Los viejos centros históricos: cómo revertir su decadencia
Por Arq. Guillermo Tella, Doctor en Urbanismo y Alejandra Potocko, Licenciada en Urbanismo
El centro histórico atesora los mayores valores simbólicos, culturales, arquitectónicos y sociales; es el asentamiento originario, anterior a la expansión urbana con la que se consolidó la ciudad actual. Ante el surgimiento de nuevas áreas que absorben las funciones de centralidad que estos en su momento ostentaban, lo someten a un proceso de “periferización”. Hoy, el desafío que afrontan estos sitios es cómo superar los procesos instalados de degradación de su espacio público, de reproducción de la informalidad, su tugurización e insalubridad. Al respecto existen buenas prácticas que han resuelto con éxito estas problemáticas.
Alguna vez los centros históricos constituyeron “el todo” de una ciudad. Pero con el paso del tiempo fueron quedando subsumidos en el proceso de crecimiento urbano como áreas emblemáticas, como reservorios de los orígenes de la ciudad, como lugares que expresan las relaciones originalmente mantenidas con su entorno regional según los define el Arq. Luis Grossman, Director General de Casco Histórico del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
En las ciudades latinoamericanas se distinguen tres momentos particulares en su proceso de constitución como centros históricos. Durante la etapa colonial conforman el área urbana por excelencia y concentran las actividades comerciales, administrativas, financieras, culturales y residenciales. A fines del siglo 19, tras las masivas oleadas inmigratorias europeas, las ciudades atraviesan por una expansión acelerada con la que se establece una neta diferencia entre ese centro y el resto de la ciudad incipiente en función de su nivel de consolidación así como por su dotación de servicios e infraestructura.
Y, finalmente, en las últimas décadas, ante el surgimiento de nuevas áreas que absorben las funciones de centralidad que estos en su momento ostentaban, lo someten a un proceso de “periferización”, donde el “viejo” centro entra en crisis, sucumbe y decae su condición de centralidad, pero el área preserva su valor patrimonial. Es posible reconocer la existencia de dos procesos en los centros históricos asociados con el recambio social. Uno consiste en su tugurización, que es su ocupación por los estratos sociales más bajos, y su consecuente estigmatización como lugar desagradable e inseguro, por la degradación de su espacio público, por la reproducción de la informalidad.
Esto sucede debido a su vaciamiento, producto del traslado de antiguos residentes a otras áreas de la ciudad, por procesos naturales de expansión o, en ocasiones, como consecuencia de las normativas restrictivas que pretenden “congelar” esos sectores de ciudad, haciendo de los centros históricos lugares menos atractivos para sus residentes. Paradójicamente, la “tugurización” de los centros históricos fue en muchos casos, como el del centro histórico de Buenos Aires, la circunstancia que permitió la conservación de sus elementos de valor ante la presión inmobiliaria en la ciudad.
Desafíos que afrontan los viejos centros
Al respecto, el Arq. Grossman considera que el Casco Histórico atravesó un primer proceso de vaciamiento y posterior ocupación de grandes viviendas del patriciado, constituyéndose en casas de inquilinato o conventillos; y una posterior restauración y puesta en valor. Un caso similar se ha llevado a cabo en Montevideo y, específicamente, en “Ciudad Vieja”, un área urbana de 100 hectáreas originariamente amurallada, donde se consolidó el primer asentamiento sobre la bahía.
Para el Arq. Nelson Inda, responsable de la elaboración del Plan de Ordenamiento Territorial de Montevideo, las construcciones tipo conventillo o casa “estándar” del constructor italiano fueron reemplazando el parque edilicio original y las incipientes arquitecturas coloniales -de las cuales el Cabildo, la Catedral, el Hospital de Caridad, la casa de Don Tomás Toribio (primer arquitecto asentado en el área del Río de La Plata) siguen en pie- quedaron como legado principal de la colonia española.
Está concebida como ciudad homogénea y repetible, que recibió primero una arquitectura ecléctica y luego una arquitectura renovadora. En este recambio, la Ciudad Vieja no ha sido ajena a procesos de tugurización, manifestados en la multiplicación de viviendas para uso multifamiliar -pensiones e inquilinatos- y en la ocupación de hecho de antiguos edificios, viviendas y predios vacíos. Un segundo proceso consiste en su “gentrificación”, es decir, la expulsión de población de menores recursos para la promoción de inversiones y la revalorización del suelo. Simultáneamente al recambio social, se pone en crisis -nuevamente- su vocación residencial en favor de su orientación hacia la oferta de servicios a partir de la fuerza del mercado.
Actualmente, el centro histórico de Buenos Aires posee una fuerte actividad comercial y de servicios asociada con el esparcimiento y el turismo, residencias (en San Telmo y Montserrat habitan 120 mil personas) y gran cantidad de edificios de valor. Debido a ese perfil que ha adquirido, orientado a atender al turismo con la construcción de hoteles, restaurantes y complejos de esparcimiento, el desafío que atraviesa es evitar su nuevo vaciamiento. Grossman opina que se corre el riesgo de que pierda su residencialidad y se convierta en un área que funcione sólo en ciertas horas del día o los fines de semana.
Lo que atrae al turismo -sostiene- crea una situación inmobiliaria en la cual los predios empiezan a subir de valor y los financistas que buscan construir hoteles-boutique o conjuntos de esparcimiento gastronómico, pagan a los ocupantes para que se vayan del lugar y cambian el destino de los predios y de los edificios. Esto, además de reducir la residencialidad de los barrios, expulsa familias de menores ingresos e instala un proceso de gentrificación.
En Montevideo, luego de los años 40, la normativa promovió nuevas tipologías edilicias contrapuestas a la ciudad existente; y ya a partir de la década del ´70, la Ciudad Vieja sufrió un período patológico: en el marco de una normativa urbana permisiva, atravesó un profundo proceso de renovación urbana que se materializó en nuevos edificios de gran altura, impulsando una sustitución indiscriminada del patrimonio sin considerar el entorno urbano ni la historia. Inda asegura que desde entonces su desafío es evitar la demolición a ultranza y adecuar lo nuevo con la ciudad existente. Esas etapas, aunque comunes a muchos centros históricos latinoamericanos, le imprimen un rasgo distintivo a cada uno, en función de cada contexto social, económico y cultural por el que atraviesan.
Las estrategias de recuperación urbana
El tema de la gestión de los centros históricos ha adquirido crucial importancia en las políticas públicas y es un tema de debate y de reivindicaciones para la ciudadanía. Lograr conservar su memoria sin que se transforme en un museo carente de urbanidad y fomentar su desarrollo es, sin dudas, el gran desafío para restablecer su equilibrio. Si bien este es un común deseo de todos ellos, no existen fórmulas únicas y repetibles indiscutidamente por su probable éxito, debido a que son variados los tipos de centros históricos y variadas las formas de tratarlos. Cuzco, Quito, Lima o el barrio Pelourinho en Salvador de Bahía, por ejemplo, son centros de diferente origen, de distinta calidad patrimonial, de diferente composición de población.
Es necesario entonces abandonar las prácticas que los conciben como únicos y homogéneos y es imperioso el diseño de estrategias particulares para su conservación, para su revitalización y para su puesta en valor. Luis Grossman considera que en las calles de plataforma de la Ciudad Vieja de Montevideo la circulación se hace más libre, más amigable y permite que el visitante disfrute de la arquitectura. Cuando la calle es angosta, la gente mira al piso, pero nunca mira la arquitectura… no tiene posibilidades de hacerlo. En la calle Defensa la idea fue enrazar calzadas y veredas, pero hubo mucha oposición de algunas agrupaciones de vecinos.
El Casco Histórico de Buenos Aires y la Ciudad Vieja de Montevideo, si bien comparten elementos, tienen diferentes formas de expresión de la cultura y la ciudadanía, de uso y construcción del espacio público; particularidades que les son propias. Un mismo proyecto en una y otra ciudad, aunque responda a similares objetivos, es percibido de forma diferente por su población. Es el caso de la propuesta de creación de “calles plataforma”: Defensa en Buenos Aires y Sarandí en Montevideo.
La Habana Vieja no fue ajena a procesos de degradación, y sin embargo es hoy un notable ejemplo de recuperación de un centro histórico. Este proceso comenzó en la década de 1930 con la restauración de edificios y monumentos, continuó con el espacio público y con elementos identitarios, y culminó en los 90 con un proyecto integrador de aspectos urbanos, sociales y económicos.
Con una propuesta de gestión innovadora, se presenta como un proyecto autofinanciado, basado en la explotación del turismo y de las actividades terciarias: en la medida que le genera ingresos propios, le permite al organismo encargado reinvertir en la construcción de edificios con fines sociales, en la recuperación del patrimonio así como en el rescate y la promoción de tradiciones culturales que le dieron vida a ese centro durante siglos. En este sentido, Nelson Inda considera que la preservación constituye una acción que debe buscar la revalorización del lugar, no sólo mantenerlo o conservarlo.
Es decir, que debe ser concebido con una intención tendiente a destacar el legado y darle un renovado valor para las generaciones futuras. De modo que la intervención debe estar dirigida a todo el territorio y a todos sus elementos, tanto físicos y tangibles como a simbólicos y culturales. Para Nelson Inda, las calles del centro histórico conforman el tejido primario de nuestras ciudades y, como tales, deben ser valorizarlas como espacio colectivo de uso ciudadano. Esto implica re-equipar nuestras calles priorizando al peatón -de todas sus condiciones: niños, ancianos, minusválidos, jóvenes- sobre el vehículo automotor, por ejemplo.
La calle equipada para el vehículo, a la que se le asigna una pequeña porción al peatón en exclusividad, hoy parece una solución anacrónica. El uso del adoquín de granito como es el caso de la calle Defensa, o el re-uso de la losa de granito tradicional de la acera montevideana, como en el caso de la calle Sarandí, no debe de ser motivo para crear barreras físicas para el mejor uso de la nueva propuesta urbana.
Para la conservación de los valores patrimoniales de la Ciudad Vieja de Montevideo, gracias el accionar de técnicos y profesionales, en particular del movimiento impulsado por Mariano Arana, en 1981 se creó la Comisión Especial Permanente de la Ciudad Vieja (CEPCV), con el objetivo de evaluar y aprobar los proyectos edilicios: una política específica para la sustitución de piezas arquitectónicas con medidas tendientes a adecuar lo nuevo con lo existente.
Para tal fin, se realizó un inventario valorativo de aproximadamente 2.000 predios, categorizándolos según su nivel de conservación, con una escala de 4 valores que va de una permisibilidad mayor a una menor. En esa línea, el Arq. Grossman, desde la Dirección General de Casco Histórico del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, está implementando -como Plan de Manejo- acciones tendientes a mejorar la calidad de vida urbana para garantizar su residencialidad, poner en valor su arquitectura para resguardar su historia y proteger los bienes arqueológicos. Con lo cual, se ha renovado el alumbrado público, se mejoró la recolección de residuos, se pusieron en valor de las fachadas, etc.
El objetivo es entonces mejorar y optimizar la calidad de vida del centro histórico, para que los habitantes lo disfruten y no se vayan; para que se asienten y se fidelicen en esos barrios que llevan ya varias generaciones de construcción. Eso no significa que tenga que ser un gueto, porque en la medida que tiende a dejar “todo como está”, se convierte en un lugar poco atractivo. Además, si lo consideramos solamente como escenografía, nos vamos a quedar sin habitantes y esto es lo que hay que evitar a todo costo.
Los centros históricos han transitado por un camino que los sumergió en un estado de abandono absoluto y hoy se encuentran discutiendo cómo transformarse en nodos de atracción turística y cultural. Sin embargo, aún conviven graves conflictos de inseguridad, marginalidad, clandestinidad y degradación que requieren el aporte de ideas y estrategias de gestión que impulsen su compleja reconversión. Y para ello es necesario desarrollar programas de carácter integral y participativo, que convaliden pautas comunes de intervención.