Urbanismo: hágalo usted mismo
Por Andrés Ruiz vía Leeparadigmas.com
Son las cuatro de la mañana en Los Ángeles. Cuatro desconocidos se juntan en la calle convenida. Van armados de rodillos, esténciles y pintura blanca. Toman un carril y pintan una ciclovía “clandestina”, ciclovía que para durar deberá permanecer en el anonimato, para que la ciudad no se entere y la borre. No hay fotos, no hay videos, sólo la adrenalina que libera un estilo muy peculiar de subversión.
En Toronto la célebre Toronto Urban Repair Squad sale a las calles a pintar cebras, entre otras actividades. En Nueva York, Chicago, Londres, Guadalajara, Vancouver, Sydney, Tokio y México surgen grupos e individuos cuyo propósito es el de hacer intervenciones urbanas para mejorar la ciudad. Algunos siembran jardines “guerrilleros”, otros cambian publicidad comercial por arte, unos más construyen bancas, revitalizan pasos peatonales o construyen parques para patinar. La idea que subyace es: “si es necesario, y el gobierno no lo hace, hágalo usted mismo”.
Se trata de un movimiento relativamente reciente. O, más bien, de un movimiento que recientemente se ha concebido como tal, ha llamado la atención y ha sido conceptualizado como Urbanismo hágalo usted mismo (DIY urbanism, en inglés). Sin embargo, la idea es ancestral. Buena parte de las ciudades fueron construidas o mejoradas así. En México muchas colonias eran antiguos asentamientos irregulares que poco a poco se fueron formalizando gracias a una larga serie de acciones de mejoramiento urbano por parte de sus habitantes.
El surgimiento de estos grupos parte, por un lado, de cierto descontento con la inercia del urbanismo dominante, que favorece al automóvil sobre el peatón y el ciclista, que promueve ciudades impersonales. La mayoría de las intervenciones buscan darle espacio a la bicicleta, al peatón, mejorar la estética y darle un toque más humano a las ciudades. Hay un fuerte componente artístico en estos grupos. Por otro lado, responde a la creciente incapacidad de respuesta por parte de los gobiernos. Pedir una ciclovía en una ciudad estadounidense es un proceso de en promedio 10 años que requiere peticiones, cabildeo, muchos estudios de factibilidad social y económica, movilización incansable y una paciencia proverbial. Ante estructuras cada vez más complejas, más ajenas, más burocráticas, la respuesta ha sido directa: hágalo usted no mismo. Junte un grupo, consiga los fondos para comprar los materiales y hágalo.
Estos mejoradores urbanos tienden a ser jóvenes, educados, generalmente de clase media o alta, con cierta formación en temas de urbanismo, vinculados por sus actividades profesionales con temas afines. En muchos casos el resultado de sus intervenciones se parece mucho a lo que harían las autoridades; lo que las hace más eficaces. En otros casos, el perfil marcadamente artístico dota la acción de un suave gusto a anarquismo.
En términos teóricos, el precedente puede considerarse peligroso: un grupo de ciudadanos que se adjudican funciones que corresponden al Estado. En término prácticos, es una forma directa y constructiva de participación ciudadana. Un grupo de ciudadanos que, conociendo las necesidades de un espacio específico, deciden actuar para mejorarlo. Un grupo que se suma, en cierta forma, a un gobierno incapaz (ya sea por falta de recursos o de voluntad) de atender toda la ciudad que gobierna. Un grupo que suple necesidades que no fueron proyectadas por los urbanistas oficiales (un caso muy cercano es el puente de los poetas que lleva a Santa Fé, donde los ingenieros construyeron un puente sin banqueta, lo cual fue el detonador para una intervención del colectivo Haz Ciudad). Un grupo que, más allá de lo que pase en la arena electoral, no espera que el cambio llegue de la mano de la alternancia de partidos, sino que lo construye calle a calle, carril a carril, banqueta a banqueta. Porque es ahí donde inicia la ciudadanía (que no por nada viene del término “ciudad”).