El derecho a la belleza
Escrito por Jorge Mario Jáurequi, Arquitecto de la Universidad Nacional de Rosario, Argentina y Arquitecto Urbanista de la Universidad Federal de Rio de Janeiro. Autor del programa Favela Barrio de Río de Janeiro
Una vez, caminando con los representante comunitarios por la favela de la Mangueira, en Río, el presidente de la junta de vecinos me dijo, “Jorge, la Mangueira es muy fea”. Con eso quería decir que la demanda por el embellecimiento de la comunidad era tan importante cuanto la incorporación de infraestructura adecuada, mejores condiciones de acceso al lugar, equipamientos de calidad y habitación.
El tema del derecho a la belleza como parte componente de las demandas a ser contempladas en los proyectos de urbanización, no es una cosa de importancia secundaria. Al contrario, demuestra que existe en las comunidades, sean favelas de Río o las villas de Buenos Aires, o los diferentes nombres que adquieran a lo largo y ancho de nuestro continente, un deseo genuino de ir más allá de lo meramente funcional y cuantitativo.
Expresa la aspiración a hacer de todas las partes de la ciudad, incluidas las favelas, lugares capaces de ofrecer condiciones de vida digna y al mismo tiempo introduciendo belleza como una cuestión estructural, esto es, con tratamientos urbanísticos, arquitectónicos y paisajísticos que resignifiquen los lugares y los transformen en espacios dotados de atributos que los asimilen a los que se destinan a la ciudad formal. Esto implica que cuando se piensan tanto las edificaciones como los espacios abiertos (calle, plazas, áreas deportivas, etc.) se los concibe como “mojones” en el sentido de Kevin Lynch; no solo como orientadores, sino como objetos equivalentes a los de la ciudad formal, tales como los teatros, centros culturales, museos, etc., que además de ofrecer servicios de cualidad, constituyen piezas de alto valor estético y simbólico, independientemente de su dimensión. Estos objetos y espacios pueden ser tanto una escuela, una biblioteca, un centro de salud o una pequeña edificación de apoyo como un baño y vestuario al lado del núcleo deportivo, un pequeño centro comunitario, o muchos otros que van a representar la presencia de lo público en lo privado, contribuyendo para la reconfiguración del lugar.
De ahí que la responsabilidad estética de lo que se elabore como encomienda del poder público para las comunidades tenga la dimensión de lo bello intrínsecamente incorporado. No es solo introducir los equipamientos, sino hacerlo con todo el nivel de elaboración que merecen como portadores de belleza para el local.
La búsqueda de nuevas articulaciones entre ética, estética y política puede contribuir significativamente para redireccionar nuestro devenir urbano, posibilitándole al sujeto una resonancia en las sobredeterminaciones, donde las tres dimensiones se enlacen sin imponer jerarquías. Y en esta perspectiva el paradigma estético adquiere fuertes implicaciones ético-políticas, porque la creación envuelve una responsabilidad de la instancia creadora con relación a la cosa creada, propiciando una inflexión del estado de cosas.
Política envuelve el difícil e inestable diálogo con las estructuras de poder, y estética implica siempre el desafío de lo nuevo, donde la intuición, en “principio de velocidad” del que habla Deleuze, juega un papel central.
A través de la elaboración estética, las cosas, los acontecimientos y las ideas reciben nuevos significados que contribuyen a transformar positivamente lo existente. Y el psicoanálisis nos alerta cuanto a la ética, cuando frente a las determinaciones de todo tipo (económicas, políticas, sociales, culturales) el acto proyectual implica una posición ética que en términos generales podemos resumir así: “es necesario hacer lo que debe ser hecho”. Pero este “deber” no es el deber en el cual se coloca permanentemente en juego ese “más allá de la demanda”, esto es, el deseo en el acto proyectual. Por eso, de lo que se trata en un proyecto arquitectónico o urbanístico, no es de agradar como manera de seducción o armonía, en todo caso no es esa la cuestión fundamental. De lo que se trata es de hacer lo que debe ser hecho desde el punto de vista de las articulaciones entre ética, estética y política.
La estética es lo que constituye siempre en desafío y el desafío de la estética está ligado a la producción de lo nuevo. “Estase”, palabra griega que significa sensación es de donde se origina el vocablo estética, que se refiere a lo que produce lazo, a lo que permite sentir juntos alguna cosa; emoción estética por ejemplo.
Así, podemos decir que la ética de un arquitecto, en el sentido en que está siendo considerada aquí está íntimamente relacionada con su estética y tiene que ver con ese intangible, que es lo que transparece de la articulación que hace entre proyecto (dessin) y las intensiones (dessein) para las cuales apunta.
La elaboración proyectual así entendida, presupone la búsqueda de la belleza e implica concluir la realidad del mundo como un “campo expandido”, donde puede producirse esa aprehensión que a través de la función estética, permita vivenciar una realidad “otra”.
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