De pasarela… a puente
por Miguel Laborde El Mercurio
Puentes y pasarelas se han transformado en grandes oportunidades para proyectar una imagen en la ciudad contemporánea; en las antiguas siempre fue así, pero esa cultura se había perdido en el siglo XX.
Sin ir más lejos, los santiaguinos de la Colonia debatieron largamente si el Puente de Calicanto debía ser de ladrillo, de piedra del Cerro Blanco, piedras azules, rosáceas de Pelequén, o de alguna combinación de esos materiales.
Tenían claro que los puentes constituyen hitos identitarios: el Calicanto transformó la aldea en ciudad, y su imagen pasó a representar la capital chilena en el imaginario de los viajeros, tal como los de Florencia, París o Praga.
Las pasarelas se sumaron más tarde. En estos años, para el Millennium Park de Chicago, que fue referente importante para la actual intervención sobre la avenida Manquehue, se encargó una pasarela a Renzo Piano (especie de larga flecha blanca que penetra en la espesura) y otra a Frank Gehry (una serpiente de acero cuya plataforma es de maderas de Brasil), la que también une dos parques, como la de aquí, que busca conectar el Parque Araucano con el nuevo de Juan Pablo II.
Por la topografía de Chile y la red de autopistas, se nos vienen muchas pasarelas en los próximos años. Su diseño y seguridad merecen, como el Calicanto, un debate público.
Hace 111 años tuvimos un orden propio, una impronta nacional, una imagen definida. La presentamos con éxito en una célebre feria mundial en Nueva York, la Panamericana de Buffalo (1901), cuando fue asesinado el presidente McKinley y Edison sufrió la vergüenza de que su máquina de rayos X, ideal para ubicar la bala homicida, no funcionó.
En esa feria, las naciones americanas recibieron, unidas, el nuevo siglo. Chile se presentó como país férreo, capaz de cruzar cien ríos andinos con audaces estructuras de metal; desde el norte con el Puente Conchi sobre el Loa (de 104 metros sobre el agua), que soportaría hasta el paso de locomotoras a Bolivia, culminando con esa joya de la ingeniería que es el Viaducto del Malleco, el que tiene el honor de estar representado en una de las siete maquetas de grandes obras mundiales del Museo de Artes y Oficios de París. Además, Chile sorprendía con otra hazaña: el cruce de los Andes con un ferrocarril de montaña, sobre pasos de vértigo. Incluso, en plena capital, en el Mapocho, también se habían instalado hermosas estructuras de hierro.
Con el hormigón y el acero no hemos logrado tener la misma coherencia. En la Costanera Norte se perdió una de las mejores oportunidades en la categoría puentes, y en las autopistas (especialmente en el sur, donde la densidad poblacional las exige), en la categoría pasarelas.
Ésta, ubicada entre parques, plantea más preguntas que respuestas: ¿Era necesaria una megaestructura de 240 toneladas, para caminantes y ciclistas? ¿Lo nuestro es el diálogo discreto con la naturaleza o nos representa mejor una refinada audacia tecnológica? ¿La condición sísmica nos obliga a volúmenes pesados o ya nos hemos liberado de ese signo?…
Gigante de metal
La pasarela de Manquehue cuesta $1.800 millones, pesa 240 toneladas, su ancho es de 10 metros y tiene 1.800 conexiones de barras de acero unidas por 9 mil pernos. Estará lista en abril.