Caras opuestas del patrimonio de Valparaíso
Mientras la “vuelta en lancha por la bahía” se refuerza como una tradición protegida como bien intangible e incorpora guías turísticos, las señales de deterioro tras el abandono municipal obligan a desarmar la réplica de la carabela “Santiaguillo”. Además, se anunció el remate de trolebuses de los años 50, parte de la identidad porteña, por deudas de la empresa que los operó hasta 2006.
por Hernán Cisternas y Mauricio Silva El Mercurio
Desarman carabela y rematan trolebuses declarados monumentos nacionales.
Simplemente se había convertido en un depósito de basura y cobijo de indigentes. La réplica de la carabela “Santiaguillo” fue el obsequio con el que, en 1986, la ciudad de Constitución rindió homenaje a los 450 años del arribo a la bahía porteña de la embarcación original comandada por el explorador español Juan de Saavedra en 1536. Desde entonces, la réplica estuvo abandonada en el muelle Prat.
Ayer, trabajadores iniciaron las faenas de desarme de la embarcación. Este año, Valparaíso cumplió 475 años desde ese hito histórico y la manera de celebrarlo fue tratar de salvar la emblemática réplica encargando a la Escuela de Oficios del restaurador Geraldo Ojeda desarticular su estructura para volver a levantarla en un lugar aún por definir.
Ayer, Ojeda examinaba las tablas que podrían ser rescatadas, al sobrevivir a la suciedad y a la putrefacción que su abandono causó, especialmente en el piso y en el castillo de la nave, que fue construida hace 25 años en Constitución, el mismo lugar donde la original fue armada hace casi medio milenio.
Pero este deterioro es sólo una anécdota para el vicepresidente del Colegio de Arquitectos y hasta el año 2010, coordinador regional del Consejo Nacional de Monumentos Nacionales, Atilio Caorsi. Para él, lo realmente preocupante es el remate al que serán sometidos el próximo jueves 17 de los tradicionales trolebuses de Valparaíso, 8 de los cuales tienen el rango de monumento histórico.
Caorsi no se explica por qué el Estado no concretó su derecho preferente de compra esgrimido en 2006 para impedir entonces que fueran vendidas al mejor postor. Los trolebuses de Valparaíso son los más antiguos del mundo actualmente en servicio y en 2003 fueron declarados monumentos nacionales 16 máquinas Pullman Standard construidas en Massachusetts entre 1945 y 1947. Ian Thomson, el experto que entonces las tasó para el Consejo de Monumentos Nacionales, explicó que se trata de las últimas en su tipo construidas por la industria estadounidense y lo hizo especialmente para ser enviadas a la ciudad chilena.
El remate lo realiza el síndico Marcelo Villalobos para saldar las deudas previsionales de los trabajadores de la empresa Transporte Colectivos Eléctricos Ltda., que los administró entre 1982 y 2006, cuando se declaró en quiebra.
De los 17 trolebuses a rematar, 13 están en servicio por la actual concesionaria, Trolebuses de Chile S.A. Ayer, su gerente, Alexis Bustos, señaló que la empresa está interesada en adquirirlos para que continúen participando en este tipo de transporte, que el año pasado movilizó a 3,2 millones de pasajeros a través de sus 8 kilómetros de recorrido por el plan de la ciudad.
Pero eso no deja tranquilo a Caorsi. “No hay ningún impedimento legal para que, si otro comprador se los adjudica, los saque de Valparaíso”, dijo.
Tradicional paseo en lancha por la bahía se convierte en gran atracción nocturna
Centenarios, los paseos en lancha por la bahía de Valparaíso se han convertido en uno de los grandes atractivos turísticos del puerto. Hasta 70 mil personas al mes los disfrutan en verano.
Los lancheros, en una práctica que estrenaron en 2011, ya no sólo ofrecen los paseos durante el día, sino también en la noche para ver los 45 cerros porteños iluminados.
Para el presidente del Sindicato Profesional de Trabajadores de Lanchas, Carlos Lemus, el reconocimiento que el municipio hizo el año pasado a esta actividad, al declarar a los lancheros como patrimonio intangible de Valparaíso, “nos puso a la misma altura de los troles y de los ascensores”. Aunque, se queja de que a diferencia de lo que ocurre con esos dos medios típicos de transporte, las lanchas reciben menos atención de los medios. “Pero basta ver las filas que se forman en el Muelle Prat para comprobar que somos un destino preferido de los turistas. No hay visitante que se retire de Valparaíso sin haber paseado por la bahía”.
Cincuenta y siete embarcaciones, en su mayoría con nombre de mujer, se encuentran operativas para los paseos. La de menor capacidad puede transportar 25 personas, mientras que la más grande lo hace con 120.
Existen servicios colectivos y privados. Los primeros tienen un costo de $2.000 por persona y el público debe hacer fila en las gradas de embarque del muelle y esperar que se complete la capacidad de una lancha para iniciar el zarpe. Dos auxiliares vocean los cupos disponibles, invitando a subir a bordo. La demora habitual no supera los 10 minutos, aunque en horarios más lentos se extienden entre 15 y 20 minutos, lo que impacienta a algunos pasajeros. Si no se quiere esperar, se puede contratar un recorrido privado, cuyo valor es de $25.000 para ocho personas. Por cada cupo adicional, se cobran $2.000 extra.
Los paseos duran entre 30 y 40 minutos. Los diurnos se inician a las 10:30 horas, y los nocturnos se realizan entre las 20:00 horas y la medianoche. En ambos casos las lanchas se desplazan hasta el sector del muelle Barón y vuelven a la poza por el sector del molo de abrigo, lo que permite que los turistas observen los buques de guerra, las naves mercantes, los sitios portuarios y el dique, además de los lobos de mar.
Miguel Jara, propietario de tres lanchas, entre ellas de la Jennifer y Nicole, destaca como un acierto la incorporación de guías turísticos capacitados por el municipio en temas patrimoniales. Muchos son estudiantes y se pagan con la propina. Suelen cerrar su relato, con expresiones como “quien quiera coopera, si no me tiran al agua”, cuenta Gustavo, de la lancha Noemi.
Sólo una lancha cuenta con música a bordo. Según Miguel Jara, ése es un desafío: “El problema es que no hay guitarristas típicos, como los bohemios, que estén dispuestos a trabajar en las lanchas. La gente quiere cantar mientras pasea por el mar”.