Cinco capitalinos narran cómo el plan de transportes cambió su vida
Para bien o para mal, en estos cinco años el sistema ha influido en varios aspectos. Algunos agradecen su implementación, mientras que otros sufren sus consecuencias.
Sebastián Sottorf El Mercurio
A cinco años de la puesta en marcha del Transantiago, las experiencias en torno a los servicios que ofrece siguen siendo disímiles. Pues pese a que muchos capitalinos siguen teniendo una visión negativa, también hay personas que rescatan la implementación del sistema.
Una de ellas es Jamilet Pedreros, quien acompañó al ministro de Transportes, Pedro Pablo Errázuriz, en uno de sus numerosos recorridos de incógnito para analizar el sistema in situ durante el año 2011. A bordo de un bus, esta asesora del hogar y el secretario de Estado viajaron en octubre desde Quilicura hasta Vitacura, el mismo trayecto que esta mujer debe realizar todos los días para llegar a su trabajo.
“Antes del Transantiago, debía tomar cuatro micros y me demoraba unas dos horas en llegar a mi trabajo. Hoy, tomar el recorrido 435 no me lleva más de siete minutos y el trayecto dura poco menos de una hora”, explica Pedreros, quien además destaca los beneficios de ahorrar más tiempo en su traslado. “Ahora llego antes de que oscurezca y puedo compartir más con mi familia. Esas cosas uno las valora y hace poco le escribí al ministro para agradecerle, pues me cambió la vida”, asegura.
Igualmente feliz está Luz Orellana, una secretaria ejecutiva de profesión que hace cinco años es conductora de un bus de Transantiago. Gracias a este trabajo, ha podido tener una situación económica más estable y educar a su hijo, que este año entrará a estudiar Ingeniería en Minas en la Universidad de Chile. “Este trabajo es ideal para las mujeres, pues gracias a los turnos, puedo estar más en mi casa. Sé que hay hartas cosas que mejorar, pero tengo fe en que el sistema funcionará mejor”, afirma.
Malas experiencias
Todos los días, diez para las seis de la mañana, Isabel Astroza ya está despierta y preparándose para salir de su casa a trabajar, desde su casa en Quilicura hasta Ñuñoa, donde trabaja como asesora del hogar.
El desplazamiento, habitualmente, dura alrededor de una hora y media. “Es bastante más de lo que me demoraba antes del Transantiago; de hecho, me despierto una hora antes”, afirma. Astroza explica que compensa la hora de sueño que le falta con la posibilidad de irse sentada en la micro.
Por la tarde es aún peor. “Salgo a las 18:30 y llego a mi casa a las 20:45”, explica.
Eso le significó perder vida de barrio y otras cosas más banales. “Nunca más pude ver la telenovela de las 20:00”, se lamenta.
En Conchalí, un grupo de vecinos de la población El Cortijo 3 debe convivir con la presencia de un paradero no autorizado de Transantiago. Pese a que existe una orden municipal, un dictamen de Contraloría e incluso señalética que lo prohíbe, las micros siguen repletando la calle Héroes de Iquique.
“Es una verdadera pesadilla. El ruido no se acaba nunca y vivir aquí se ha vuelto insoportable”, afirma Eugenia Ramírez, vecina del sector.
Además de las molestias generadas por el ruido, sus vecinos se quejan por la suciedad. “La ropa colgada no dura ni una mañana limpia. En un par de horas, todo se pone negro, como el hollín. Estar estresados ya es parte de nuestras vidas”, explica una de ellas.
Los choferes tampoco lo pasan mejor. Muchos de ellos sufren las consecuencias de esta verdadera guerra que deben lidiar contra los vecinos.
“Nos apedrean todo el tiempo. Entendemos su malestar, pero eso no depende de nosotros. Muchos de los conductores salen con miedo y poco a poco esto se está volviendo insostenible”, afirmó Héctor Hormazábal, inspector de la zona B, a la que pertenecen estos buses.