Torres humanas que recorren la ciudad
En Lo Prado se formó el único equipo de torres humanas que existe en Santiago. El domingo se estrenó un documental que muestra su trabajo y el de sus pares catalanes e indios.
por Carlos Reyes La Tercera
El preparador físico Marcos Lara (38) había dedicado toda su vida a competir. Deportista desde pequeño, jugador de vóleibol, coreógrafo y entrenador de los primeros porristas en Chile, para él su norte fue siempre alcanzar el primer lugar en cualquier disciplina que practicaba.
Hasta que la Municipalidad de Lo Prado -donde era preparador físico- lo mandó a Barcelona, en mayo de 2006, para que conociera una vieja tradición catalana conocida como castellers (castilleros), la cual consiste en armar torres humanas de hasta siete u ocho pisos solamente con personas, y que fue elegida por la Unesco en 2010 como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por acumular más de dos siglos de existencia.
Su primer encuentro con los practicantes de esta acrobacia fue en una plaza de Barcelona. Ahí vio cómo una ruidosa multitud se apiñaba en torno a un grupo de jóvenes, adultos y ancianos que empezaban a escalar uno sobre otro. “Me acerqué a la base para participar. Me pisoteaban mucho… Cuando un niño se subió por mis hombros y mi cabeza, me di cuenta del trabajo en conjunto que se hace en esta actividad”, dice.
Apenas llegó a Santiago, se dirigió al municipio que lo había enviado a viajar para implementar esta práctica en la comuna. Fue así como Marcos se convirtió en el primer líder no catalán de una escuela de este tipo en el mundo.
“Necesitábamos un símbolo que representara el trabajo en equipo en la comuna. Así es que empezamos a probarlo en los colegios. Como les hizo sentido a los niños y profesores, lo instalamos como parte del proyecto educativo”, dice Gonzalo Navarrete, alcalde de Lo Prado.
Hasta hoy, más de 1.200 niños, apoderados y docentes han participado en castillos humanos en las 14 escuelas a lo largo de su comuna. “No hay que ser bueno para participar. Los típicos ‘sentados en la banca’ aquí pueden ser héroes, porque se necesita gente diversa. No malabaristas, sino gente común, dispuesta a arriesgarse así en una obra conjunta”, dice Luis Carrasco, uno de los gestores del proyecto, junto con Lara y el alcalde Navarrete.
En 2007 nacieron los Castellers de Lo Prado, el equipo conformado por 40 integrantes de todas las escuelas de la comuna donde se practica esta disciplina. Entrenan dos veces a la semana, excepto cuando tienen presentación. En ese caso lo hacen todos los días durante la semana previa.
Todo lo que sucede dentro de este grupo gira en torno a la cooperación. “Después de ponernos los pantalones blancos, la camisa verde y la pañoleta roja, necesitamos a un compañero para enrollarnos la faja, que es la que nos sirve para equilibrarnos”, dice Juan Arancibia (17), miembro del equipo.
Por un tema de fuerza y mayor contextura, son los adultos los que comienzan a formar la base y se suben al segundo piso. Todos mantienen las manos rectas, como vigas de una torre temblorosa. Luego es el turno de los jóvenes, que van formando desde el quinto hasta el séptimo nivel. Trepan por las piernas, las caderas, traseros y hombros de sus pares. Con elcastell ya levantado, es hora de que el niño más pequeño -llamado anxaneta- corone el castillo para dar por terminada la estructura humana. Después de mantenerse alrededor de 10 minutos, todos en equilibrio, la torre comienza a desarmarse. “Es más fácil bajar que subir; los que están más arriba descienden deslizándose, como los bomberos. Usan a sus compañeros como pilares”, dice una de las integrantes de los Castellers de Lo Prado.
Antonia Trujillo (8) se unió al grupo hace tres años, apenas salió de kínder. Su madre, Marisol Mora, también es castillera y forma parte de la piña, el grupo que rodea la torre y la protege en caso de caídas. Cuenta que la primera vez que la vio allí arriba, a cinco metros de altura, fue como verla colgada de un balcón. “Fue tremendo, porque a mí no me habían dicho que la harían subir. Todavía me duele todo cuando la veo”, dice.
Con el tiempo se ha acostumbrado a verla encaramada en los castillos e, incluso, en su casa. “Tengo un damasco de tres metros en mi patio. Una vez le comenté que no podía alcanzarlos, y ella trepó por el tronco y comenzó a tirármelos. ¿Tú crees que le da susto? Nada. También se sube al techo”.
Pese al peligro que supone, durante sus seis años de existencia no han tenido ni un solo accidente. Ni un esguince. “Es rica la sensación, el vértigo de caer. Además, es muy difícil golpearse con el suelo. Siempre está la piña que alcanza a agarrarte”, dice Vania Ocaranza (17).
Hace poco, el equipo estuvo mostrando sus destrezas en pleno Paseo Huérfanos. Ese día fue la premier mundial, a pocos metros de ahí, de The human tower (“La torre humana”), “un documental hecho por un chileno que estuvo filmando durante varios meses las presentaciones de castellers catalanes, indios y la de estos santiaguinos”, cuenta Marcos Lara.