Comentario al libro Éloge de la bicyclette, de Marc Augé
Martin Tironi, Sociologo UC, Doctorante en el Centro de Sociología de la Innovacion, Mines ParisTech, Paris. Integrante Colectivo LaBici
Una breve introducción al trabajo de Marc Augé es conveniente antes discutir su más reciente trabajo. Es más: para comprender el giro conceptual e incluso moral que hace el etnólogo en su Éloge de la bicyclette, es necesario tener al menos algunas referencias de sus trabajos precedentes.
Augé es probablemente de uno de los antropólogos vivos más conocidos de la actualidad, un intelectual crítico pero a la vez lo suficientemente pop como para llenar grandes salas con público a cada país que asiste. En los años 60 fue aprendiz cercano del más celebre antropólogo de todos los tiempos, Claude Lévi-Strauss, cuando éste daba sus seminarios en la Escuela de Altos Estudios de Paris y en el Collège de France.
Sus trabajos más conocidos son Un ethnologue dans le métro (Una antropología del metro, 1986) y Non-Lieux, introduction à une anthropologie de la sobremodernidad (No-lugres, introducción a una antropología de la sobre modernidad, 1992). Es sin duda éste último libro el que volvió a Augé mundialmente conocido. En este trabajo el antropólogo acuñó el concepto de No-Lugar, que se volvió rápidamente en una noción “todo terreno”, operacionalizada y utilizada en las más variadas área del conocimiento. Sin entrar en mayor detalle, Augé adopta la noción de no-lugar para caracterizar la ciudad moderna, donde el anonimato, la frialdad y la funcionalidad se funden para proyectar la imagen de lugares sin identidad ni memoria, ciudades de usuarios y consumidores en transito: hoteles, cajeros automáticos, supermercados, autopistas, aeropuertos, estacionamientos, etc. La idea de no-lugar apunta, finalmente, a la muerte de la experiencia urbana en el sentido más romántico del término: lugares sin solidaridad ni cruces de experiencia creativas, sin intereses comunes ni socialización.
Pero con su libro Elogio a la bicicleta encontramos algo de esperanza en su diagnósticos sobre la ciudad contemporánea. Más concretamente, Augé parece ver en la bicicleta una posibilidad de revitalizar la experiencia de lugar y resistir a la invasión de los no-lugares.
¿Pero que nos propone concretamente Augé en este libro de no más de 100 paginas y de amena lectura? El etnólogo trata de situar el análisis de la bicicleta más allá de su condición de medio de transporte, articulando aspectos culturales, históricos e identitarios que rodean a este artefacto de más de 150 año de existencia. A través de la historia de este artefacto el autor trata de retratar los espacios y experiencias nuevas que conlleva este modo de desplazamiento. La bicicleta aparece ante todo como un objeto múltiple, que articula a la vez imaginarios de infancia, eficacia deportiva, racionalidad técnica, vida cotidiana y diferencias sociales.
Así, en “Le mythe et l´histoire”, la primera parte del libro, el autor desarrolla una reflexión histórica en torno a las prácticas culturales asociadas al uso de la bicicleta. Hace referencia, incluso, a un clásico del neorrealismo italiano, El ladrón de bicicletas, de 1948, de Vittorio de Sica, como ejemplo del lugar central que ocupaba la bicicleta en el imaginario popular de la época. En un estilo que recuerda Mitologías, de Ronald Barthes, Augé analiza el lugar que tuvo este medio de transporte en las clases populares francesas, así como la crisis de la dimensión épica que tuvo alguna vez la bicicleta con el Tour de Francia (construcción geográfica y política de la nación), producto de los episodios de dopaje y la contaminación del marketing.
Actualmente, sin embargo, habría señales según el autor de que este estado de nostalgia en torno a la bicicleta va quedando atrás, pues algunas transformaciones urbanas recientes estarían cambiando su estatus como medio de transporte. En efecto, Augé observa en la masiva irrupción de las bicicletas en libre servicio (en el caso de Paris se trata del sistema Vélib’ inaugurado el 2007) un signo de recuperación de algunas de las crisis de distinto tipo que afectan a las grandes urbes. Dicho de otra manera, Augé ve en la bicicleta una posibilidad real de soñar una ciudad diferente. Ante el urbanismo gris y ruidoso que amenaza con reducir el territorio a una pura fachada, a un inmenso decorado para turistas, señala que Vélib’ (el sistema de bicis públicas de Paris) es una posibilidad de ecologizar nuestras prácticas y de recuperar la experiencia libre de la ciudad.
Je pédale, donc je suis (pedaleo, entonces soy). Con esta analogía al cogito, ergo sum cartesiano, Augé intenta mostrar que andar en bicicleta es mucho más que un puro acto funcional y utilitario: es, ante todo, un modo de existir, una prueba de estar en el mundo. El rescate de la bicicleta en las ciudades modernas nos vuelve a conectar con nuestra infancia, con las primeras travesuras y juegos arriba de esta tecnología. Es imposible hablar de la bicicleta, explica Augé, sin hablar de uno mismo. Uno de los primeros descubrimientos que tenemos de nuestro cuerpo ocurre arriba de la bicicleta. A través de ella, el cuerpo deviene en instrumento de exploración del mundo, pero también herramienta de exploración de nuestras capacidades y astucias.
Al mismo tiempo, andar en bicicleta constituye para Augé una aproximación diferente al territorio: nos permite unir puntos, lugares y recorridos que otros medios de transporte no pueden articular. De allí su afirmación según la cual arriba de este objeto se nos revela una geografía poética. Gracias al desplazamiento en bicicleta, activamos y hacemos accesibles ciertos rincones de la ciudad. Nos confrontamos de manera permanente a la sensorialidad del mundo, a sus olores y sonidos. Tal como lo plantearon Michel de Certeau en su bellas reflexiones sobre la caminata en la ciudad, andar en bicicleta, apunta Augé, nos predispone a habitar los espacios al margen de los planes prescritos, a deambular según nuestras propias intuiciones y habilidades, subvirtiendo reglamentos y normas. El elogio continúa, y señala Augé que la bicicleta nos permite tomar conciencia del lugar donde vivimos y devolverle al cuerpo la centralidad que se merece en la vida urbana. Su uso posibilita una libertad de movimiento sin límites en la ciudad, transformándola en un terreno de aventuras y encuentros imprevistos. Para Augé, es la figura del “flâneur” parisino la que vuelve a tomar forma a través de la operación Vélib’, restituyendo la libertad de movimiento a sus habitantes y el aire de “naturaleza” que requiere el proceso de urbanización imperante.
El giro de Augé en estas reflexiones es claro. Si con su noción de No-Lugar vaticinaba una progresiva colonización de espacios sin identidad y vacíos de cualquier contenido, con la masificación de la bicicleta ve una posibilidad de recuperar la razón de ser de las ciudades: el contacto cara a cara. Lo interesante es como las miles de bicicletas que introdujo Vélib’ no sólo tuvo un efecto en los modos de desplazamiento de los habitantes de la ciudad, sino también en el pensamiento intelectual de uno de los antropólogos críticos más conocidos del mundo.