Intervención urbana: Libros en las calles, para compartir y gratis
En distintas intervenciones urbanas alrededor del mundo, las calles han demostrado ser las galerías y los museos más democráticos y valorados por las personas. Los siguientes casos de Nueva York (EE.UU.), Porto Alegre (Brasil) y Kingston (Inglaterra), dan cuenta de una tendencia en que el mobiliario urbano se pone en valor en un ámbito más intelectual y cultural, sirviéndose de estantes de libros puestos en cabinas telefónicas o paraderos de micros para invitar a las personas a que lean -gratuitamente- lo que podría ser el libro favorito de otro ciudadano.
“En las veredas de Nueva York hay 13.659 teléfonos públicos. En tanto, hay 17 millones de celulares. ¿El teléfono público, entonces, es una anacronía o una oportunidad?“, es el mensaje de un afiche realizado por el arquitecto John Locke, para quien las cabinas telefónicas son “reliquias, símbolo de una tecnología en desuso total (…), que nos remiten a un espacio púlico perdido del que nunca podremos volver a disfrutar“. Esta intervención urbana consiste en instalar una mini biblioteca en estas cabinas telefónicas, y donde cualquier transeúnte puede aportar su libro a la comunidad o sacar otro que esté puesto, siempre y cuando, sea devuelto.
John Locke es uno de los fundadores del Departamento de Mejoramiento Urbano, donde se manifiesta: “Todas las intervenciones deben ser construidas. El mejoramiento se constituye en derrota si sólo se trata de imágenes y especulaciones. Nadie podría decir que las realidades de ficción no son interesantes, pero las realidades comprobables son aún más gratificantes“.
Dentro del mismo tipo de iniciativa, el año 2008 en Porto Alegre se inició el proyecto ‘Estante público‘, de participación colectiva y ocupación urbana, y que consiste en la implementación de librerías en los paraderos de micros de la ciudad. Luego de dos años sirviendo de libros para las personas que a veces tienen que esperar mucho tiempo a que pase la micro, el proyecto fue premiado por el Fondo Nacional de las Artes, lo que permitió una evolución en el diseño y en la instalación de más estanterías públicas en otros cinco distritos de la ciudad.
El sistema llegó a funcionar tan bien, que incluyó un servicio de SMS para que las personas pudieran compartir a través de Twitter los libros que estaban aportando o preguntaran por uno deseado.
En Kingston, Inglaterra, se da otro ejemplo de librerías públicas en las clásicas cabinas de teléfono rojas. En este caso fue James Econs quien implementó las llamadas ‘Phoneboox’, tras observar que las cabinas eran cada vez más objeto de vandalismo. La librería consiste en una repisa puesta en la parte superior de la cabina, y la cual comenzó a llenar con sus propios libros.
Como hemos visto, esta intervención no funciona sólo con la impementación de las estanterías, pues el ingrediente implícito es una cultura desarrollada en torno al espacio público, a los bienes compartidos, al valor por el conocimiento entregado a través de los libros, y el respeto por los derechos de las demás personas a acceder a éste. Hay quienes guardan sus libros como hueso santo, sin prestarlo ni siquiera a sus mejores amigos, y también hay quienes se aprovechan de ellos para pedirles libros y nunca devolverlos. Ciertamente, los libros son pequeños tesoros del conocimiento. Pero en Chile este sentido de ‘tesoro’ tiene que ver, además, con el alto IVA al libro, aplicado el año 1976 en épocas de Dictadura. Este IVA del 19% es uno de los más altos del mundo. Algunos países europeos tienen un IVA diferenciado, como España (4%) o Francia (5,5%). Mientras que otros como Argentina, México, Perú, Colombia tienen un IVA cero.
Considerando todos los factores ¿Sería factible un tipo de biblioteca pública como solución al alto precio de los libros en Chile?
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