Orden y Progreso en las Favelas Cariocas
Escrito por: Alexis Cortés Morales. Sociólogo, doctorando en Sociología por la Universidad del Estado de Rio de Janeiro (UERJ).
Los recientes acontecimientos ocurridos en uno de los mayores conjuntos de Favelas de Rio de Janeiro, el Complexo do Alemão, en los que la Policía Militar del Estado, en conjunto con fuerzas del Ejército, realizaron una operación de intervención destinada a expulsar a los narcotraficantes que controlaban dicho lugar, nos han mostrado un rostro de Brasil con muchas más sombras que la proyectada por la imagen de la futura quinta economía mundial.
La escena de tanques entrando a las favelas junto con la bandera verdeamarela siendo izada en estos territorios “conquistados” y arrebatados a los traficantes, ha encontrado el aplauso entusiasta de una sociedad que exige mano dura. Y es que la ideología del “para hacer tortillas hay que quebrar huevos” parece extendida ampliamente en buena parte de la población local. En este sentido, la épica de una lucha entre bien y el mal, entre la civilización y la barbarie, entre el orden y el caos ha sido replicada sin cesar por los medios de comunicación (principalmente la red Globo) y por las autoridades estaduales y federales.
En esta cruzada de conquista del far west carioca, representado por las favelas, ha resultado evidente la asociación, por parte de la opinión pública, entre territorios de la pobreza y territorios del crimen y entre favelados y criminales. Con esta lógica la sociedad le ha hecho entrega a la policía de un cheque en blanco que no sólo legitima la intervención policial-militar en estos territorios, sino que además pre-justifica cualquier tipo de exceso cometido por las fuerzas represivas del Estado.
Las autoridades del gobierno de Lula, junto con el Gobernador de Rio -de su misma base de apoyo-, Sergio Cabral, enfatizaron que esta operación marca un antes y un después, “un día D” en la política de combate al narcotráfico. Por lo menos así lo afirma uno de los principales cuadros del PT, Tarso Genro, en una entrevista en Página 12: “Es un proyecto de ocupación territorial. El sistema anterior era entrar, matar y salir. El nuevo sistema consiste en que el Estado entre, permanezca y se vincule profundamente a la comunidad mediante programas sociales, inversiones en infraestructura, educación y urbanización. O sea: ocupación de territorio, acciones policiales de alto nivel, permanencia de la policía y profundización de los programas sociales para jóvenes”.
La cristalización de esta política ha tomado forma en las Unidades Policiales Pacificadoras (UPPs), las que han sido instaladas en la mayor parte de las favelas de la zona sur de Rio de Janeiro, la zona turística por excelencia de la ciudad. Si bien esta iniciativa ha sido valorada por proponer una intervención que va más allá de la mera represión, también ha encontrado cuestionamientos por su selectividad geográfica (prioriza las zonas más ricas de la ciudad), por su papel en la reorganización de la geopolítica del crimen (ha afectado sólo a una de las fracciones criminales) y por reproducir una lógica tutelar y paternalista en relación a los favelados.
Pese a lo “novedoso” que pueda resultar esta política, por lo menos en relación a la intervención en el Alemão, existen bastantes coincidencias con otras intervenciones policiales en favelas. Poco a poco se han ido conociendo diferentes denuncias en relación al accionar policial: robo de enseres, ejecución de personas desarmadas o ya arrestadas, asesinato de personas inocentes, muertes por balas perdidas, etc. ¿Será acaso que, a partir de las palabras de Genro, podríamos decir que ahora la ecuación es: entrar, matar y permanecer?
Poco se sabe de los 37 muertos productos de la operación policial. Tal como lo señaló el diario Folha de São Paulo (05/12/2010), “No se sabe si hubo tiros a quema ropa, o el número de perforaciones en los cuerpos, o si hubo concentración de disparos en la cabeza. Ni siquiera se sabe si alguien murió acuchillado”. Las autoridades no se han pronunciado por las muertes incómodas de inocentes. En el mismo artículo se presenta el caso del guardia de seguridad Rogério Costa Cavalcante (34 años), quien “aparece en una lista de muertos como uno de los “traficantes que intercambiaron tiros con los policías”, según información oficial de la asesoría de comunicación de la Policía Civil de Rio. De las pocas cosas que se sabe sobre los muertos en los confrontes de los últimos días, una de las más claras es que Rogério Costa Cavalcante no intercambió disparos con los policías. Él fue esposado frente a las cámaras de fotógrafos y camarógrafos. Tenía los bolsillos llenos de invitaciones para la fiesta de cumpleaños de su único hijo. Iba a entregarlos cuando le tocó la mala suerte de quedar en el fuego cruzado de policías y de los traficantes. Cavalcante cayó con un hoyo en el estómago y desfalleció frente a las cámaras”.
Frente a tales hechos se han levantado voces críticas, como la del diputado estadual del Partido Socialismo y Libertad (PSOL) Marcelo Freixo, popular por su lucha en contra de las milicias , señalando que de nada sirve tener la policía que más mata y que más muere en el mundo. Para Freixo en primer lugar es necesario asumir que: “una solución para la seguridad pública tendrá que pasar por la garantía de los derechos básicos de los ciudadanos de la favela”.
La cuestión es que las voces críticas han tenido poco eco en la sociedad carioca. ¿Qué lleva a una sociedad a no escandalizarse frente a la muerte de inocentes?, ¿qué lleva a una sociedad a ignorar la violación de los derechos de un grupo de semejantes?, ¿qué lleva a una sociedad a aceptar un accionar policial que a todas luces escapa a los procedimientos que resguardan la igualdad de derechos frente a la ley? Para un importante sector de la sociedad los derechos humanos representan un estorbo para la acción policial. Es más, no dudan en afirmar que “los derechos humanos, tienen que ser para humanos derechos (rectos)”, esto es, para los criminales no debe haber derecho. Con esta lógica los daños colaterales son necesarios, trayendo otro efecto para la sociedad: para combatir el crimen la policía puede ser criminal.
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