El nuevo uso de la Casa de Cristal
Casarse ahí en los 90 era un lujo. Pero como todo centro de eventos de moda, en algún momento se agotó y perdió el glamour. Ahora, una empresa de telefonía compró este edificio neoclásico, donde hará algo totalmente distinto.
(La Tercera – 18/08/11)
Por Benjamín Blanco
En una semana más, la luz que penetra por los más de 50 cristales de la fachada y el techo de la Casa de Cristal, en Providencia, ya no alumbrará más el vals de los novios. La casa donde se celebraron glamorosos matrimonios durante los 90, la compró Movistar y el 23 de agosto inaugurarán ahí algo completamente distinto. Su sello ya se nota: en lugar de los delicados cristales que hacían que el edificio pareciera una humilde copia de una parte del Palacio de Cristal del Parque El Retiro, en Madrid, ahora hay vidrio-espejo, tipo muro cortina.
Comentadas fueron las fiestas que se hacían ahí. También, las reuniones de conocidos personajes (generalmente, los nuevos vecinos del Parque Forestal en esa época, como María Gracia Subercaseaux) que llegaban al restaurante del primer piso, El Relicario, y donde entre 1999 y 2000 estuvo La Champañería Doceicinco, que cerraba a las 12.05 AM.
Le iba bien a los propietarios de esta casona de 1931, los Droguett Valdés. Su ubicación era un privilegio: en pleno barrio de los obispos, a pasos de Plaza Italia, el inmueble quedaba al lado de la iglesia de los Angeles Custodios. Entonces, los novios se casaban ahí y luego cruzaban la calle para recibir a sus invitados a la fiesta. Hasta 450 podía albergar la casa.
En sus mejores tiempos, se llegaban a realizar 25 reuniones al mes, entre bodas, desfiles de modas, convenciones de empresas y recepciones diplomáticas. Hasta acá llegaban políticos, hombres de negocios y miembros de la diplomacia extranjera.
“Cuando no existía CasaPiedra o el Espacio Riesco, era el mejor lugar para hacer eventos de la ciudad. Se hacían desde reuniones sociales, hasta desfiles de la agencia de modelos Elite”, explica Angélica Maturana, administradora del centro de eventos durante 22 años. “Era muy elegante, pues conservó durante todos los años el estilo francés de su construcción”.
Pilar Larraín, ex banquetera, realizó varios matrimonios en el lugar. “Todas las cocinas estaban en el subterráneo, lo que era bastante incómodo, pues había que subir muchas escaleras. Pero eran buenas instalaciones, con la virtud de que hacía fácil adaptar distintos estilos de decoración: se podía montar algo muy señorial o algo más bien moderno”.
Larraín recuerda que adentro había varios salones “y eso permitía ubicar a los mayores en unos donde no hubiese tanto ruido”.
A pesar de esto, el negocio empezó a decaer desde el 2000 en adelante. En febrero de 2011, los propietarios de la casona la pusieron a la venta y hace algunas semanas la compró la empresa Movistar, que pagó cerca de $ 1.000 millones por los 1.400 metros cuadrados que tiene.
En los cuatro salones y 12 habitaciones que hay en el interior funcionará desde el 23 de agosto en adelante el centro Movistar Innova. Un punto neurálgico del coworking, tendencia que nació en Silicon Valley y que reúne a varias empresas sin ninguna relación entre sí, para que trabajen bajo un mismo techo. La idea detrás es que se potencien.
Cuando se inaugure, se reunirán ahí programas de emprendimiento como Start-Up Chile -que trae mentes brillantes de distintas partes del mundo- y otros proyectos de jóvenes chilenos.
Según recuerda el académico de la Universidad Diego Portales y urbanista Miguel Laborde, la casa perteneció al político Jaime Larraín García-Moreno, senador del Partido Nacional entre 1949 y 1957. “Se la hizo su hermano, el arquitecto Sergio Larraín, junto a su socio Jorge Arteaga. El había hecho algunos edificios del Parque Forestal, como el conocido Edificio Barco (de esquina Merced)”, explica.
El inmueble de estilo francés fue uno de los primeros que se levantó en la zona, cuando la ciudad comenzó a expandirse hacia el oriente. Estaba en la calle Obispo Pérez de Espinoza con Providencia. Cuando Larraín García-Moreno murió, en 1975, su familia, compuesta por su esposa, Elena Valdés, y siete hijos, permaneció ahí hasta fines de la década de los 80. Cuando la viuda también murió, los hijos del matrimonio Larraín Valdés pensaron en venderla, pero ante la escasez de oferentes, una de las hijas, Elena (casada con Arturo Droguett), compró la parte que le correspondía a sus hermanos y la echó a andar como salón de eventos. “En ese momento se cambia el techo y se colocan las ventanas y se amplían los espacios”, afirma el arquitecto e integrante del Consejo de Monumentos Jorge Atria. Uno de los hijos de Elena y Arturo, llamado también Arturo, crea en 1996 el restaurante El Relicario, que funcionó en el primer piso hasta 1998.
Con el nacimiento de otros centros de eventos, el número de actividades se redujo de 25 a casi 15 por mes. Aún seguía siendo atractivo el negocio, pero la descendencia de Jaime Larraín García-Moreno decidió vender la casa.