La ciudad en el cine: Berlín, sinfonía de una ciudad, 1927
Esta película documental es un clásico de los inicios del cine. En ella, los personajes no son quienes suelen ser en el cine dramático, personas representando roles, sino que la protagonista es la misma ciudad de Berlín, con su pujante industrialización, su barrullo incesante durante el día, las calles abarrotadas de gente que trabaja, que pasea o que simplemente va de un lado a otro.
Además de ser una triunfante oda a la ciudad industrializada, esta obra de Walter Ruttmann, cuyo título original es Berlin: Die Sinfonie der Grosstadt, muestra a la ciudad como un ente viviente, que despierte por las mañana, se lava, se mueve, come, se distrae y vuelve a descansar.
El elemento urbano protagonista en el film es el ferrocarril, sin duda es el engranaje de la ciudad que más se resalta como importante, y por cierto llena la metáfora del avance, el progreso y la comunicación. Pero este progreso y esta comunicación tiene una característica especial, que distingue la Berlín de la película de cualquier otra ciudad contemporánea que pudiera ser filmada con un propósito narrativo similar.
En esta época, es el poder de la maquinaria el que mueve el quehacer cotidiano. Una y otra vez el director destaca el trabajo fabril industrial, y sobre todo el trabajo mecánico y físico que ejecuta la máquina de vapor. Las tomas de ferrocarriles y trenes de pasajeros son una constante a lo largo del día urbano que busca recrear la cinta.
La película comienza con un recorrido en ferrocarril, el ícono del progreso industrial de principios del siglo XX, y el despertar de la ciudad también se produce luego de la apertura ceremoniosa de las puertas de los andenes de tren y tranvía.
Las vistas aéreas de la ciudad dormida se suceden a ese primer viaje en tren, y luego de la partida de los primeros tranvías matutinos, a eso de las cinco de la mañana, es el punto de partida para el inicio de toda la actividad cotidiana urbana.
El pan, el metal, la madera, el alimento de la vida diaria en una ciudad industrializada. Las tiendas abren, los niños van a la escuela. Dentro de todo el proceso, del día de vida, a pesar del hormigueo visual humano, hay un canto a la maquinaria que destaca.
Esta oda a la ciudad mecánica está llena de fábricas y procesos industriales. De hecho, más que la cadena de producción lo que repetidamente se recalca son algunos movimientos y partes de la maquinaria industrial. Es esta misma el corazón del animal diverso que es la ciudad. Más que una selva de cemento, como suele llamarse a las grandes urbes, esta película deja ver la idea de que la ciudad es un proceso ordenado, cíclico y en perfecto control de cada engranaje.
Una película actual, con un contenido similar, sería mucho menos mecánica; daría cuenta de un lugar lleno de internet, computadores, bolsas de comercio, servicios. Aunque se vería, por cierto, casi tan abarrotada como la Berlín del 27, en una sinfonía actual en las calles habrían semáforos, más autos, en vez del protagonismo del tranvía como medio de transporte colectivo, y tal vez menos personas a pie. Antes de la tremenda masificación del automóvil como medio privado de desplazamiento, el paisaje urbano tendía a ser mucho más peatonal, aunque no por ello menos caótico.
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