunas excepciones logradas por condiciones comunales o regionales económicamente favorables, la mayoría de las regiones, provincias y comunas dependen de la decisión del nivel central que en una atrofia bidireccional, también obliga a la autoridad territorial -a veces nacional- a abocarse a la urgencia cotidiana de eventos que debieran operar sin su directa intervención. Para el caso de Santiago y su sistema no coordinado de comunas, también tienta convencernos de la utilidad del Alcalde Mayor, como posibilidad de coordinación en la comprensión de las interacciones que se dan en la metrópolis.
3. Legalidad de los proyectos urbanos.
La transformación del proyecto en ley, como validación del parlamento representativo y garantía del presupuesto que lo sustenta, ha de ser la manera en que las buenas ideas se validan y logran cierto blindaje ante un períodico turno de cada bando político. El desgaste de re-cuestionar factibilidades para lograr la misma conclusión que originalmente se propuso será siempre una valiosa perdida de recursos y tiempos que debiéramos proponernos a evitar. En una escala mayor, los casos de repetidos terremotos en nuestra historia han sido precedente y causa de leyes de reconstrucción supragubernamentales, que sin profundizar ahora en sus logros, permitieron generar los recursos para levantar nuevamente a Valparaíso, Valdivia, Talca y Chillán.
4. Protección de la ciudad y defensa del ciudadano.
Hoy la institucionalidad permite que el Estado auto-regule su gestión a través de la Contraloría General de la República. El Estado vigilado por el Estado es y ha sido la manera de dar pauta de comportamientos y corregir posibles faltas a la norma o ley vigente. Sin embargo, las experiencias demuestran un grado de eficiencia no siempre capaz de exigir el cumplimiento de compromisos asumidos o de canalizar una visión ciudadana, de soporte constitucional, partícipe en instancias anteriores a la queja que pueda resultar de una fiscalización rigurosa. La autoridad del Ombudsman -el defensor del pueblo- considera potenciar una institucionalidad garante del respeto de los derechos ciudadanos y fija parte de su misión en el seguimiento de las promesas, continuidad, suspensión, legalidad -incluso establecer una ética- de las políticas públicas. Las próximas concesiones de parques, centros cívicos y hospitales, y la re-licitación de autopistas, aeropuertos o túneles, ha abierto un nuevo campo de discusión en cuanto a las garantías ciudadanas de accesibilidad igualitaria a los servicios y equipamientos, como también al cómo se irán resolviendo los términos o renovaciones de contrato, oportunidades notables de ampliar los impactos positivos desde las obras hacia la mayor parte de la ciudadania.
En definitiva, desde un rescate terminológico del engranaje original entre lo urbano y lo político, la Metropolítica pretende entrelazar en la ciudad -el habitar y el gobernar- para avanzar desde la expectación correctiva a la construcción activa del entorno. La condición de ciudadano, como evolución constante de su significado, implicará recuperar derechos y deberes, como una manera de re-establecer los ritmos del habitar, en la adaptación del contexto como soporte de nuestros logros, cuando el subdesarrollo se vuelva suficientemente incómodo y asumamos colectivamente la decisión de dejarlo atrás.